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Labios de Trapo

Escritos

XXIII

XXIII No te olvides de cerrar la puerta
cuando te marches para siempre,
y llévate tu maleta llena de perfecciones
para que no se desordenen encima de los papeles.
Será mejor que no des un portazo
para demostrar todo lo que me pierdo
porque ya empieza a molestarme tanto ruido inútil
y todas esas palabras que callas.
Me aburre hasta la náusea la suficiencia que desprendes,
bostezo sin remedio cuando parece que lloras,
y no puedo parar de reír cuando me dices que sufres.
Así que guárdate tu fabulosa forma de actuar
para cuando sea viernes por la noche,
esconde tus pucheros en el cajón de la cocina
y olvídate un rato de mirarte en el espejo;
ya que te cuesta tan poco olvidar lo que te sobra
olvídame un ratito vida mía,
que ya me harté de sonreírle a los tiburones.
Ojalá nunca tengas que llorarle a los relojes,
porque entonces empezarás a comprenderme;
y a día de hoy lo único que quiero
es confundirte totalmente.
Buenas noches.

TODO LO APRENDI DE MAMA

TODO LO APRENDI DE MAMA Todo lo que siempre necesité saber, lo aprendí de mi Madre:

Mi madre me enseñó a APRECIAR UN TRABAJO BIEN HECHO:
"Si os vais a matar, hacedlo fuera. Acabo de terminar de limpiar!"

Mi madre me enseño RELIGIÓN:
"Mejor reza para que ésta mancha salga de la alfombra."

Mi madre me enseñó LÓGICA:
"¡¡¡¡Porque yo lo digo, por eso... y punto!!!!"

Mi madre me enseñó PREDICCIONES:
"Asegúrate que estas usando ropa interior limpia y entera, en caso
que tengas un accidente."

Mi madre me enseñó IRONIA:
"Sigue llorando y yo te voy a dar una razón verdadera para que
llores."

Mi madre me enseñó a ser AHORRATIVO
"¡¡¡Guarda las lágrimas para cuando yo muera!!!"

Mi madre me enseñó OSMOSIS:
"¡¡¡¡¡Cierra la boca y come !!!!!"

Mi madre me enseñó CONTORSIONISMO:
"Mira la suciedad que tienes en la nuca, fíjate"

Mi madre me enseñó FUERZA Y VOLUNTAD:
"Te vas a quedar sentado hasta que te comas todo."

Mi madre me enseñó METEOROLOGIA:
"Parece que un huracán paso por tu cuarto."

Mi madre me enseñó HIPOCRESIA:
"¡¡Te he dicho un millon de veces que no seas exagerado!!"

Mi madre me enseñó EL CICLO DE LA VIDA:
"Te traje a este mundo, y te puedo sacar de él."

Mi madre me enseñó MODIFICACIÓN DE PATRONES DEL COMPORTAMIENTO:
"¡¡¡¡¡Deja de actuar como tu padre!!!!!"

Mi madre me enseñó ENVIDIA:
"¡Hay millones de niños menos afortunados en este mundo que no
tienen una mamá tan maravillosa como la tuya!"

Mi madre me enseñó habilidades de VENTRILOQUIA:
"No rezongues, cállate y contestame: ¿Por qué lo hiciste?"

Mi madre me enseñó técnicas de ODONTOLOGIA: "¡¡¡Me vuelves a contestar y te estampo los dientes en la pared!!!"

Mi madre me enseñó RECTITUD
"¡¡¡Te voy a enderezar de un sólo ch&%#!!!"".

GRACIAS MAMÁ

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS.

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS. Alicia: ¿Podrías decirme por favor, qué camino seguir para salir de aquí?
Gato: Depende mucho del punto a donde quieras ir.
Alicia: Me da igual donce...
Gato: Entonces da igual que camino sigas.

Hipótesis del Gato Chesire por Lewis Carrol (Alicia en el Paçis de las Maravillas.)

EL REY SKIOLD

EL REY SKIOLD Las altas tierras del norte, allí donde los inviernos son largos y el sol apenas un destello, estaban azotadas por la desgracia. Sin una mano firme que sostuviera espada ni cetro, el país era pasto del pillaje, en campos yermos y aldeas devastadas por las envidias de los señores locales. En las cercanas islas del Mar Báltico, los guerreros vikingos habían construido sus fortalezas, y desde allí zarpaban sus temibles barcos hacia las costas de Dinamarca. Los saqueos eran constantes. Ante la amenaza de las quillas draconianas, los núcleos costeros se iban despoblando poco a poco y por doquier la gente llana clamaba por un rey que devolviera la paz a su tierra. Pero nadie era capaz de asumir el trono danés.

Un día de primavera, en una playa, un grupo de muchachos jugaba a la guerra. Por supuesto, las armas eran de verdad. En aquellos tiempos, cualquiera podía encontrarlas entre los despojos de las peleas locales. Era una de las pocas aldeas pesqueras que aún quedaban en pie, en parte gracias a que Fendar Wiendlandsen, uno de los señores más fuertes de la comarca, tenía allí sus propiedades y mantenía con grandes sumas a un pequeño, pero bien pertrechado grupo de guerreros para defenderlas.
– Mirad, mirad!! Un barco, se acerca un barco!!
A punto estuvo de perder un ojo el chico que así gritaba, pues la visión le hizo bajar la defensa, y su compañero a duras penas refrenó el mandoble de su espada, consiguiendo en el último momento darle de plano en medio de la cabeza.
– A las rocas, rápido!!, vayamos a las rocas!!
– Prepárate, Knud, te debo un golpe, animal...
– Calla y corre, Goldar, que no nos vean!!
Agazapados en las rocas bajas del acantilado, el grupo de jóvenes miraba fijamente aquel punto que avanzaba desde el mar hacia su playa. Pasaron unos minutos y pudieron distinguir una gran vela roja, hinchada por el viento, cada vez más grande.
– Deberíamos ir a avisar a Fendar...
– Tienes razón, Goldar... tú que eres el más ágil, corre a la aldea y avisa en casa de Fendar. Dile que se acerca un barco... con una vela roja, cuadrada y en la quilla, espera a ver si distingo algo... La quilla parece vikinga!! Corramos todos, ahora sí que hay que avisar rápido!!
Salieron a la desbandada, profiriendo gritos. Si hubieran aguantado un poco en sus puestos de vigía, habrían descubierto algunas características más que hacían de aquella nave un barco bastante especial.

Cuando los muchachos de la playa llegaron a la casa de Fendar, situada en lo más alto del poblado, notaron una extraña agitación a su alrededor. El señor, en medio del patio, ordenaba a gritos a sus soldados y éstos iban de un lado a otro mientras terminaban de pertrecharse. En una cabaña, dos hombres repartían armas a los vecinos.
– Vienen los vikingos!! Los vikingos!! – vociferaban los jóvenes...
– Pues vaya noticia traéis!! - dijo el anciano Roldrik - Más os vale ir a por armas y recibir las órdenes que tengan que daros los soldados. Hace ya rato que han dado la alarma desde la atalaya!!
En un rincón, un hombre gesticulaba a la concurrencia que le rodeaba. Los jóvenes se acercaron a escuchar a Balgrind...
– Es una nave enorme, más grande que todas las que he visto nunca. La cabeza de dragón que la precede tiene la boca enorme y el fuego parece refulgir entre sus fauces. Aún desde la costa, he podido ver los brillantes ojos del monstruo y para mí que se movían como si estuviera vivo y no tallado!! El cuerpo se extiende desde delante hacia atrás por los dos costados del barco y en lugar de escamas, todo aparece cubierto por algo que parecen flores, flores de todas las formas y colores. Y si es el metal de los escudos aquello que refulge al sol, estamos listos, pues por dentro y por fuera, y aún en los extremos más altos de los palos, se ven destellos plateados, como si todo el navío estuviera forrado de espejos...
Los jóvenes ya no escucharon más. Sin esperar ninguna orden, volvieron corriendo hacia la playa, adelantando a muchos otros hombres y mujeres que se dirigían hacia allí. Quien más, quien menos, todos portaban algo con que defenderse: lanzas, hachas, machetes y arpones, sobre todo.
Cuando llegaron a las rocas cercanas a la playa, ya era difícil encontrar un sitio libre.

Llegaron a tiempo para contemplar, atónitos, como el barco se iba deteniendo lentamente. De la cubierta no llegó ni un sólo grito, ni una sola orden de maniobra. En medio del más absoluto silencio, a un tiro de piedra, la nave quedó varada en las aguas poco profundas de la bahía. Como una sacudida, el miedo recorrió los corazones de todos los habitantes de la aldea, que agacharon las cabezas tras sus escondites, y se encomendaron a los dioses.
Todos esperaban de un momento a otro que una horda de vikingos se arrojara al mar desde la borda de aquel barco enorme. Tan cerca de la costa estaba, que ni siquiera iban a necesitar botes para el desembarco. Pasó el tiempo. Se podían contar las olas golpeando los costados de la nave, tal era el silencio que había. Hasta las gaviotas parecían esperar acontecimientos, pues tampoco se oían sus estridentes gritos. Nadie descendía del barco.
Entre las rocas del acantilado lloró un niño, pero enseguida calló. Su madre le amamantó presurosa para enmudecerlo. Los hombres habían asomado las cabezas, y se miraban unos a otros, con un interrogante en los ojos. Porqué no atacaban los marinos vikingos?

Desde los barracones de los pescadores, situados al final del pueblo, se escucharon rumores metálicos. Fendar Wiendlandsen y sus hombres iban tomando posiciones, parapetándose detrás de los cascos de los botes de pesca. Las gentes de los acantilados se tranquilizaron un poco, al notar la presencia de su señor al mando del grupo de milicianos. Los guerreros se desplegaron a lo largo de todo el arco de la bahía. Si los vikingos atacaban, podrían contenerlos y quizá, si no eran muchos, rechazarlos.
Pasó otra tensa hora. El sol se iba ocultando. El agua se coloreaba de tonos rojos y la nave vikinga refulgía. Las gaviotas volvían a sobrevolar la playa, gritando despreocupadas, disputándose en la arena los desechos que la marea iba haciendo llegar.
Si los vikingos no desembarcaban pronto, el barco dejaría de tocar fondo, y quizá se alejaría un poco con la pleamar. Fendar se preguntó entonces si los enemigos no estarían esperando eso mismo, para poner a salvo la nave de sus flechas, después de una maniobra equivocada por parte de su capitán. De talante guerrero y poco dado a calibrar estrategias, el señor tomó rápidamente una decisión:
– Disparad las flechas!!
Desde detrás de los botes se escucharon casi al unísono cien chasquidos y cien flechas surcaron el cielo describiendo un arco hasta caer, la mayor parte de ellas, sobre la cubierta de la silenciosa nave. Se oyó un repiqueteo, el de las puntas de acero clavándose en la madera, pero ni un sólo grito, ni un sólo lamento...
– Lanzad otra andanada!!, rápido!! – volvió a vociferar Fendar...
De nuevo la nube de flechas viajó por el aire para atravesar la vela roja y aguijonear por dentro y por fuera el barco enemigo. De nuevo, el silencio más absoluto fue la única respuesta al ataque.
Enfurecido, Fendar Windlandsen trepó de un salto sobre el casco puesto boca abajo del barco de pesca tras el que se ocultaba. Desde allí, blandiendo una enorme hacha de dos filos por encima de su cabeza, el cabello y las trenzas de los bigotes sacudidas por el viento, profirió un estridente chillido:
– Uaaargh!! Es que ni siquiera vais a defenderos, cobardes!? Ah del barco!! Luchad si sois hombres!! - gritaba impotente...
Las gaviotas volaron despavoridas y una lluvia de plumas blancas revoloteó por encima de los asombrados soldados de la playa.

– Al abordaje!! A por los vikingos!! El tesoro del barco será nuestro!!
Hasta que Fendar no gritó lo del tesoro, sólo él corrió por la playa con el hacha en alto, hacia el mar. Luego sus hombres reaccionaron y, como cangrejos en estampida, avanzaron por la arena a toda velocidad, gritando desaforados, con los escudos en alto, sobre las cabezas, pensando que las flechas enemigas llegarían de un momento a otro...
Pero no fue así y en la rompiente de las olas se detuvieron todos.
El rumor del mar sonaba casi tan fuerte como la respiración entrecortada de los guerreros. Allí estaban todos, mirando la silueta del barco fantasma, balanceado por las corrientes marinas, en silencio.
Era una burla?Acaso probaban una nueva táctica de batalla? Fendar se había quitado el casco y se rascaba con las guardas de una espada corta que sujetaba con la izquierda, los cabellos rubios, sin entender nada. Uno de los hombres más viejos dijo entonces, con voz cascada:
– Es la peste. La peste negra navega en ese barco vikingo...
Dicho lo cual, escupió por el hueco de una muela un enorme esputo que se meció en la resaca de una ola y desapareció entre la espuma. El viejo dio media vuelta y regresó arrastrando los pies hacia el poblado. Tras él, varios soldados más hicieron ademán de retirarse, hasta que la astucia del amo encontró la fórmula para detenerlos.

– Dónde vais, cobardes, gaviotas de culo pelado!? – el vozarrón de Fendar Wiendlandsen tronó por encima de todos los demás sonidos de la playa.
- Hemos sobrevivido a dos ataques, uno de vikingos y otro de rebeldes. Hemos sofocado un incendio, hemos construido un dique para defendernos del mar. Nuestras casas siguen en pie mientras a nuestro alrededor Dinamarca entera se desmorona. Y ahora vais a huir malaconsejados por las palabras de un viejo desdentado y cobarde!? Ahora vais a abandonar un barco cargado de riquezas, con las que viviríamos tranquilos el resto de nuestros días!?
Los guerreros miraban al suelo sin atreverse a levantar las cabezas cubiertas con abollados cascos. Algunos de los hombres del pueblo habían abandonado sus refugios en las rocas del acantilado y se acercaban para escuchar a su Señor.
– Un hombre no es hombre si huye al escuchar el nombre de una mujer. Y la peste es una mujer!! Una asquerosa mujer con cara de calavera, que se ceba en los más débiles!! Acaso le tenéis miedo!? Yo, Fendar Wiendlandsen, no le temo. No temo a nadie ni a nada. Sólo temo morir antes de conquistar el tesoro que me espera en ese barco brillante que hay allí. Si queda algún hombre entre vosotros, que me siga!! Al abordaje!! Al abordaje!!
Saltando por encima de las olas, Fendar parecía el mismísimo Dios del Mar que había cambiado su tridente por una descomunal hacha de doble filo. Los vecinos del pueblo fueron los primeros en reaccionar y, entre ellos, en cabeza, avanzaba el grupo de muchachos que había divisado el barco hacía unas horas. Los hombres de armas, bien azuzados por el orgullo, bien por la codicia, se unieron enseguida al grupo de asaltantes. Los últimos metros los tuvieron que hacer a nado, sin tocar pie. Para los más jóvenes aquello fue una dura experiencia: las pesadas espadas de hierro tiraban de ellos hacia el fondo y dificultaban las brazadas, pero no podían soltarlas, a riesgo de tener que enfrentarse desarmados contra los pálidos fantasmas de los marineros, tal como se los imaginaban. Y si dificultosa fue la última etapa del abordaje, más lo fue trepar por los costados del barco. Al no poder hacer pie, no conseguían lanzar los ganchos con las cuerdas. Los más ágiles, después de varios intentos, lograron alcanzar el castillo de proa, aprovechando las escamas talladas del dragón de la quilla. Desde allí, lanzaron cabos al resto de los hombres y pronto todos estuvieron en cubierta.

No parecía aquello un contingente de aguerridos luchadores conquistando el botín. Se habían quedado quietos, agazapados tras las espaldas de malla de Fendar, y cuchicheaban entre ellos. Habían esperado encontrar una colección de esqueletos y carne humana putrefacta, jirones nauseabundos picoteados por gaviotas y taladrados por gusanos. Pensaban que les iban a recibir los lamentos desesperados de unos marinos moribundos, y se habían hecho a la idea de ir matándolos uno por uno, por compasión más que por odio, pues a todos los hombres del mar les une la incógnita de su destino. Pero allí no había nada, ni nadie. El barco se balanceaba sin cesar, sonaban los crujidos de las cuadernas, el viento removía las velas, las cuerdas golpeaban sobre los palos, todos los sonidos familiares de los barcos, todos, menos la voz alegre de los marineros. El pelotón de visitantes, pues ya no parecían asaltantes, fue poco a poco andando hacia el centro de la cubierta. Junto al palo mayor, en el suelo, se distinguía un conjunto de piezas de metal brillante colocadas en círculo. Entre los hombres comenzó a correr un rumor. Los cuchicheos llegaron a oídos de Fendar:
– Magia, magia negra
Esta vez, el caudillo no supo que decir. En lo más profundo de su interior creía lo mismo que sus hombres, y sólo la necesidad de permanecer firme ante ellos para no perder su autoridad le contuvo a duras penas, pues deseaba salir corriendo de ese lugar y lanzarse de cabeza al mar.
– Son escudos!! – gritó uno de los muchachos que se había acercado lo suficiente. Enseguida, despertado por la exclamación, el bebé que dormía plácidamente al pie del mástil, rodeado de un círculo de pulidos escudos protectores, acostado sobre un lecho de trigo dorado, se echó a llorar...

Bajo los escudos, encontraron muchas más riquezas de las que habían imaginado. Con ellas cargaron siete botes que fueron y vinieron siete veces hasta amarrarlos de nuevo. En el último de ellos, en el viaje número siete, iba Fendar mirando a la mujer que se había ocupado de recoger al niño del barco para llevarlo al pueblo. Sabía que aquello era cosa de los dioses. Sabía lo que le esperaba a continuación. Tendría que reunir en su propia casa a los señores de las aldeas vecinas y explicarles lo ocurrido. Luego nombrarían una comitiva para ir con el niño hasta la capital. En el viejo castillo del rey se reunirían con los más nobles y con los más sabios. Y luego, creía Fendar, nombrarían rey a aquél niño venido por el mar desde el país de los dioses. Porque esa era su divina voluntad.

LA LEYENDA
No se equivocó Fendar Wiendlandsen. Todo sucedió como él había imaginado. Los daneses confiaron en la voluntad de sus dioses que habían enviado a uno de los suyos para que reinara en el país. Y le dieron el nombre de Skiold, Escudo, pues en medio de los escudos se había manifestado. Y Skiold se convirtió en un hombre más fuerte y más grande que los demás. Sus hazañas fueron contadas en todos los rincones de Dinamarca y todos supieron que había vencido a un oso. Todos se enteraron de que se había enfrentado en combate singular contra el rey de Noruega y lo había vencido, obteniendo así la mano de su hija, trayendo la paz y la prosperidad para los suyos. Muchos daneses acudieron a la costa a despedirlo cuando, muchos años después, Skiold murió. Su deseo fue partir en el mismo barco en el que lo encontraron, recostado en cubierta, bajo el mástil y las velas rojas, soñando, navegando hacia las desconocidas tierras del más allá de donde antaño vino.

CUENTAN QUE UN DÍA...

CUENTAN QUE UN DÍA... Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades del hombre.
Cuando el ABURRIMIENTO había bostezado por tercera vez, la LOCURA, como siempre tan loca, les propuso:
- ¿Vamos a jugar a los escondidos?!
La INTRIGA levantó la ceja intrigada y la CURIOSIDAD, sin poder contenerse preguntó:
- ¿A los escondidos?... ¿y cómo es eso?
- Es un juego -explicó la LOCURA- en que yo me tapo la cara y comienzo a contar uno hasta un millón mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El ENTUSIASMO bailó secundado por la EUFORIA, la ALEGRIA dió tantos saltos que terminó por convencer a la DUDA, e incluso a la APATIA, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar... la VERDAD prefirió no esconderse, para qué? si al final siempre la hallaban, y la SOBERBIA opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y la COBARDIA prefirió no arriesgarse...
- Uno, dos, tres... -comenzó a contar la LOCURA.
La primera en esconderse fue la PEREZA, que como siempre se dejó caer tras la primera piedra del camino, la FE subió al cielo y la ENVIDIA se escondió tras la sombra del TRIUNFO que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La GENEROSIDAD casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos...
¿Que si un lago cristalino?, ideal para la BELLEZA. ¿Que si la hendija de un árbol?, perfecto para la TIMIDEZ. ¿Que si el vuelo de la mariposa?, lo mejor para la VOLUPTUOSIDAD. ¿Que si una ráfaga de viento?, magnífico para la LIBERTAD... Así, la GENEROSIDAD terminó por ocultarse en un rayito de sol.
El EGOISMO en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo... pero sólo para él. La MENTIRA se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arcoiris), y la PASION y el DESEO en el centro de los volcanes. El OLVIDO... se me olvidó dónde se escondió... pero eso no es lo importante.
Cuando la LOCURA contaba 999.999, el AMOR aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado... hasta que divisó un rosal... y enternecido decidió esconderse entre sus flores.
- Un millón!!!- contó la LOCURA y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la PEREZA, sólo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó la FE discutiendo con Dios en el cielo sobre Zoología... La PASION y el DESEO los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró la ENVIDIA y, claro, pudo deducir dónde estaba el TRIUNFO. El EGOISMO no tuvo ni que buscarlo. Él solito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la BELLEZA y con la DUDA resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de que lado esconderse...
Así fue encontrando a todos... al TALENTO entre la hierba fresca, a la ANGUSTIA en una oscura cueva, a la MENTIRA detrás del arcoiris... (mentira, si ella estaba en el fondo del océano) y hasta al OLVIDO... que ya se le había olvidado que estaba jugando a los escondidos... pero sólo el AMOR no aparecía por ningún sitio.
La LOCURA buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas... y cuando estaba dándose por vencida divisó un rosal y las rosas... Y tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó... Las espinas habían herido en los ojos al AMOR; la LOCURA no sabía qué hacer para disculparse...lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces; desde que por primera vez se jugó a los escondidos en la tierra: EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA SIEMPRE LO ACOMPAÑA.

CARTA DE UN NEGRO

CARTA DE UN NEGRO Querido amigo blanco:
Un par de cosas deberías saber:
Cuando yo nací, yo era negro.
Cuando empecé a crecer, era negro.
Cuando voy a la playa soy negro.
Cuando tengo frío sigo siendo negro.
Cuando tengo pánico soy negro.
Cuando me enfermo soy negro.
Inclusive cuando me muero continuo siendo negro.

En cambio tu, mi querido amigo blanco.

Cuando naces eres rosado.
Cuando empiezas a crecer te pones blanco.
Cuando vas a la playa te pones rojo.
Cuando tienes frío te pones azul.
Cuando tienes pánico te pones amarillo.
Cuando estas enfermo te pones verde.
Cuando te mueres te pones gris.
Y tu todavía tienes los huevos de decirme que yo soy de color

LA LLAVE DE PLATA

LA LLAVE DE PLATA H.P. LOVECRAFT

Cuando Randolph Carter cumplió los treinta años, perdió la llave de la puerta de los sueños. Anteriormente había compaginado la insulsez de la vida cotidiana con excursiones nocturnas a extrañas y antiguas ciudades situadas más allá del espacio, y a hermosas e increíbles regiones de unas tierras a las que se llega cruzando mares etéreos. Pero al alcanzar la edad madura sintió que iba perdiendo poco a poco esta capacidad de evasión, hasta que finalmente le desapareció por completo. Ya no pudieron hacerse a la mar sus galeras para remontar el río Oukranos, hasta más allá de las doradas agujas de campanario de Thran, ni vagar sus caravanas de elefantes a través de las fragantes selvas de Kled, donde duermen bajo la luna, hermosos e inalterables, unos palacios de veteadas columnas de marfil. Había leído mucho acerca de cosas reales, y había hablado con demasiada gente. Los filósofos, con su mejor intención, le habían enseñado a mirar las cosas en sus mutuas relaciones lógicas, y a analizar los procesos que originaban sus pensamientos y sus desvaríos. Había desaparecido el encanto, y había olvidado que toda la vida no es más que un conjunto de imágenes existentes en nuestro cerebro, sin que se dé diferencia alguna entre las que nacen de las cosas reales y las engendradas por sueños que sólo tienen lugar en la intimidad, ni ningún motivo para considerar las unas por encima de las otras. La costumbre le había atiborrado los oídos con un respeto supersticioso por todo lo que es tangible y existe físicamente. Los sabios le habían dicho que sus ingenuas figuraciones eran insulsas y pueriles, y más absurdas aún, puesto que los soñadores se empeñan en considerarlas llenas de sentido e intención, mientras el ciego universo va dando vueltas sin objeto, de la nada a las cosas, y de las cosas a la nada otra vez, sin preocuparse ni interesarse por la existencia ni por las súplicas de unos espíritus fugaces que brillan y se consumen como una chispa efímera en la oscuridad. Le habían encadenado a las cosas de la realidad, y luego le habían explicado el funcionamiento de esas cosas, hasta que todo misterio hubo desaparecido del mundo. Cuando se lamentó y sintió deseos imperiosos de huir a las regiones crepusculares donde la magia moldeaba hasta los más pequeños detalles de la vida, y convertía sus meras asociaciones mentales en paisaje de asombrosa e inextinguible delicia, le encauzaron en cambio hacia los últimos prodigios de la ciencia, invitándole a descubrir lo maravilloso en los vórtices del átomo y el misterio en las dimensiones del cielo. Y cuando hubo fracasado, y no encontró lo que buscaba en un terreno donde todo era conocido y susceptible de medida según leyes concretas, le dijeron que le faltaba imaginación y que no estaba maduro todavía, ya que prefería la ilusión de los sueños al mundo de nuestra creación física. De este modo, Carter había intentado hacer lo que los demás, esforzándose por convencerse de que los sucesos y las emociones de la vida ordinaria eran más importantes que las fantasías de los espíritus más exquisitos y delicados. Admitió, cuando se lo dijeron, que el dolor animal de un cerdo apaleado, o de un labrador dispéptico de la vida real, es más importante que la incomparable belleza de Narath, la ciudad de las cien puertas labradas, con sus cúpulas de calcedonia, que él recordaba confusamente de sus sueños; y bajo la dirección de tan sabios caballeros fomentó laboriosamente su sentido de la compasión y de la tragedia. De cuando en cuando, no obstante, le resultaba inevitable considerar cuán triviales, veleidosas y carentes de sentido eran todas las aspiraciones humanas, y cuán contradictoriamente contrastaban los impulsos de nuestra vida real con los pomposos ideales que aquellos dignos señores proclamaban defender. Otras veces miraba con ironía los principios con los cuales le habían enseñado a combatir la extravagancia y artificiosidad de los sueños; porque él veía que la vida diaria de nuestro mundo es en todo igual de extravagante y artificiosa, y muchísimo menos valiosa a este respecto, debido a su escasa belleza y a su estúpida obstinación en no querer admitir su propia falta de razones y propósitos. De este modo, se fue convirtiendo en una especie de amargo humorista, sin darse cuenta de que incluso el humor carece de sentido en un universo estúpido y privado de cualquier tipo de autenticidad. En los primeros días de esta servidumbre, se refugió en la fe mansa y santurrona que sus padres le habían inculcado con ingenua confianza, ya que le pareció que de ella nacían místicos senderos que le ofrecían alguna posibilidad de evadirse de esta vida. Sólo una observación más cuidadosa le hizo comprender la falta de fantasía y de belleza, la rancia y prosaica vulgaridad, la gravedad de lechuza y las grotescas pretensiones de inquebrantable fe que reinaban de manera aplastante y opresiva entre la mayor parte de quienes la profesaban; o le hizo sentir plenamente la torpeza con que trataban de mantenerla viva, como si aún fuera el intento de una raza primordial por combatir los terrores de lo desconocido. A Carter le aburría la solemnidad con que la gente trataba de interpretar la realidad terrenal a partir de viejos mitos, que a cada paso eran refutados por su propia ciencia jactanciosa. Y esta seriedad inoportuna y fuera de lugar mató el interés que podía haber sentido por las antiguas creencias, de haberse limitado a ofrecer ritos sonoros y expansiones emocionales con su auténtico significado de pura fantasía. Pero cuando comenzó a estudiar a los filósofos que habían derribado los viejos mitos, los encontró aún más detestables que quienes los habían respetado. No sabían esos filósofos que la belleza estriba en la armonía, y que el encanto de la vida no obedece a regla alguna en este cosmos sin objeto, sino únicamente a su consonancia con los sueños y los sentimientos que han modelado ciegamente nuestras pequeñas esferas a partir del caos. No veían que el bien y el mal, y la felicidad y la belleza, son únicamente productos ornamentales de nuestro punto de vista, que su único valor reside en su relación con lo que por azar pensaron y sintieron nuestros padres; y que sus características, aun las más sutiles, son diferentes en cada raza y en cada cultura. En cambio, negaban todas estas cosas rotundamente, o las explicaban mediante los instintos vagos y primitivos que todos compartimos con las bestias y los patanes; de este modo, sus vidas se arrastraban penosamente por el dolor, la fealdad y el desequilibrio; aunque, eso sí, henchidas del ridículo orgullo de haber escapado de un mundo que en realidad no era menos sólido que el que ahora les sostenía. Lo único que habían hecho era cambiar los falsos dioses del temor y de la fe ciega por los de la licencia y de la anarquía. Carter apenas gozaba de estas modernas libertades, porque resultaban mezquinas e inmundas a su espíritu amante de la belleza única; por otra parte, su razón se rebelaba contra la lógica endeble mediante la cual sus paladines pretendían adornar los brutales impulsos humanos con la santidad arrebatada a los ídolos que acababan de deponer. Veía que la mayor parte de la gente, como el mismo clero desacreditado, seguía sin poder sustraerse a la ilusión de que la vida tiene un sentido distinto del que los hombres le atribuyen, ni establecer una diferencia entre las nociones de ética y belleza, aun cuando, según sus descubrimientos científicos, toda la naturaleza proclama a los cuatro vientos su irracionalidad y su impersonal amoralidad. Predispuestos y fanáticos por las ilusiones preconcebidas de justicia, libertad y conformismo, habían arrumbado el antiguo saber, las antiguas vías y las antiguas creencias; y jamás se habían parado a pensar que ese saber y esas vías seguían siendo la única base de los pensamientos y de los criterios actuales, los únicos guías y las únicas normas de un universo carente de sentido, de objetivos estables y de hitos fijos. Una vez perdidos estos marcos artificiales de referencia, sus vidas quedaron privadas de dirección y de interés, hasta que finalmente tuvieron que ahogar el tedio en el bullicio y en la pretendida utilidad de las prisas, en el aturdimiento y en la excitación, en bárbaras expansiones y en placeres bestiales. Y cuando se hallaron hartos de todo esto, o decepcionados, o la náusea les hizo reaccionar, entonces se entregaron a la ironía y a la mordacidad, y echaron la culpa de todo al orden social. Jamás lograron darse cuenta de que sus principios eran tan inestables y contradictorios como los dioses de sus mayores, ni de que la satisfacción de un momento es la ruina del siguiente. La belleza serena y duradera sólo se halla en los sueños; pero este consuelo ha sido rechazado por el mundo cuando, en su adoración de lo real. arrojó de sí los secretos de la infancia. En medio de este caos de falsedades e inquietudes, Carter intentó vivir como correspondía a un hombre digno, de sentido común y buena familia. Cuando sus sueños fueron palideciendo por la edad y su sentido del ridículo, no los pudo sustituir por ninguna creencia; pero su amor por la armonía le impidió apartarse de los senderos propios de su raza y condición. Caminaba impasible por las ciudades de los hombres, y suspiraba porque ningún escenario le parecía enteramente real, porque cada vez que veía los rojos destellos del sol reflejados en los altos tejados, o las primeras luces del anochecer en las plazoletas solitarias, recordaba los sueños que había vivido de niño, y añoraba los países etéreos que ya no podía encontrar. Viajar era sólo una burla; ni siquiera la Guerra Mundial le conmovió gran cosa, aunque participó en ella desde el principio en la Legión Extranjera de Francia. Durante cierto tiempo trató de buscar amigos, pero no tardó en darse cuenta de que todos ellos eran groseros, banales y monótonos, y demasiado apegados a las cosas terrenales. Se alegraba vagamente de no tener trato con sus familiares, porque ninguno le habría sabido comprender, excepto, quizá, su abuelo y su tío abuelo Christopher; pero hacía tiempo que ambos habían muerto. Entonces comenzó a escribir libros de nuevo, cosa que no hacía desde que los sueños le habían abandonado. Pero tampoco encontró en ello ninguna satisfacción ni desahogo, porque aún sus pensamientos eran demasiado mundanos, y no podía pensar en cosas hermosas, como antes. Los destellos de humor irónico echaban abajo los alminares fantasmales que su imaginación erigía, y su terrenal aversión por todo lo inverosímil marchitaba las flores más delicadas y fascinantes de sus maravillosos jardines. La religiosidad convencional que adjudicaba a sus personajes los impregnaba de un sentimentalismo empalagoso, en tanto que el mito del realismo y de la necesidad de pintar acontecimientos y emociones vulgarmente humanos, degradaban toda su elevada fantasía, convirtiéndola en un fárrago de alegorías mal disimuladas y superficiales sátiras de la sociedad. Así, sus nuevas novelas alcanzaron un éxito que jamás habían conocido las de antes; pero al comprender cuán insulsas debían ser para agradar a la vana muchedumbre, las quemó todas y dejó de escribir. Eran unas novelas triviales y elegantes, en las que se sonreía educadamente de los propios sueños que apenas si describía por encima; pero se dio cuenta de que eran artificiosas y falsas, y carecían de vida. Después de estos intentos se dedicó a cultivar el ensueño deliberado, y ahondó en el terreno de lo grotesco y de lo excéntrico, como buscando un antídoto contra los anteriores lugares comunes. Estos campos no tardaron, sin embargo, en poner de manifiesto su pobreza y su esterilidad; y pronto se dio cuenta de que las habituales creencias ocultistas son tan escasas e inflexibles como las científicas, aunque desprovistas de toda verosimilitud. La estupidez grosera, la superchería y la incoherencia de las ideas no son sueños, ni ofrecen a un espíritu superior ninguna posibilidad de evadirse de la vida real. Así, pues, Carter compró libros aun más extraños, y buscó escritores más profundos y terribles, de fantástica erudición; se sumergió en los arcanos menos estudiados de la conciencia, ahondó en los profundos secretos de la vida, de la leyenda y de la remota antigüedad, y aprendió cosas que le dejaron marcado para siempre. Decidió vivir a su modo y amuebló su casa de Boston de forma que pudiera armonizar con sus cambios de humor. Consagró una habitación a cada uno de ellos, y las pintó con los colores adecuados, disponiendo en ellas los libros convenientes y dotándolas de objetos y aparatos que le proporcionasen las sensaciones requeridas en cuanto a luz, calor, sonidos, sabores y aromas. Una vez oyó hablar de un hombre al cual, allá en el Sur, le rehuían y le temían todos por las cosas blasfemas que leía en arcaicos libros y en tabletas de arcilla que había conseguido traer clandestinamente de la India y de Arabia. Y fue a visitarlo, y vivió con él, y compartió sus estudios durante siete años, basta que una noche les sorprendió el horror en un viejo cementerio desconocido, del que, de los dos que habían entrado, sólo uno regresó. Entonces volvió a Arkham, la ciudad terrible y embrujada de Nueva Inglaterra, donde habían vivido sus antepasados, y allí hizo experiencias en la oscuridad, entre sauces venerables y ruinosos tejados, que le hicieron sellar para siempre ciertas páginas del diario de uno de sus predecesores, de una mentalidad excepcionalmente tenebrosa. Pero estos horrores sólo le llevaron hasta los límites de la realidad; y no pudiendo traspasarlos, no llegó a la auténtica región de los sueños por la que él había vagado durante su juventud. De este modo, cuando cumplió los cincuenta años, perdió toda esperanza de paz o de felicidad, en un mundo demasiado atareado para percibir la belleza y demasiado intelectual para tolerar los sueños. Habiendo comprendido al fin la fatalidad de todas las cosas reales, Carter pasó sus días en soledad, recordando con añoranza los sueños perdidos de su juventud. Consideró que era una estupidez seguir viviendo de esa manera, y por mediación de un sudamericano, conocido suyo, consiguió una poción muy singular, capaz de sumirle sin sufrimiento en el olvido de la muerte. La desidia y la fuerza de la costumbre, no obstante, le hicieron aplazar esta decisión, y siguió languideciendo sin resolverse a poner fin a su vida, y vagando por el mundo de sus recuerdos. Quitó las extrañas colgaduras de las paredes y volvió a arreglar la casa como en sus primeros años de juventud: repuso las cortinas purpúreas, los muebles victorianos y todo lo demás. Con el paso del tiempo, casi llegó a alegrarse de haber diferido su determinación, ya que sus recuerdos de juventud y su ruptura con el mundo hicieron que la vida y sus sofisterías le pareciesen muy distantes e irreales, tanto más cuanto que a ello se añadió un toque de magia y esperanza que ahora empezaba a deslizarse en sus descansos nocturnos. Durante años, en sus noches de ensueño, sólo había visto los reflejos deformados de las cosas cotidianas, tal como las veían los más vulgares soñadores; pero ahora comenzaba a vislumbrar de nuevo el resplandor de un mundo extraño y fantástico, de una naturaleza confusa aunque pavorosamente inminente, que adoptaba la forma de escenas nítidas de sus tiempos de niñez y le hacía recordar hechos y cosas intranscendentes, largo tiempo olvidados. A menudo se despertaba llamando a su madre y a su abuelo, cuando hacía ya un cuarto de siglo que ambos descansaban en sus tumbas. Luego, una noche, su abuelo le recordó la llave. Aquel sabio de cabeza encanecida, con la misma apariencia de vida que en sus buenos tiempos, le habló larga y seriamente de su rancia estirpe y de las extrañas visiones que habían tenido aquellos hombres refinados y sensibles que eran sus antepasados. Le habló del cruzado de ojos llameantes, y de los crueles secretos que éste aprendió de los sarracenos durante el tiempo que lo tuvieron en cautiverio; del primer sir Randolph Carter, que estudió artes mágicas en tiempos de la reina Isabel. Asimismo, le habló de Edmund Carter, que estuvo a punto de ser ahorcado con las brujas de la ciudad de Salem, y que había guardado en una caja una gran llave de plata que había recibido de manos de sus mayores. Antes que Carter despertara, su etéreo visitante le dijo dónde encontraría la caja y que se trataba de un cofrecillo de prodigiosa antigüedad, cuya tosca tapa, tallada en madera de roble, no había abierto mano alguna desde hacía doscientos años. Entre el polvo y las sombras del desván lo encontró, remoto y olvidado en el último cajón de una enorme cómoda. El cofrecillo era como de un pie cuadrado, y tenía unos bajorrelieves góticos tan tenebrosos, que no se extrañó de que nadie se hubiera atrevido a abrirlo desde los tiempos de Edmund Carter. No sonó nada dentro al sacudirlo, pero despidió místicos perfumes de especias olvidadas. Lo de que contenía una llave no era, sin duda alguna, más que una oscura leyenda. Ni siquiera el padre de Randolph Carter había sabido nunca que existiese tal cofrecillo. Estaba reforzado con tiras de hierro herrumbroso y no parecía haber medio alguno de abrir su imponente cerradura. Carter tenía el vago presentimiento de que dentro encontraría la llave de la perdida puerta de los sueños, pero su abuelo no le había dicho una sola palabra de cómo y dónde usarla. Un viejo criado suyo forzó la tapa esculpida; y al hacerlo, las horribles caras les miraron desde la madera ennegrecida. En el interior, un pergamino descolorido envolvía una enorme llave de plata deslustrada, labrada con misteriosos arabescos; pero no había allí explicación legible de ninguna clase. El pergamino era voluminoso, y estaba cubierto de extraños jeroglíficos pertenecientes a una lengua desconocida, trazados con un antiguo junco. Carter reconoció en ellos los mismos caracteres que había visto en cierto rollo de papiro que perteneciera al terrible sabio del Sur, el que desapareció una noche en determinado cementerio de remota antigüedad. Aquel hombre se estremecía siempre que consultaba el rollo, y Carter tembló ahora también. Pero limpió la llave y la conservo esa noche a su lado, metida en su aromático estuche de roble viejo. Entre tanto, sus sueños se fueron haciendo más vívidos y, aunque en ellos no aparecía ninguna de aquellas extrañas ciudades, ni los increíbles jardines de sus viejos tiempos, fueron adquiriendo un significado definido cuya finalidad no dejaba lugar a dudas. Era llamado en sueños desde un pasado remoto, y se sentía arrastrado por las voluntades unidas de todos sus antepasados hacia alguna fuente oculta y ancestral. Entonces comprendió que debía penetrar en el pasado y confundirse con las viejas cosas; y día tras día pensó en las colinas del norte, donde se hallan la encantada ciudad de Arkham y el impetuoso Miskatonic, y la rústica y solitaria morada de su familia. Bajo la lívida luz del otoño, Carter emprendió el viejo camino a través de un mágico panorama de colinas onduladas y de prados cercados de piedra, y atravesó el valle lejano de laderas cubiertas de bosque, recorrió la serpeante carretera, pasó junto a las abrigadas granjas y bordeó los meandros cristalinos del Miskatonic, cruzado aquí y allá por rústicos puentecillos de madera o de piedra. En una de sus curvas vio el grupo de olmos gigantescos donde había desaparecido misteriosamente uno de sus antepasados hacía ciento cincuenta años, y se estremeció al sentir el viento que soplaba de modo significativo entre sus troncos. Luego apareció la casa solitaria y ruinosa del viejo Goody Fowler, el brujo, con sus ventanucos endemoniados y su gran tejado que descendía casi hasta el suelo por la parte de atrás. Pisó el acelerador al pasar por delante, y no moderó la marcha hasta haber coronado la colina donde había nacido su madre, y los padres de su madre, en un blanco y viejo caserón que todavía conservaba su imponente aspecto desde la carretera, colgado sobre un paisaje trágico y maravilloso de rocosas pendientes y valles verdeantes, en cuyo horizonte se divisaban los lejanos campanarios de Kingsport, y aún más allá se adivinaba la presencia de un mar arcaico y henchido de sueños. Luego vino la ladera de monte bajo donde se alzaba la mansión que Carter no había visitado desde hacía cuarenta años. Caía ya la tarde cuando llegó al pie del lugar, y a mitad de camino se detuvo a contemplar la extensa comarca dorada y celestial, inundada por la luz sesgada del sol poniente. Toda la fantasía y el anhelo de sus sueños recientes parecían encarnar en este paisaje apacible y extraño que le sugería la ignorada soledad de otros planetas. Recorrió con la mirada el tapiz desierto de los prados que se estremecía entre tapias derruidas y mágicos macizos de bosque que destacaban por encima del ondulado perfil de las colinas, y el valle espectral, poblado de árboles, que se precipitaba entre sombras hacia los húmedos bordes de los riachuelos cuyas aguas sollozaban al discurrir gorgoteantes entre hinchadas y retorcidas raíces. Algo le dijo que su automóvil no pertenecía a este universo, así que lo dejó junto al límite del bosque y, metiéndose la enorme llave en el bolsillo de la chaqueta, siguió subiendo a pie por la cuesta. Se internó en lo profundo del bosque, aun a sabiendas de que el edificio estaba en lo alto de una loma totalmente despejada de árboles, excepto por el norte. Se preguntó qué aspecto ofrecería la casa, puesto que estaba vacía y abandonada, en parte por culpa suya, desde la muerte de su extraño tío abuelo Christopher, ocurrida hacía treinta años. Durante su niñez había pasado largas temporadas allí, y había descubierto extrañas maravillas en los bosques que se extendían al otro lado del huerto. Las sombras se hicieron más densas a su alrededor, porque la noche estaba cerca. A su derecha, se abrió entre los árboles un calvero, de suerte que, durante un momento, pudo distinguir leguas y leguas de praderas bañadas de luz crepuscular. y al fondo, el campanario de la Congregación, que se alzaba sobre la Colina Central de Kingsport. Arrebolados con el último resplandor del día, los cristales redondos de las lejanas ventanitas parecían despedir llamaradas del fuego. Sin embargo, al sumergirse de nuevo en las sombras, recordó de pronto, con un sobresalto, que esta visión fugaz no podía proceder sino de algún trasfondo de su memoria infantil, ya que hacía mucho tiempo que la iglesia había sido derruida para construir en su lugar el Hospital de la Congregación. Había leído la noticia con interés, ya que el periódico hablaba además de las extrañas galerías o pasadizos que se habían encontrado en la roca, bajo sus cimientos. A través de su confusión, le pareció oír una voz aflautada, y al reconocer su acento familiar después de tantos años, sintió un nuevo escalofrío. Benjiah Corey, el antiguo criado de su tío Christopher, era ya un anciano en aquella época lejana de su niñez en que venía a pasar temporadas enteras al viejo caserón. Ahora tendría más de ciento cincuenta años; pero aquella voz cascada no podía ser de nadie más. Carter no pudo distinguir lo que decía, pero el tono era inconfundible y obsesionante. ¡Quién iba a decir que el «Viejo Benjy» aún estaba vivo! -¡Señorito Randy! ¡Señorito Randy! ¿Dónde estás? ¿Quieres matar de un disgusto a tu tía Martha? ¿No te dijo que no te alejaras de la casa cara a la noche, y que volvieras antes de oscurecer? ¡Randy! ¡Ran...dyyy! En mi vida he visto un chiquillo que le guste tanto corretear por el bosque; se pasa el día merodeando por esa maldita caverna de serpientes... ¡Eh, Ran...dyyy! Randolph Carter se paró en la densa oscuridad y se restregó los ojos con la mano. Era muy extraño. Algo no andaba bien. Se encontraba en un paraje donde no debía estar; se había extraviado en unos lugares muy apartados, adonde no debía haber ido, y ahora era imperdonablemente tarde. No había mirado la hora en el reloj del campanario de Kingsport, aun cuando podía haberla visto fácilmente con su catalejo de bolsillo; pero sabía que su retraso era algo muy extraño y sin precedentes. No estaba seguro de haberse traído consigo el catalejo, y se metió la mano en el bolsillo de la blusa para cerciorarse. No, no lo traía; pero en cambio llevaba una llave de plata que había encontrado en alguna parte, dentro de una caja. Tío Chris le dijo una vez algo muy raro acerca de una arqueta cerrada donde había una llave, pero tía Martha le hizo callar bruscamente, diciendo que no debía contar historias de ese género a un muchacho que ya tenía la cabeza demasiado llena de quimeras. Entonces intentó recordar exactamente dónde había encontrado la llave, pero todo era muy confuso. Se preguntó si no sería en el desván de su casa de Boston, y se acordó vagamente de haber sobornado a Parks con el sueldo de media semana para que le ayudara a abrir la caja, y guardara silencio después; pero al evocar la escena, la cara de Parks le resultó muy extraña, como si las arrugas de innumerables años hubieran hecho presa de pronto en el vivo y menudo cockney. -¡Ran. . . dyyy ! ¡Ran... dyyy! ¡Eh! ¡Eh! ¡Randy! Una linterna oscilante apareció por la curva oscura, y el viejo Benjiah se arrojó sobre la silueta silenciosa y perpleja de Carter. -¡Maldito crío, ahí estabas tú! ¿No tienes lengua en la boca, que no contestas? ¡Hace media hora que te estoy llamando, y me has tenido que oír hace rato! ¿Es que no sabes que tu tía Martha está la mar de preocupada por tu culpa? ¡Espera y verás, cuando se lo diga a tu tío Chris! ¡Deberías saber que estos bosques no son lugar a propósito para andar por ahí a estas horas! Te puedes tropezar con cosas malas, de las que nada bueno puedes esperar, como mi abuelo sabía muy bien antes que yo. ¡Vamos, señorito Randy, o Hanna no nos guardará la cena! De este modo, Carter se vio arrastrado cuesta arriba, hacia donde brillaban fascinantes las estrellas a través de los altos ramajes otoñales. Y oyeron ladrar a los perros, y vieron la luz amarillenta de las ventanas tras la última revuelta del camino, y contemplaron el parpadeo de las Pléyades por encima del calvero donde se erguía un gran tejado negro contra el agonizante crepúsculo de poniente. Tía Martha estaba en el umbral, y no regañó demasiado al pequeño tunante cuando Benjiah lo hizo entrar. Demasiado bien sabía por tío Chris que estas cosas eran propias de los Carter. Randolph no le enseñó la llave, sino que cenó en silencio y sólo protestó cuando llegó la hora de acostarse. El solía soñar mejor despierto, y por otra parte, quería utilizar la llave aquella. A la mañana siguiente, Randolph se levantó temprano, y habría echado a correr hacia la arboleda de arriba, si su tío Chris no le hubiera cogido, obligándole a sentarse a desayunar. Impaciente, paseó la mirada a su alrededor, por aquella estancia de suelo inclinado, por la alfombra andrajosa, por las descubiertas vigas del techo y por los pilares angulares, y sólo sonrió cuando las ramas del huerto arañaron los cristales de la ventana del fondo. Los árboles y las colinas estaban allí cerca, a su lado, y constituían las puertas de aquel reino intemporal que era su verdadera patria. Luego, cuando le dejaron libre, se tentó el bolsillo de la blusa para ver si tenía la llave; y al ver que sí, cruzó el huerto y echó hacia arriba, por donde el monte se elevaba hasta por encima del calvero. El suelo del bosque estaba tapizado de musgo y de misterio. Los grandes peñascos cubiertos de líquenes se erguían vagamente, bajo la luz difusa, como enormes monolitos druidas entre los troncos inmensos y retorcidos de un bosque sagrado. A mitad de su ascenso, Randolph cruzó un torrente cuyas cascadas, un poco más abajo, cantaban misteriosos sortilegios a los faunos escondidos, a los egipanes y a las dríadas. Luego llegó a la extraña cueva que se abría en la falda del monte, a la temible Caverna de las Serpientes que la gente del campo solía rehuir, y de la que pretendía mantenerle alejado Benjiah. La cueva era profunda, más profunda de lo que cualquiera habría sospechado, porque Randolph había descubierta una hendidura en el rincón más profundo y oscuro, que daba acceso a otra gruta más grande aún: a un espacio secreto y sepulcral cuyas graníticas paredes daban la impresión de haber sido trabajadas por un ser inteligente. Esta vez entró reptando, como en las demás ocasiones, y alumbrándose con las cerillas que había cogido del cuarto de estar, y se deslizó por la grieta del final con una ansiedad inexplicable para sí mismo. No sabía por qué razón se aproximó a la pared del fondo con tanta resolución, ni por qué sacó instintivamente la gran llave de plata. Pero siguió adelante; y cuando, aquella noche, regresó excitado a casa, no dio ninguna explicación por su tardanza, ni prestó la más mínima atención a la regañina que se ganó por haber ignorado totalmente la llamada de cuerno que anunciaba la comida de mediodía. Hoy coinciden todos los parientes lejanos de Randolph Carter en que, cuando éste tenía diez años, ocurrió algo que despertó su imaginación. Su primo Ernest B. Aspinwall, de Chicago, es diez años mayor que él, y recuerda muy bien el cambio operado en el muchacho después del otoño de 1883. Randolph había contemplado paisajes fantásticos, como nadie los ha contemplado en la vida; pero más extraños aún eran algunos de los poderes que mostró en relación con cosas muy reales. Parecía, en suma haber adquirido el don singular de la profecía, y a veces reaccionaba de un modo extraño ante cosas que, pese a carecer totalmente de importancia en aquel momento, justificaban más tarde sus singulares actitudes. En el curso de los decenios subsiguientes, a medida que se inscribían nuevos inventos, nuevos nombres y nuevos acontecimientos en el libro de la historia, la gente podía recordar sorprendida cómo Carter se había referido años antes a cosas que de algún modo, pero inequívocamente, se relacionaban con ellos. El mismo no comprendía sus propias palabras, ni sabía por qué ciertas cosas le producían determinada emoción, aunque suponía que ello era debido seguramente a algún sueño que a la sazón no lograba recordar. A principios de 1897, cuando cierto viajero mencionó el pueblo francés de Belloy-en-Santerre, se puso pálido, y sus amigos lo recordaron después porque, en 1916, durante la Guerra Mundial, recibió en ese pueblo una herida que estuvo a punto de costarle la vida. Los parientes de Carter hablan a menuda de todo esto, porque él ha desaparecido recientemente. Su viejo criado, el menudo Parks, que durante muchos años había soportado con paciencia sus extravagancias, fue el último que le vio aquella mañana en que cogió el coche y se fue con una llave que acababa de encontrar. Parks le había ayudado a sacar la llave del antiguo cofrecillo que la contenía, y se sentía singularmente impresionado por los grotescos relieves que adornaban dicha arqueta, y por alguna otra causa que no le era posible referir. Cuando Carter se marchó, dejó dicho que iba a los alrededores de Arkham a visitar la comarca de sus antepasados. A mitad de la cuesta del Monte del Olmo, por la carretera que va hacia las ruinas de la morada solariega de los Carter, encontraron el coche cuidadosamente aparcado en la cuneta. Dentro encontraron un cofrecillo de aromática madera, adornado con unos relieves que llenaron de pavor a los campesinos que dieron con el vehículo. Este cofrecillo contenía tan sólo un pergamino, cuyos caracteres no pudieron descifrar ni lingüistas ni paleógrafos. La lluvia había borrado las huellas de sus pasos, pero parece que la policía de Boston podría haber dicho mucho sobre el desorden que reinaba entre las vigas derrumbadas de la mansión de los Carter. Era, según dijeron, como si alguien hubiera andado revolviendo entre las ruinas recientemente. Encontraron, algo más allá, un pañuelo blanco de bolsillo entre las rocas del bosque, pero no pudieron demostrar que pertenecía al desaparecido. Entre los herederos de Randolph Carter se habla de repartir sus bienes, pero yo pienso oponerme firmemente a ello porque no creo que haya muerto. Existen repliegues en el tiempo y en el espacio, en la fantasía y en la realidad, que sólo un soñador puede adivinar; y, por lo que sé de Carter, creo que lo que ha sucedido es que ha descubierto un medio de atravesar estos nebulosos laberintos. Si volverá o no alguna vez, es cosa que no puedo afirmar. El buscaba las perdidas regiones de sus sueños y sentía nostalgia por los días de su niñez. Después encontró una llave, y me inclino a creer que logró utilizarla para sus extraños fines. Se lo preguntaré cuando le vea, porque espero encontrarlo en cierta ciudad soñada que ambos solíamos frecuentar. Se dice en Ulthar, comarca que se extiende al otro lado del río Skai, que un nuevo rey ocupa el trono de ópalo de Ilek-Vad; la ciudad fabulosa de infinitos torreones que se asienta en lo alto de los acantilados de cristal que dominan ese mar crepuscular donde los Gnorri, seres barbudos con aletas natatorias, construyen sus singulares laberintos; y creo que sé cómo interpretar este rumor. Ciertamente, espero con impaciencia el momento de contemplar esa gran llave de plata, porque en sus misteriosos arabescos pueden estar simbolizados todos los designios y secretos de un cosmos ciegamente impersonal.

ESTOMAGO DE POETA

ESTOMAGO DE POETA La vida apalea el corazón
De un asceta urbano.
La muerte no da abasto
Entre nuevas pestes
Y guerras; ...libro.
El cambio que hace falta
Es brutal.
La amenaza nuclear
De nuevo ensombrece
Un cielo enfermo y
Cansado.
El mar, aguanta igual
Con la misma esperanza
Que se alimenta el estomago
Del poeta.
Da que pensar, por lo menos en mi
Caso.
Libertad, divino tesoro
KAOS apodérate de mi cerebro
¡¡Alma!! Corre con el viento.

J.I. BEJANO DOMÍNGUEZ.

MR. GOSH

MR. GOSH Este muñeco vudú es un persistente enamorado de Lenore. ¿Por qué resistente? Él hace intentos claramente desesperados para que Lenore tenga una cita con él, le dirija la palabra, o por lo menos que lo mire.
Él es conocido por su resistencia al dolor y... ¡él volvió de la tumba! Después de que Lenore pasó la segadora de césped sobre su cabeza en 164 ocasiones, después de los cuchillos de 8 pulgadas que atravesaron su cabeza y después de que Lenore pusiera su cabeza en el fuego. Mr. Gosh dice que esto no le duele tanto mientras sean de Lenore.
Lo que Roman Dirge quiere demostrar con este personaje, es el lado oscuro de las relaciones amorosas.
En fin, creo que este personaje es muy bueno, en especial por ser tan continuo. Pero me agrada más la forma como Lenore lo trata (una de las canciones preferidas -en inglés- del Mr. Gosh es: Taste Of Love'-- "you treat me like a dog" )

LOT Y SUS HIJAS.

LOT Y SUS HIJAS. LOT Y SUS HIJAS: EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA CÓLERA DE DIOS
Cuando Dios comunica a Abraham que pretende destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, Lot, sobrino de Abraham, se encuentra de paso en la primera. Con el fin de averiguar cuántos hombres justos se hallan en Sodoma, Dios envía dos ángeles disfrazados de hombres corrientes. Los dos ángeles se encuentran con Lot quien les ofrece comida y cobijo. Los demás hombres de la ciudad, impíos y depravados, al enterarse, cercan la casa de Lot y le exigen que los dos forasteros les sean entregados con la intención de abusar sexualmente de ellos. Entonces Lot, ofrece a cambio a sus hijas vírgenes en lugar de a los forasteros:
”Haced de ellas como bien os pareciere, pero a estos varones no les hagáis nada, porque se acogieron a la sombra de mi tejado”.
Ante la negativa de aceptar a las hijas de Lot y el intento de derribo de la puerta de la casa del patriarca, los dos ángeles comunican a Lot las intenciones de Dios sobre la ciudad y le exhortan a que él y su familia abandonen con la máxima premura Sodoma:
”Escapa por tu vida y no mires tras de ti”
Así pues, Dios hizo “llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, y destruyó las dos ciudades. Pero la mujer de Lot miró atrás y se convirtió en una estatua de sal”.

Según se cuenta, las dos hijas de Lot creían incluso que toda la humanidad había sido aniquilada salvo ellos, por eso la mayor propone a la pequeña:
”No queda varón en la Tierra que entre a nosotras conforme a la costumbre de toda la Tierra. Ven, demos de beber vino a nuestro padre y durmamos con él, y conservaremos de nuestro padre generación”.
Y así lo hicieron.

EN ESTE MALDITO BURDEL

EN ESTE MALDITO BURDEL La virgen del burdel
Siempre virgen, nunca sola
Se toma la copa
Que le ha visto crecer
De ángel de alas sucias
A virgen de burdel
Ascendió a los cielos
Para luego caer sin remedio
En otro amanecer.
La espiral esta impresa en tu retina
Mas allá de tu piel, puede leer
Para luego caer
Sin remedio, en otro amanecer
Junto a ti que no contigo
En este maldito burdel.

J.I. BEJANO DOMÍNGUEZ.

EL SUEÑO.

EL SUEÑO. Hay momentos de soledad
En que el corazón reconoce, atónito, que no ama.
Acabamos de incorporarnos, cansados: el día oscuro.
Alguien duerme, inocente, todavía sobre su lecho.

Pero quizá nosotros dormimos... Ah! No ; nos movemos
Y estamos tristes, callados. La lluvia, allí, insiste.

Mañana de bruma lente, impiadosa. ¡Cuán solos!
Miramos los cristales. Las ropas, caídas,
El aire, pesado, el agua sonando. Y el cuarto,
Helado en este duro invierno que, fuera, es distinto.

Así te quedas callado, tu rostro en tu palma.
Tu codo sobre la mesa. La silla en silencio.
Y sólo suena el pausado respiro de alguien,
De aquella que allí, serena, bellísima, duerme
Y sueña que no la quieres, y tú eres su sueño.

VIVENTE ALEIXANDRE.

MAMA

MAMA Cuando viniste a este mundo, Ella te sostuvo en sus brazos.
Tú se lo agradeciste gritando.
Cuando tenías un 1 año, Ella te alimentaba y te bañaba.
Tú se lo agradeciste llorando la noche entera.
Cuando tenías 2 años, Ella te enseñó a caminar.
Tú se lo agradeciste huyendo de Ella cuando te llamaba.
Cuando tenías 3 años, Ella te hacía todas las comidas con amor.
Tú se lo agradeciste tirando el plato al piso.
Cuando tenías 4 años, Ella te dio unos lápices de colores.
Tú se lo agradeciste pintando todas las paredes del comedor.
Cuando tenías 5 años, Ella te vestía para las ocasiones especiales.
Tú se lo Agradeciste tirándote, enlodadote a más no poder.
Cuando tenías 6 años, Ella te llevaba a la escuela.
Tú se lo agradeciste gritándole: ¡NO VOY A IR!
Cuando tenías 7 años, Ella te regaló una pelota.
Tú se lo agradeciste arrojándola contra la ventana del vecino.
Cuando tenías 8 años, Ella te trajo un helado.
Tú se lo agradeciste derramándoselo sobre su falda.
Cuando tenías 9 años, Ella té pago unas clases de piano.
Tú se lo agradeciste nunca practicando.
Cuando tenías 10 años, Ella te llevaba con el auto a todas partes de Gimnasio al partido de fútbol, de fiestas de cumpleaños, a otras fiestas.
Tú se lo agradeciste cuando salías del coche y nunca mirabas atrás.
Cuando tenías 11 años, Ella te llevó a ti y a tus amigos a ver una película.
Tú se lo agradeciste diciéndole que se sentara en otra fila.
Cuando tenías 12 años, Ella te aconsejó que no miraras ciertos programas.
Tú se lo agradeciste esperando que ella se fuera de la casa.
Cuando tenías 13 años, Ella te sugirió un corte de pelo que estaba de moda.
Tú se lo agradeciste diciéndole que Ella no tenia gusto.
Cuando tenías 14, Ella té pagó un mes de vacaciones en el campamento de verano.
Tú se lo agradeciste olvidándote de escribirle una carta.
Cuando tenías 15, Ella venía de trabajar y quería darte un abrazo.
Tú se lo agradeciste cerrando con llave la puerta de tu habitación.
Cuando tenías 16, Ella te enseñó cómo manejar su coche.
Tú se lo agradeciste usándoselo todas las veces que podías.
Cuando tenías 17 años, Ella esperaba una llamada importante.
Tú se lo agradeciste, hablando por teléfono toda la noche.
Cuando tenías 18, Ella lloró en la fiesta de tu graduación de la escuela.
Tú se lo agradeciste estando de fiestas hasta el amanecer.
Cuando tenías 19 años, Ella té pagó la cuota de la universidad, te llevó en coche hasta el campus y cargó tus maletas.
Tú se lo agradeciste diciéndole adiós desde fuera del dormitorio, así no te sentirías avergonzado ante tus amigos.
Cuando tenías 20 años, Ella te preguntó si estabas saliendo con alguien.
Tú se lo agradeciste diciéndole: "A Ti no te importa eso."
Cuando tenías 21 años, Ella te sugirió algunas carreras para tu futuro.
Tú se lo agradeciste diciéndole: "No quiero ser como Tú."
Cuando tenías 22, Ella te abrazó en la fiesta de graduación de la Universidad.
Tú se lo agradeciste diciéndole si te podía pagar un viaje a Europa.
Cuando tenías 23, Ella te dio algunos muebles para tu primer departamento.
Tú se lo agradeciste diciéndoles a tus amigos que los muebles eran feos.
Cuando tenías 24, Ella conoció a tu futura esposa y le preguntó sus planes para el futuro.
Tú se lo agradeciste con una mirada feroz y le gritaste "¡Cállate!".
Cuando tenías 27, Ella te ayudó a pagar los gastos de tu boda y llorando te dijo que te amaba muchísimo.
Tú se lo agradeciste mudándote por la mitad de el país.
Cuando tenías 30, Ella te dio algunos consejos para cuidar al bebé.
Tú se lo agradeciste, diciéndole que las cosas son diferentes ahora.
Cuando tenías 40, Ella te llamó para recordarte el cumpleaños de tu Papá.
Tú se lo agradeciste diciéndole que estabas muy ocupado.
Cuando tenías 50, Ella se enfermó y necesitó que la cuidaras.
Tú se lo agradeciste leyendo sobre la carga que representan los padres hacia los hijos.

De repente, un día............., Ella silenciosamente MURIOOOO......!!!!. Y todas las cosas que nunca hiciste cayeron como un trueno.
Tomémonos un momento para rendir honor y tributo a la persona que llamamos MAMÁ, aunque algunos no la pueden llamar así de ese modo abiertamente. No hay sustituto para Ella. Alegra cada momento. Aunque a veces, Ella no parezca la mejor de las amigas, quizás no concuerde con tu forma de pensar, pero aún así ¡Es tú Madre!. Ella estará allí para ayudarte con tus dolores, tus penas, tus frustraciones. Pregúntate a ti mismo:¿Has LIMITADO tu tiempo para estar con Ella, para escuchar sus quejas sobre el trabajo en la cocina, su cansancio? Sé prudente, generoso y muéstrale el debido respeto, aunque tú pienses diferente de Ella. Una vez que se vaya de este mundo, solamente los recuerdos cariñosos del Ser que llamamos Mama sólo eso nos queda. Bendícela y pide a Dios por ella, porque Dios en su infinita misericordia le dio la dicha de ser Madre y a ti el de tener una Mama.
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TAXIDERMIO

TAXIDERMIO Este es el bien hablado, bien educado y bien vestido vecino y amigo de Lenore... pero con un rostro y cuerpo deforme, o como diríamos sutilmente, con una 'inusual' condición médica.
Lenore conoció a este tipo una vez que él fue a visitarla -cuando ella recién se mudó- él le regaló la criatura Malakai. Taxidermio le advirtió que era una criatura muy traviesa pero... Lenore pudo dominarlo maliciosamente >= ) . Taxidermio quedó muy sorprendido, y tiempo después él le confió unos bichos muy extraños para que Lenore los cuidara.
En fin, este es un gran amigo de Lenore, y al parecer se tienen mutua confianza.
Algo que debo mencionar de este extraño personaje, es que su automóvil es una extraña carroza para transportar féretros.
Este personaje es tan especial, que el señor Roman Dirge tiene pensado lanzar un libro llamado 'Taxidermy' -Taxidermio en español-. Si quieres conocer más de él entra a la página oficial de Roman Dirge, Lenore y amigos.

MR.PUFFY -O KKITY-.

MR.PUFFY -O KKITY-. Esta es la mascota -ya falleció- de Lenore, es un hermoso gato que la acompaña a todos lados, a dar un paseo nocturno, a dormir con la boca abierta, tomar tazas de té y golpear pequeños ratones de campo.
Lenore no lo trata mal -o al menos eso ella piensa- pero al gatito le da igual, pues ya está muertito.

VINCENT

VINCENT Vincent Malloy tiene siete años
Es un niño amable pero algo extraño
Es bueno, obediente y muy educado
Pero el quiere ser como Vincent Price,
Su ídolo soñado.
No le importa vivir con su gato su perro y su hermana
Aunque preferiría compartir casa con murciélagos y arañas.
Allí jugaría con los horrores que inventara
Y vagaría por los oscuros pasillos, solo y atormentado
Cuando viene su tia, Vincent parece un cielo
Pero se imagina sumergiéndola en agua hirviendo para su museo
Hace experimentos con su perro, Albert Crombie
Con el fin de crear un horrible zombie
Y con ese aspecto terrorífico para los hombres
Buscaría a sus víctimas por la niebla de Londres
Pero el no solo piensa en crímenes violentos
Vincent pinta, y de vez en cuando lee cuentos
Mientras otros niños leen tebeos de acción
A Vincent es Edgar Allan Poe quien llama su atención
Una noche cuando leía una historia horripilante
Algo le hizo palidecer al instante
Con tan maño disgusto su vida quedo derrumbada
Pues su esposa viva fue enterrada
Debía cerciorarse de que había muerto
Pero intentando desenterrarla destrozó las flores del huerto
Su madre lo envió a su cuarto como castigo
Desterrado en sus sueños a la torre del olvido
Sentenciado a pasar su vida
Con el retrato de su esposa que fue enterrada viva
Y mientras lloraba sumido en la desesperación
Apareció su madre en la habitación
Le dijo:”Si quieres puedes salir a jugar
Hace un día bueno, lo puedes aprovechar”
Vincent trató de hablar pero no pudo
Los años de aislamiento lo volvieron casi mudo
Así que cogió su pluma y se puso a escribir
“Estoy poseído por esta casa, nunca volveré a salir”
Su madre le contestó:”Ni estas poseido, ni estas medio muerto
Este juego tuyo es solo un invento, eres Vincent Malloy
¡No eres Vincent Price, y no estas loco ni atormentado, caray!
Tienes siete años y eres mi hijo
Vete a jugar con otros niños, te lo exijo
Y tras este toque de atención
Abandonó la habitación
Pero cuando Vincent trató de sobreponerse
Las paredes empezaron a moverse
Rugían, temblaban
Y su terrible locura la cima alcanzaban
Vio a Albert Crombie, su terrible esclavo
Y su mujer lo llamaba desde el otro lado
De la tumba nacían sus ecos
Y de las paredes surgían manos de esqueletos
Todas las desgracias que sus sueños atormentaban
Entraban en su vida mientras él gritaba
Trató de escapar, de huir del horror
Pero su mustio cuerpo se derrumbó por el dolor
De su mente, casi sin voz
Recitó “el cuervo” de Edgar Allan Poe
Mi alma, esa sombra que allí flota fantasmal
No se alzará
Nunca mas…

by:Tim burton

LA GOTA

LA GOTA Descubrir que eres
La ultima honda
De la primera gota
Del liquido Amniótico
Que cayo sin remedio,
Sin destino, a tu glándula
Lacrimal, lacrimógena por necesidad.
Estéril pensamiento
Desechado por efecto real
De una gota detrás de otra
¿o, acaso sigues creyendo
que las gotas viajan solas?

J.I. BEJANO DOMÍNGUEZ.

CUENTO DEL GATO Y EL RATON

CUENTO DEL GATO Y EL RATON “Sabia que...
...nunca llegarías lejos”
le decía el ratón al gato
mientras este:
moría envenenado
por su propio amo.
El gato, agonizante.
Respondió al ratón:
“también yo
siempre supe,
que tu eras libre
y yo
NO”.

J.I. BEJANO DOMÍNGUEZ.

NEGRA DE MAREA NEGRA,

NEGRA DE MAREA NEGRA, NEGRA DE MAREA NEGRA,
AUNQUE DIGAN LO CONTRARIO.

Y dirán que no ha pasado nada
Pero todo esto es negro de marea negra.
Negro sin salida
Negro muerte
Negro profundo e irreversible.
No hablo de los negritos del África Oriental
Ellos siguen comiéndose su hambre
Con arroz prestado.
Hablo de Arousa negra.
Hablo de las Cies negras
De Corcubión
De parte de Galicia muertas para siempre.
Hablo de lo más negro de la marea negra
Que apesta desde los despachos más grises.
Hablo del silencio y la mentira
De unos cuantos
Mientras los demás parten sus brazos
Entre rocas y arena negra
Contra lo peor de las mareas negras.
Hablo de cazadores cazados
Que necesitan lentes para cerca.
Hablo de agua salada
Mezclada con la mayor de las negruras
Y las lágrimas mas sinceras.
De un pueblo milenario
De un pueblo que siempre se mojó los pies para comer.
Palabras negras y cortas
Palabras que no devolverán ni el blanco de las olas
Ni la vida muerta cubierta de negro.
Negro de la mayor de las mareas negras.
Y dirán que no ha pasado nada.
Todo negro.
Y seguirán diciendo que no ha pasado nada.
Pero en la memoria de nuestras palabras
Esta marea negra, la mayor de las negras mareas
Se pegará a las suelas de nuestros zapatos
De nuestros deseos, de nuestros recuerdos
Para Siempre.

2º semestre, Año 2002.

CANDIDO SANZ GIL.

POR LA CALLE SEVERA DEL RITMO

POR LA CALLE SEVERA  DEL RITMO Por la calle, severa:
Los contratiempos,
Las sorpresas, hastíos del ritmo.
Por la calle severa
De la madrugada
Escribo versos en tus labios
Tu culo poesía en movimiento
Prosa y verso. Las únicas verdades
Sinceras de este jodido universo.
Prosa y verso.
Poesía en movimiento
Por la calle severa del ritmo
Madrugadas de prosa y verso
Besos a contratiempo
Divinos versos
Tus labios.

J.I. BEJANO DOMÍNGUEZ.