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Escritos

EL DILEMA DE HAMLET

EL DILEMA DE HAMLET 1.- Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que éste sea dañado.

2.- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3.- Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Leyes.

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—Supongo que convendrán conmigo en que el percance ocurrido es grave... Tremendamente grave.

Las palabras del inspector gubernamental cayeron como un jarro de agua fría entre los presentes. De sobra sabían que el desgraciado accidente ocurrido tres días atrás forzosamente habría de acarrear consecuencia negativas para U.S. Robots y para ellos mismos, pero al fin y al cabo de la reacción del gobierno dependería poder seguir adelante o no con el Proyecto Hamlet... A priori cabía esperar que ésta fuera mala o peor, pero desgraciadamente el hombre que tenían frente a ellos se había decantado claramente por esta última. Así pues, densos nubarrones se cernían ominosamente sobre uno de los proyectos más importantes de la historia de la poderosa compañía.

—Pero si todo se debió a un desgraciado accidente... —balbuceó con voz apagada Antonio Jiménez, responsable máximo del proyecto— No se puede enjuiciar a todo un trabajo de años tan sólo por un acontecimiento puntual.

—Eso es precisamente lo que deseo investigar. —respondió su hierático interlocutor— Cierto es que no podemos culpar a una fábrica de automóviles de que uno de ellos atropelle a una persona, pero sí tendríamos que intervenir si por un defecto de fabricación empiezan a fallarles los frenos a todos. ¿Me explico?

—Perfectamente. —gruñó Susan Calvin, tan fría como el responsable gubernamental— Pero tras haber realizado una investigación interna cuyos resultados tiene usted en su poder —y al decir esto señaló con la mirada la abultada carpeta de tapas negras que yacía en la mesita central— hemos llegado a la conclusión de que no ha existido negligencia alguna en el desarrollo del prototipo, y que en ningún momento han sido violados los estrictos controles de seguridad impuestos por la compañía. El proyecto Hamlet era y es completamente seguro, por lo que coincido con mi colega en opinar que este accidente sólo puede ser atribuido a la casualidad...

—¡Pero un humano ha muerto a manos de su robot! —por vez primera su inquisidor demostraba tener reacciones humanas— ¿Les parece suficientemente grave este atentado contra la Primera Ley de la Robótica?

—No está tan claro que haya sido violada. Precisamente el proyecto Hamlet... —osó interrumpirle Antonio Jiménez.

—El señor Jiménez no ha querido decir literalmente eso, —se apresuró a rebatir Alfred Lanning, tercer miembro de U.S. Robots presente en la reunión y superior jerárquico de los otros dos— sino que las ecuaciones modificadas con las que se diseñó el cerebro positrónico del prototipo Hamlet-1 mantenían con toda su intensidad la prohibición absoluta de causar daño a cualquier ser humano.

—Pero lo causó. Bien, dejemos esto por ahora. ¿Dónde está en estos momentos el prototipo?

—En nuestros talleres, por supuesto. Pero ahora no es sino un inservible montón de chatarra, ya que su cerebro positrónico quedó totalmente destruido inmediatamente después de ocurrir el... ¡hum! accidente, abrasado por el potencial negativo de la Primera Ley. Lamentablemente, esto nos va a impedir realizar un estudio psicológico del mismo.

—¿Está... muerto?

—Completamente. Por supuesto podríamos instalarle un cerebro positrónico nuevo, pero ya se trataría de un robot completamente distinto.

—¿Tienen más prototipos?

—Montados y conectados, no. Pero sí contamos con otro cerebro completamente terminado que no tuvimos tiempo de instalar en un cuerpo.

—Bien, tanto ese cerebro como los restos del robot asesino quedan incautados. Ordenen que sean trasladados a mi nave en presencia de uno de mis oficiales; ambos serán enviados a nuestros laboratorios federales para ser sometidos a estudio. Sí, ya sé que no vamos a encontrar nada que no hayan descubierto antes ustedes; —se interrumpió conciliador al observar los ceños fruncidos de sus forzados anfitriones— Pero la ley es la ley, y yo me veo obligado a aplicarla por más que personalmente esté convencido tanto de su capacidad como de su buena fe. Eso sí, también me veo obligado a recordarles que toda actividad relacionada con el proyecto Hamlet deberá quedar automáticamente interrumpida hasta que la investigación oficial no esté terminada. Mientras tanto, les agradecería que me informaran de cualquier descubrimiento que hagan y que estimen digno de interés; en lo que a mí respecta, me mantendré en contacto con ustedes. Y ahora, si me lo permiten, me retiraré para organizarlo todo.

El proyecto Hamlet, del cual había sido promotor el joven Jiménez, era uno de los más ambiciosos que jamás hubiera desarrollado U.S. Robots. Tras vencer una gran cantidad de reticencias y suspicacias a todos los niveles, no todas ellas ajenas al origen hispánico de su apellido, Jiménez pudo empezar a cantar victoria el día en que Susan Calvin, la respetada robopsicólogo jefe, se contagió de su entusiasmo. Desde el punto de vista teórico el interés estaba más que justificado, ya que la modulación del potencial de las Tres Leyes postulada por el ingeniero permitiría obtener unos cerebros positrónicos más flexibles, más humanos en definitiva.

—Fijémonos en las limitaciones que supone la imposición de las Tres Leyes a los cerebros positrónicos. —acostumbraba a decir para defender sus planteamientos— Se trata de unas órdenes rígidas y absolutas que el robot se ve obligado a obedecer en cualquier momento y bajo cualquier situación. No hay excepción alguna y el robot lo sabe, lo cual puede conducir en algunos casos a situaciones aberrantes en las que el robot se verá forzado a actuar de una forma que cualquier humano tacharía de incorrecta, pero que él tiene que seguir por culpa de la imposición de las Tres Leyes. Estas situaciones antinaturales suelen producir, además del perjuicio directo provocado por una incorrecta actuación del robot, daños que a menudo son irreparables en su delicado cerebro positrónico. Cuántos millones se pierden al cabo del año por culpa de esta absurda limitación es algo sumamente difícil de calcular, pero en todo caso resulta ser una suma muy elevada.

»Imaginemos —continuaba— la cantidad de trabajos útiles que un robot no puede realizar por la imposición de la Primera Ley. Por ejemplo, la cirugía. Un cirujano robot sería infinitamente más fiable que cualquier humano, pero no habría manera alguna de convencer a un robot para que infligiera la más mínima incisión a un paciente por más que supiera que ésta era necesaria para su posterior curación... Simplemente se negaría a hacerlo aunque se le insistiera en que de no hacerlo así el paciente fallecería. Tampoco podemos utilizarlos como simples médicos ni aun como auxiliares de los médicos ya que, ante la más mínima duda de que su diagnóstico pudiera estar equivocado, sus cerebros positrónicos quedarían completamente bloqueados.

»¿Y qué me dicen de su incompatibilidad con la policía? Ellos interpretan cualquier persecución policial como un posible daño a la persona perseguida, por lo que se han dado casos de robots que han obstaculizado detenciones de criminales creyendo erróneamente que los delincuentes corrían peligro de sufrir algún tipo de daño físico. Y si tropezaran con las víctimas de un accidente, en vez de optar por salvar primero a los heridos más graves como sería lo lógico, probablemente quedarían bloqueados sin poder actuar al pensar que salvando a determinadas personas estarían condenando a morir a otras; su cerebro quedaría probablemente destruido a causa de lo que sus circuitos interpretarían como una violación por omisión de la Primera Ley y, lo que es todavía peor, nadie sería salvado a causa de su irresolución.

—¿Me está proponiendo que construyamos un robot privado de la Primera Ley? ¿Está usted loco? —fue la airada reacción de Alfred Lanning cuando Jiménez le expuso por vez primera la idea— ¿Acaso quiere usted que se hunda la compañía?

Aunque audaz en sus planteamientos Antonio Jiménez no pretendía llegar tan lejos; las leyes que regulaban la construcción y explotación de los robots eran lo suficientemente estrictas como para disuadir a cualquiera de infringirlas. Lo que sí quería era dar un paso adelante sobre la a su entender conservadora y anquilosada forma de entender las sacrosantas Tres Leyes de la robótica.

—Por supuesto que no. —respondió a su superior— Pero estimo que las Tres Leyes, y en especial la primera, podrían ser aplicadas de una manera flexible y no con la rigidez con que se hace ahora.

—Explíquese, joven. —a pesar de su aparente inflexibilidad Alfred Lanning no podía disimular completamente su interés por una idea que intuía importante.

—Es sencillo. —el ingeniero comenzaba a paladear su éxito— Hasta ahora, vuelvo a insistir, las Tres Leyes habían sido inculcadas en los cerebros positrónicos de los robots de una forma completamente rígida. Cierto es que en algunos modelos especiales se modificaron los potenciales relativos de cada una de las Tres Leyes reforzando alguna de ellas en detrimento de las restantes, como ocurrió con los de la serie Néstor utilizados en la base Híper; pero en todos los casos el potencial de cada una de las Tres Leyes continuaba siendo fijo aunque estuviera modificado. Yo, por el contrario, propongo que se les aplique un potencial de rango variable que permita a los robots elegir entre dos decisiones distintas de forma similar a como lo haría un humano, optando por aquélla que consideraran la mejor o, en su caso, la menos perniciosa, sin condicionantes de ningún tipo y sin sufrir el menor daño físico en su cerebro.

A Lanning, en principio, no le pareció mala la idea y, probablemente, hubiera dado su aprobación de no mediar un importante inconveniente: El recelo con que la población del planeta miraba a los robots, recelo que se transmitía automáticamente a las autoridades de las que dependían. El resultado de todo ello era una normativa legal sumamente restrictiva que controlaba estrechamente la actividad de U.S. Robots velando por que no se vulnerara ninguno de los mecanismos de control impuestos por la humanidad a unos seres, los robots, por los cuales sentía un profundo recelo cuando no una no disimulada hostilidad.

Por ello, y por su propia supervivencia incluso, la todopoderosa U.S. Robots se veía obligada a practicar una política totalmente conservadora en lo que a investigación y desarrollo de sus nuevos robots se refería. Bastantes problemas tenía ya con los pegajosos supervisores gubernamentales como para buscarse más; porque si una mínima modificación del potencial de la Primera Ley precisaba un peregrinaje por incontables despachos oficiales, ¿qué iban a pensar esos burócratas timoratos de un robot que pudiera discernir libremente acerca de la magnitud del daño a causar? Opinarían, sin duda alguna, que se trataba de algo potencialmente peligroso y que más valía que los robots siguieran teniendo terminantemente prohibido causar el menor daño activa o pasivamente a un ser humano, por más que esto les impidiera asimismo evitar un mal mayor.

Alfred Lanning era, por razones de su cargo, cauto y conservador. Por esta razón Jiménez nunca habría conseguido su objetivo de no haberse encontrado con un aliado de excepción: la robopsicólogo Susan Calvin, a la cual consiguió no sólo convencer sino también entusiasmar. A Susan Calvin no le interesaba en absoluto la construcción de un robot cirujano o un robot policía, ya que ni ella era ingeniero ni le preocupaban las consecuencias prácticas de un nuevo y revolucionario modelo. Pero lo que sí le fascinaba era la posibilidad de estudiar una nueva mente robótica infinitamente más flexible que las existentes hasta entonces, por lo que se volcó con todas sus fuerzas en apoyo del proyecto de Antonio Jiménez.

Y ocurrió el milagro. Lo que un oscuro técnico recién incorporado a la compañía no pudo lograr, lo consiguió la respetada y temida robopsicólogo jefe. Pero no fue fácil; a diferencia de Susan Calvin, a Alfred Lanning sí le preocupaban las cuestiones técnicas y las consecuencias legales del proyecto, por lo que temía con razón que la audacia del mismo acabara acarreando consecuencias negativas para U.S. Robots. Al fin, y tras un largo forcejeo, Susan Calvin y Antonio Jiménez acabaron saliéndose con la suya con una única e inexcusable condición; Que el gobierno terrestre aprobara sin reservas de ningún tipo el todavía no bautizado proyecto.

Para ello se procedió a maquillarlo convenientemente camuflando el libre albedrío parcial con que se dotaría a los nuevos robots dentro de un farragoso memorial con el que se intentaría convencer a los rígidos burócratas de los grandes beneficios que podrían obtenerse de un robot cirujano. Evidentemente, tanto Calvin como Jiménez tenían en mente algo mucho más ambicioso que un simple robot capaz de clavar un bisturí en el cuerpo de un paciente sin que se le achicharrara en unos segundos el cerebro positrónico; pero como cabe suponer, esto se lo callaron. Lanning también lo sabía o, cuanto menos, lo sospechaba, pero también calló discretamente; a pesar de su curtido pragmatismo, todavía quedaba algo de poesía en el fondo de su alma.

Fue una sorpresa para todos, y en especial para Lanning: Cuando en realidad nadie lo esperaba, alguien de muy arriba dio el visto bueno al proyecto; alguien al que probablemente le habría costado el puesto el posterior incidente. Pero eso entonces nadie lo podía prever, ni mucho menos Susan Calvin o Antonio Jiménez.

Éstos, por el contrario, celebraron su triunfo de la única manera que sabían: Poniéndose a trabajar de inmediato. Contando con todas las bendiciones de Alfred Lanning, que era como decir de U.S. Robots, no les costó ningún esfuerzo reclutar un nutrido grupo de colaboradores, todos ellos pertenecientes a la plantilla de la compañía, para encerrarse con ellos en un moderno laboratorio y abordar los primeros pasos de su ambicioso proyecto.

Éste, por cierto, pronto recibió un nombre propio. De acuerdo con la críptica nomenclatura utilizada por U.S. Robots para nombrar a sus prototipos, al proyecto de Jiménez le correspondían las siglas HLT, que pronto algún gracioso convertiría en Hamlet. Puesto que la figura del atormentado príncipe escandinavo inmortalizado por Shakespeare cuadraba ciertamente con el espíritu real del proyecto, el nombre sería rápidamente adoptado como denominación, si no oficial sí cuanto menos oficiosa, de los nuevos prototipos de robots que habrían de surgir de allí pocos meses después... Robots que, tal como se esperaba, disfrutarían de una especie de libre albedrío a la hora de aplicar las Tres Leyes de la Robótica a sus pautas de comportamiento.

Apenas habían pasado seis meses desde el inicio de los trabajos cuando Hamlet-1, primer prototipo de la nueva serie, se convertía en una realidad, algo realmente insólito en los anales de U.S. Robots a causa de su brevedad. Antonio Jiménez se había revelado como un excelente ingeniero provisto además de toda una serie de ideas revolucionarias, coincidencia ésta que no acostumbraba a ser demasiado frecuente. Por si fuera poco el resto del equipo había mostrado estar asimismo a la misma altura que su jefe, todo lo cual les había conducido hasta el éxito más rotundo en un plazo de tiempo increíblemente corto.

Cuando el cerebro positrónico de Hamlet-1 fue conectado por vez primera, el ambiente en el laboratorio era de extrema expectación a la vez que de contenida alegría. Por primera vez se hallaba presente Susan Calvin la cual, al no pertenecer al equipo técnico, había preferido no interferir con su trabajo mientras había durado éste. Pero ahora que Jiménez había terminado con su labor era cuando comenzaba la de Susan Calvin la cual, en su condición de robopsicólogo, sería la responsable del estudio del comportamiento del robots durante las primeras etapas de su vida.

Para alguien ajeno a U.S. Robots y a la robótica en general poco es lo que podría apreciar como excepcional, entendiendo como tal todo aquello de las pautas de conducta de Hamlet-1 que se desviara de lo que cabría esperar en un robot convencional; porque no sólo en nada se diferenciaba el cuerpo del prototipo del de cualquier robot corriente, sino que sus reacciones psicológicas propias y características de su revolucionario cerebro positrónico sólo podrían ser estudiadas gracias a toda una serie de sutiles y minuciosos estudios que ya habían sido preparados por Susan Calvin.

—No se esperen nada espectacular. —solía repetir una y otra vez a sus colegas— En circunstancias normales en nada se va a diferenciar Hamlet-1, en lo que a la forma de comportarse se refiere, de cualquier otro robot convencional, ya que sigue teniendo implantadas las Tres Leyes con su preciso orden de prioridad; y aunque sea capaz de ponderarlas, jamás podría ignorarlas ni desobedecer a una cualquiera de ellas por imposición de otra de rango inferior. La flexibilidad de su nuevo cerebro sólo podrá apreciarse sometiéndolo a situaciones excepcionales y por supuesto muy forzadas, precisamente aquéllas en las que un robot convencional se vería bloqueado, cuando no destruido, por la rigidez de las Tres Leyes que lleva implantadas en su cerebro positrónico.

Como casi siempre, tenía razón. Hamlet-1 se mostró, ya desde el principio de su existencia, como un robot en todo similar a sus congéneres... O al menos eso les parecía a todos excepto, claro está, a la propia Susan Calvin, la cual se mostraba completamente entusiasmada con su trabajo.

—Hamlet —decía, omitiendo siempre el ordinal— es maravilloso. Su mente es infinitamente más flexible, más humana que la de cualquier otro robot construido hasta ahora. Es increíble que nunca antes nadie se hubiera planteado una formulación de las Tres Leyes como la suya.

Claro está que todas estas apreciaciones eran producto exclusivo de las largas conversaciones mantenidas entre la robopsicólogo y el robot, puesto que la relación de este último con el resto de los miembros del equipo estaba limitada al mínimo imprescindible y, por ello, no podía ser más convencional.

Poco a poco Susan Calvin fue apretándole las clavijas, como decía jocosamente Antonio Jiménez. Evidentemente no podían someter al robot a experiencias reales pero sí lo hicieron a simulaciones cuidadosamente diseñadas, todas las cuales fueron resueltas con toda brillantez por Hamlet-1 a pesar de que en la misma situación cualquier otro robot se hubiera visto, cuanto menos, seriamente perturbado.

Todo se desarrollaba, pues, con el mayor de los éxitos cuando ocurrió la catástrofe. Una mañana, cuando Susan Calvin abrió la puerta del pequeño cuarto en el que se recluía al robot todas las noches, se encontró con un macabro espectáculo: Albert Schwartz, uno de los ingenieros adscritos al proyecto, yacía en mitad de un gran charco de sangre con la cabeza abierta en dos como si fuera una calabaza madura. A escasa distancia de él se encontraba el cuerpo inmóvil de Hamlet-1 con el puño derecho ensangrentado y el cerebro positrónico irreversiblemente destruido.

La reconstrucción de los hechos resultó sencilla: Albert Schwartz, provisto de una copia clandestina de la llave de la habitación, había penetrado en ésta con intenciones desconocidas pero en todo caso sospechosas, puesto que estaba terminantemente prohibido hacerlo a cualquiera que no fuera la propia Susan Calvin. Cómo había conseguido una copia de la llave que sólo poseía la robopsicólogo y qué había pretendido hacerle al robot eran preguntas cuyas respuestas se había llevado Schwartz a su tumba.

Fuese lo que fuese, lo cierto era que Hamlet-1 había reaccionado de la forma más violenta posible hundiéndole el cráneo de un certero puñetazo para, a continuación, ser él mismo víctima de su flagrante violación de la Primera Ley.

El revuelo organizado a raíz del macabro descubrimiento fue, como cabe suponer, mayúsculo. Jamás en los anales de U.S. Robots, que era como decir la historia de la robótica, un robot había cometido deliberadamente un homicidio; tratándose además de un modelo experimental en el que las Tres Leyes habían sido modificadas, la cuestión se agravaba todavía más.

Habiendo un cadáver por medio las posibilidades de ocultar el incidente eran evidentemente nulas; así lo entendió Alfred Lanning que, sintiendo cómo una pesada losa estaba a punto de caer sobre su cabeza, hizo de tripas corazón asumiendo la pesada responsabilidad de informar a las autoridades federales... Con los desagradables resultados que habían esperado o, por hablar con mayor precisión, temido.

—¿Cómo lo ve usted? —la conversación entre Susan Calvin y Alfred Lanning tenía lugar en el despacho de este último apenas media hora después de la partida del inspector gubernamental.

—¿Cómo quiere que lo vea? —refunfuñó ésta visiblemente irritada— Completamente negro. O mucho me equivoco, o el proyecto Hamlet es ya historia... Y todo por culpa del imbécil de Schwartz.

—No sea usted tan dura. —le recriminó Lanning— Si Schwartz no hubiera sido la víctima, podría haberlo sido cualquier otro... Quizá usted misma, que era la que pasaba más tiempo con el robot.

—Hamlet era completamente inofensivo. —se defendió Susan Calvin— Algo muy grave debió de hacerle ese maldito ingeniero para que reaccionara como reaccionó... ¿Sabía usted que ese Schwartz no era trigo limpio? ¿Que robó una llave y entró ilegalmente en el cuarto donde guardábamos a Hamlet? ¿Acaso piensa que fue allí para saludarlo?

—Tiene usted razón. Schwartz no era de fiar, y yo soy el primero en lamentar que permitiéramos su participación en el proyecto. Pero los hechos son como son y no podemos ignorarlos, por lo que tenemos que ceñirnos a ellos. Y la realidad es ésta: Tenemos un robot que ha matado a una persona, hecho éste que está taxativamente prohibido por la Primera Ley aun en los casos en los que corra peligro la propia integridad física del robot.

—¿Qué insinúa? —preguntó desconfiadamente Susan Calvin.

—Nada. Simplemente intento ponerme en la piel del inspector. Supongamos que Schwartz pretendía dañar al robot, quizá incluso destruirlo; éste, al sentirse en peligro, experimentó un gran incremento en el potencial de la Tercera Ley, tanto que por unos instantes éste rebasó a los de la Segunda y la Primera... Apenas unas décimas de segundo, pero lo suficiente no obstante para que el robot, enajenado mentalmente, reaccionara golpeando a su agresor. Inmediatamente después descubriría con horror que había violado la Primera Ley en su grado máximo, por lo que su cerebro positrónico no pudo soportar la tensión y quedó destruido.

—Imposible. —la voz de la robopsicólogo jefe de U.S. Robots era fría y cortante como un cuchillo— Por mucho que se reforzara el potencial de la Tercera Ley al sentirse Hamlet en peligro, jamás habría alcanzado un nivel superior al de la Segunda y, mucho menos, al de la Primera. Su argumento no tiene ni pies ni cabeza.

—Está bien. —gruñó Lanning, molesto por la falta de tacto de su interlocutora— No es a mí a quien tiene que convencer, sino a los leguleyos del gobierno. Así pues, más vale que vaya pensando en una buena excusa.

—¿Qué quiere que haga? —respondió ésta todavía más irritada— Yo soy robopsicólogo, y no tengo robot alguno que poder estudiar. Ni tan siquiera cuento con el segundo cerebro positrónico, ya que éste ha sido incautado por el gobierno.

—Apáñeselas como pueda, pero haga algo por evitar que este maldito asunto nos hunda a todos nosotros. Tengo a todos los ingenieros del proyecto revisando las ecuaciones de diseño del cerebro del prototipo en busca de un posible error... Probablemente esto no servirá de nada, pero al menos los mantiene ocupados. En cuanto a usted, quizá sería conveniente que revisara todas sus notas acerca de las pautas de conducta del robot con anterioridad al... ¡hum! accidente. ¿Tiene usted grabadas las conversaciones que mantuvo con él?

—Por supuesto. —si había algo que molestara especialmente a Susan Calvin, y le molestaban muchas cosas, era que alguien se atreviera a dudar de su trabajo.

—Bien, pues ya sabe por dónde empezar. Avíseme en el momento en que descubra algo que pueda parecerle interesante.

Susan Calvin estaba de un humor de perros. De sobra sabía, sin necesidad alguna de revisar sus notas o sus grabaciones, que nada en el comportamiento de Hamlet-1 habría podido predecir su comportamiento posterior... La Primera Ley estaba tan implantada en su cerebro positrónico como lo pudiera estar en cualquier otro robot convencional, y jamás el potencial de cualquiera de las otras dos Leyes, por muy reforzado que estuviera, habría podido anularla. Pero por otro lado Lanning también tenía razón: El robot había matado a una persona, y esto era tan insólito que le resultaba imposible imaginar cualquier tipo de explicación racional.

La robopsicólogo intuía que la clave de todo ello estaba en el sospechoso comportamiento de Schwartz justo antes del accidente, pero como éste estaba muerto nada podía aclararle acerca de los motivos que le hubieran podido mover a hacerlo. Se trataba sin duda de un buen embrollo, y lo peor de todo era que Susan Calvin se sentía incapaz de desenmarañarlo; ella era robopsicólogo pero no psicólogo y mucho menos detective; aún más, su misantropía innata, la misma que le había impelido a volcarse en el mundo de los robots como medio de evadirse de la para ella hostil sociedad humana, le provocaba una invencible repulsión hacia el problema que virtualmente le dejaba sin posibilidades de reacción frente al mismo.

Por otro lado, su irritación corría pareja con su tendencia a la inhibición, ya que para ella suponía un enorme mazazo que el desarrollo de una mente robótica tan revolucionaria como la del proyecto Hamlet se viera truncado por la aparente disfunción de su primer y hasta entonces único prototipo... No, Susan Calvin no podía permitir que tan magnífica idea se fuera al garete por culpa de unos estúpidos burócratas imbuidos por un ridículo complejo de Frankestein; no lo permitiría, y estaba dispuesta a luchar con todas sus fuerzas por impedirlo. Pero, ¿cómo hacerlo?

Algo en su interior le decía que la clave de todo estaba en la figura del fallecido Schwartz. Aunque su relación con él había sido muy superficial, Susan Calvin no ignoraba que este ingeniero no había sido precisamente popular entre sus compañeros, por decirlo de una manera suave. En realidad Schwartz, incorporado tardíamente al equipo y sin una misión definida, se había limitado a brujulear de un lado a otro entorpeciendo a todos e irritando a la mayoría. Por si fuera poco su carácter arisco tampoco había ayudado demasiado a su convivencia con el resto del grupo; y si decir que era odiado quizá resultara excesivo, lo cierto era que se hubiera visto con alivio, si no con agrado, su marcha.

Su único valedor había sido el propio Antonio Jiménez, que era quien acostumbraba a aplacar a sus irritados compañeros cada vez que éstos le expresaban sus quejas por alguno de los frecuentes incidentes provocados por Schwartz. Sin embargo, y a pesar de que Jiménez le defendía a capa y espada, no por ello mantenían buenas relaciones entre ambos, ya que la repulsa mutua era más que evidente y en nada difería de la que pudiera existir entre Schwartz y cualquier otro integrante del grupo.

La razón que pudiera justificar esta extraña relación entre los dos ingenieros era algo que a Susan Calvin se le escapaba por completo, pero de lo que sí estaba segura era de que, desaparecido el eslabón inicial, el que continuaba la cadena era precisamente el ingeniero jefe. Y aunque ni Susan Calvin era psicólogo ni jamás había pretendido serlo, los descartes previos le obligaron a mantener una entrevista con el propio Antonio Jiménez.

Esto no resultaría fácil ya que Jiménez era víctima de una seria depresión nerviosa; pero Susan Calvin necesitaba hablar urgentemente con él, y pocas cosas había en el mundo capaces de detenerla cuando se lo proponía. Por ello, y tras mantener una agria disputa con los médicos que cuidaban de él, la robopsicólogo consiguió entrevistarse finalmente con el ingeniero.

Antonio Jiménez era la imagen viva del fracaso, y hasta un espíritu tan curtido como era el de Susan Calvin no pudo evitar un sentimiento de conmiseración hacia el mismo.

—Señor Jiménez, yo quería decirle que siento enormemente lo ocurrido. —consiguió articular al fin.

—¡Ah, doctora Calvin! Todo está perdido sin remedio. —suspiró tristemente el ingeniero.

—Bueno, algo podremos hacer todavía; los resultados que hemos obtenido son demasiado importantes como para tirarlo todo por la borda.

—Seamos realistas; el proyecto Hamlet está acabado. Si se produjera un milagro y el gobierno no lo prohibiera, sería la propia U.S. Robots quien lo haría, ya que no creo que desee arriesgarse a verse involucrada en un nuevo escándalo.

—Sí, tiene usted razón al decir que el futuro no se nos presenta precisamente halagüeño; por ello, es fundamental que consigamos desentrañar la razón por la que Hamlet mató a Schwartz. Sólo así podremos demostrar que, pese a las apariencias, el robot no pudo violar la Primera Ley.

—¿Y cómo quiere usted que lo hagamos? —gimió Jiménez— Schwartz está muerto y el robot destruido, y se nos ha prohibido terminantemente construir ningún otro.

—Pese a ello, algo podríamos hacer. Es evidente que Schwartz planeaba algún tipo de sabotaje cuando tuvo lugar el accidente, por lo que resultaría sumamente interesante averiguar todos los datos posibles acerca de su vida.

—¡Pero está muerto! —insistió el ingeniero mientras una chispa de alarma asomaba en sus ojos.

—Sí, eso ya lo sé, pero supongo que alguien podría aportarnos algún dato de interés acerca de él.

—Esto va a ser difícil; —balbuceó Jiménez, ahora visiblemente alarmado— Schwartz se incorporó al equipo cuando éste ya estaba formado, y su carácter era demasiado hosco como para que pudiera tener amigos. Nadie del grupo le quería, y apenas si se relacionaba con ellos.

—Sin embargo, tengo entendido que usted era su valedor. —Susan Calvin comenzaba a disparar su artillería— ¿Acaso su relación con él sí era digna de mención? ¿Tuve usted algo que ver en su incorporación al Proyecto Hamlet? —esta última pregunta era un tiro a ciegas, pero surtió su efecto.

—Yo... —a Jiménez le costaba visibles esfuerzos hablar— Yo no tengo por qué responder a estas preguntas. Usted no es policía.

—Tiene usted razón en ambas cosas. —ahora que había cazado a la presa, Susan Calvin se podía permitir el lujo de recurrir a sus escasas dotes diplomáticas— Y no pretendo en modo alguno insistir en contra de su voluntad. Pero lo que sí quisiera recordarle es que ambos estamos en el mismo barco, y que si nos hundimos nos hundiremos juntos. Por el contrario, si confiamos el uno en el otro y nos ayudamos mutuamente, quizá logremos desenmarañar la madeja. Además, le puedo asegurar que guardaré una discreción absoluta de todo lo que aquí se hable.

—Está bien. —suspiró el ingeniero— De todas formas tarde o temprano se tendría que saber, y de cualquier modo mi carrera está terminada ya. Sí. —continuó, interrumpiendo a su interlocutora— Para mi desgracia yo conocía a Schwartz y me vi obligado primero a incluirlo en el proyecto, y posteriormente a defenderlo de las justas iras de sus compañeros, debido al chantaje al que me tenía sometido... ¡Pero le juro que yo no lo maté, ni ordené a Hamlet que lo hiciera!

—Eso es evidente, puesto que fue Schwartz quien buscó al robot, y no al contrario. —comentó Susan Calvin con displicencia— Pero continúe, si es que quiere hacerlo.

—Es una larga historia. —prosiguió Jiménez mordiendo el anzuelo— Todo empezó cuando estábamos en el último curso de la universidad. Schwartz y yo éramos compañeros de cuarto en la residencia y, aunque no llegábamos a ser amigos debido a su mal carácter, sí manteníamos cierta relación. Una noche fuimos a una fiesta que se celebraba en una localidad cercana, y allí acabamos emborrachándonos completamente. Cuando quisimos volver, descubrimos que había un buen trecho hasta nuestra residencia, era invierno y llovía intensamente. Como no teníamos coche ya que nos había traído un amigo, Schwartz propuso que tomáramos uno prestado (así lo dijo él) y lo usáramos para llegar a casa. Yo, estúpidamente, estuve de acuerdo.

»No nos resultó demasiado difícil coger uno que su dueño se había dejado con las llaves puestas. ¿Ha conducido alguna vez borracha? ¿No? —se respondió él mismo al ver la mueca de desagrado que había aflorado en el normalmente hierático rostro de la mujer— No lo intente; le aseguro que es una experiencia espantosa.

»A la salida de una curva un policía intentó detenernos. No pude esquivarlo y lo atropellé; cuando descendimos del coche pudimos comprobar que lo habíamos matado. El impacto de la situación hizo que las brumas que velaban nuestras mentes desaparecieran como por ensalmo. Yo quería que nos entregáramos a la policía, pero Schwartz no estuvo de acuerdo y, una vez más, accedí dócilmente a sus deseos. Incendiamos el coche y lo despeñamos por el vecino barranco en un intento de destruir posibles pruebas, y a continuación seguimos a pie hasta nuestro destino.

»Habíamos tenido suerte. Nadie nos vio ni coger el coche ni tampoco atropellar al policía ya que la carretera estaba completamente desierta, y nuestros amigos estaban tan borrachos que no recordaban cuando nos fuimos ni como lo habíamos hecho. Hubo una investigación policial, por supuesto, pero la falta de pruebas hizo que el caso fuera finalmente archivado sin que se inculpara a nadie, atribuyendo la policía el atropello a alguno de los numerosos delincuentes de poco monta que pululaban por esos parajes.

»Tan sólo Schwartz y yo sabíamos lo ocurrido, pero hicimos un pacto de silencio: Ninguno de los dos podría denunciar al contrario sin incriminarse a sí mismo, por lo que ambos lo respetamos por la cuenta que nos traía.

—Empiezo a comprender. —le interrumpió Susan Calvin— Continúe.

—Terminados los estudios, nuestras vidas se separaron. Yo ingresé en U.S. Robots mientras Schwartz, víctima de su mal carácter y de su escaso sentido de la responsabilidad, iba dando tumbos de un lado para otro sin parar el suficiente tiempo en ninguno. Sospecho, incluso, que debió de frecuentar compañías poco recomendables, pero carezco de pruebas que puedan demostrar esto último. Así, mientras yo consolidaba mi carrera profesional, él se hundía cada vez más en el fango hasta convertirse en un fracasado.

»Pasaron los años y me embarqué en el proyecto Hamlet. Ignoro cómo pudo ser, pero lo cierto es que él se enteró y vino a buscarme. Tras recordarme cínicamente nuestra antigua amistad, manifestó su sorpresa por lo bien que me había tratado la vida en contraposición a su azarosa existencia, para acabar pidiéndome finalmente que le incluyera en el proyecto.

»Intenté decirle que no de la manera más diplomática posible, pero al ver mi postura se quitó definitivamente la careta sometiéndome a un chantaje que yo no podía eludir: O le aceptaba como un miembro más del equipo, o daba a conocer lo que ocurrió aquella maldita noche de invierno. Él no tenía demasiado que perder, me dijo, por lo que en el caso de que los dos fuéramos detenidos sería yo con diferencia el más perjudicado. Además era yo, y no él, quien conducía en ese momento, por lo que mi pena habría de ser presumiblemente mayor que la suya.

»Me asusté mucho, lo confieso, y una vez más me rendí a sus dictados. Le prometí hacer todo lo que pudiera por que fuera admitido, y él me volvió a exigir su incorporación al proyecto como única alternativa a la denuncia. Ignoro si hubiera sido capaz de hacerlo, pero entonces lo creí así y por lo tanto obré en consecuencia.

—Y consiguió que finalmente fuera aceptado.

—Así fue, pero me costó un esfuerzo ímprobo ya que U.S. Robots no acostumbra a contratar personas ajenas a la empresa; pero recurriendo a toda mi recién adquirida influencia, y presionando a varios amigos que me debían favores, finalmente logré que Schwartz fuera contratado. El resto, ya lo sabe usted.

—Lo que vino a continuación sí, pero el final todavía no. —matizó ella— ¿Por qué cree usted que Schwartz intentó sabotear el prototipo?

—No puedo afirmar nada con total seguridad, pero sí tengo ciertas sospechas. —reflexionó el ingeniero— Un par de días antes de su muerte, Schwartz vino de nuevo a mí. Aunque en un principio se había conformado simplemente con formar parte del equipo, conforme pasaba el tiempo y el proyecto Hamlet se hacía realidad se fue volviendo cada vez más arrogante y ambicioso.

»"Jiménez —me dijo— el proyecto ha sido un éxito, y no es justo que seas tú el único que se lleva todos los honores". Su cinismo era aplastante. Así pues, me exigió que le presentara como codirector del proyecto en igualdad de condiciones conmigo, amenazándome una vez más con denunciarme si no lo hacía. Afortunadamente, por una vez supe sobreponerme y hacerle frente.

»"Denúnciame si quieres. —le respondí— Pero tú caerás conmigo, y ahora tienes tanto que perder como yo".

—¿Qué respondió? —Susan Calvin comenzaba a mostrarse claramente interesada.

—¡Oh!, en un principio se quedó parado, pero el muy desgraciado tenía todas las tablas que a mí me faltan. Sonrió cínicamente y me dijo que contaba con otro plan mejor para conseguir que se realizaran sus planes. Dijo que estaba en su mano conseguir que yo fuera expulsado del proyecto para, a continuación, ocupar él mi puesto: "No irás a la cárcel, —me dijo— pero hundiré tu carrera". A continuación volvió a pedirme, según él por última vez, que aceptara sus exigencias. Como me negué de nuevo, se marchó dado un portazo. No volví a verle hasta el día en el que apareció muerto.

—¿No le dijo en qué consistía su plan?

—Evidentemente no, aunque supongo que se trataría de algún tipo de sabotaje del prototipo. ¡Qué sé yo! Quizá provocándole un funcionamiento defectuoso, destruyéndolo incluso...

—Puede que usted no ande descaminado, pero yo me inclino a pensar que se debería de tratar de algo más sofisticado; un robopsicólogo experto es perfectamente capaz de hacer, sin más herramienta que su propia voz, que un robot se empiece a comportar de una manera anómala y aberrante, sin que nadie excepto él pueda ser capaz de devolverlo a su estado inicial.

—Pero Schwartz no era robopsicólogo...

—Ya lo sé; era ingeniero. Pero esto no impide que pudiera tener ciertos conocimientos de robopsicología; no demasiado profundos, por supuesto, puesto que fracasó completamente en su intento... Lo cual es una verdadera lástima, puesto que nos ha privado de poder contar con el cerebro de Hamlet-1.

—O en su defecto, con el del futuro Hamlet—2; —remachó el ingeniero— pero este último nos ha sido requisado... Claro está que ya no sería el mismo, ya que el Principio de Incertidumbre impide que dos cerebros positrónicos puedan ser exactamente iguales a nivel atómico.

—Pero las pautas básicas de su funcionamiento, que es lo que en realidad nos importa, sí serían similares. —respondió Susan Calvin, más para si misma que para su interlocutor— El problema no estaría aquí, sino en el hecho de que ignoramos qué le pudo decir Schwartz al pobre robot. No obstante, si yo contara con un cerebro positrónico idéntico, quizá podría hacer algunos estudios al respecto; pero de sobra sabemos que no lo tenemos, y que se nos ha prohibido además construir uno nuevo. Y con la complicidad de Lanning no podemos contar: Nos desollaría vivos antes que permitir que burláramos la prohibición del gobierno.

—Bueno, si usted dice que esto podría servir para resolver el caso, quizá yo pudiera hacer algo...

—¿Cómo dice? —la sorpresa de Susan Calvin era auténtica— ¿Acaso ha logrado escamotear a esas víboras un cerebro positrónico completo? ¡Dígame que sí!

—Sí y no. —era evidente que Jiménez no deseaba precipitarse— Fuimos completamente sinceros cuando dijimos al inspector que únicamente teníamos un segundo cerebro terminado, pero...

—¿Pero qué? —ver a la gélida robopsicólogo jefe de U.S. Robots tan excitada como lo estaba ahora era realmente algo excepcional.

—Bien, en todo proceso de fabricación siempre se produce algún elemento defectuoso, máxime si se trata de algo tan delicado como es un cerebro positrónico. Esto es justo lo que nos ocurrió con el primero que construimos, el cual resultó dañado de forma que no servía para nada... Era pura chatarra y su destino inmediato hubiera sido el crisol, pero primero por la excitación que produjo el éxito de Hamlet-1, en realidad el segundo, y luego por el problema del homicidio, lo cierto es que este cerebro desechado quedó arrinconado en el laboratorio sin que nadie se preocupara por él. De hecho, ni tan siquiera yo me acordaba de su existencia cuando mantuvimos la entrevista con el inspector.

—Y ese cerebro, ¿podría ser conectado?

—Como se hace normalmente, es decir, incorporándolo a un cuerpo de robot, rotundamente no ya que los circuitos periféricos que sirven de enlace entre el núcleo racional del mismo y los distintos sistemas sensoriales del cuerpo quedaron dañados irreversiblemente. Pero la parte central del mismo, la que es responsable del pensamiento del robot, estaba aparentemente intacta; claro está que nos hubiera servido de bien poco que el cerebro propiamente dicho pudiera funcionar perfectamente si no podíamos ensamblarlo en un cuerpo. Por esta razón, decidimos desecharlo.

—Yo no necesito un robot completo. —gruñó Susan Calvin— Me basta con un cerebro que sea capaz de pensar y que pueda comunicarse conmigo. ¿Es eso posible?

—La verdad es que no lo hemos intentado nunca, pero ahora que lo pienso quizá... Supongo que podríamos conectarlo a la terminal de un sistema informático. La comunicación sería exclusivamente por consola dado que los circuitos de reconocimiento de voz quedaron también dañados, pero creo que... Sí, merecería la pena intentarlo. —concluyó con entusiasmo.

—Inténtelo. —Susan Calvin volvía a exhibir su tradicional hermetismo— Y avíseme en cuanto haya terminado.

Minutos después el equipo médico se sorprendía de cómo Antonio Jiménez había superado al parecer su depresión poniéndose a trabajar como un poseso; pero por mucho que les intrigara, nunca conseguirían llegar a saber de qué manera lo había logrado.

Susan Calvin se encontraba sentada frente a una consola de ordenador que en nada se diferenciaba de cualquier otro terminal informático de los muchos existentes en el laboratorio... Porque realmente era uno de ellos. Lo que nadie, salvo Antonio Jiménez y ella misma, sabía era que ese terminal restaba asimismo conectado a algo muy particular, el dañado cerebro positrónico de Hamlet-0.

Antonio Jiménez había realizado un excelente trabajo teniendo en cuenta las dificultades de su labor y lo clandestino de la misma; pero al fin la había terminado y Susan Calvin podría ponerse en comunicación, por vez primera en su larga vida profesional, con un robot ciego, mudo y sordo pero no por ello privado de su capacidad de raciocinio. La experiencia era para ella tan apasionante que se sentía entusiasmada como una colegiala.

Las limitaciones de comunicación con el cerebro positrónico eran tan severas que tan sólo podría hacerlo a través del teclado y del monitor, es decir, igual que en la prehistoria de la informática... Pero para Susan Calvin esto era suficiente, por lo que recurriendo al sencillo lenguaje diseñado por Jiménez inició su diálogo con el mutilado robot.

—Hola, Hamlet. —tecleó con torpeza— Soy la doctora Susan Calvin. ¿Qué tal te encuentras?

Silencio. El cerebro positrónico tenía probablemente dificultades para mantener abierta la precaria comunicación.

—BUENOS DÍAS, DOCTORA CALVIN. ESTOY ENCANTADO DE PODER HABLAR CON USTED. —fue la respuesta del robot.

—¿Cómo te sientes? —insistió ella.

—NO DEMASIADO BIEN. NO VEO, NO OIGO, NO SIENTO. NO PUEDO GOBERNAR MI CUERPO. ME NOTO MUY EXTRAÑO.

Al contrario que un niño recién nacido, cuya mente era una pizarra en blanco, los cerebros positrónicos de los robots llevaban grabada toda la información necesaria para que pudieran desenvolverse sin problemas de ningún tipo ya desde el mismo momento de su activación. Y aunque los robots eran perfectamente capaces de aprender, y de hecho aprendían, el importante bagaje con el que iniciaban su existencia les permitía evitar las penosas etapas de adiestramiento que colapsaban los primeros años de vida de cualquier ser humano. Por esta razón no era de extrañar la perplejidad de un robot que se sentía incapaz de encuadrar sus conocimientos en un mundo exterior del que se encontraba totalmente aislado a excepción de la frágil conexión con la consola que manejaba Susan Calvin.

—Lo siento, Hamlet, pero existen ciertos problemas en tus circuitos periféricos que impiden mejorar tu interacción con el mundo exterior.

Nueva pausa, esta vez más prolongada.

—COMPRENDO. SOY LO QUE LOS HUMANOS LLAMARÍAN UN INVÁLIDO.

Susan Calvin se mordió los labios. Quizá no hubiera sido una buena idea activar este cerebro dañado; no podía evitar el pensar que quizá el robot sufriera al ver su discapacidad, y esto le parecía cruel. Pero ésta era su única oportunidad para resolver el problema, se dijo intentando autoconvencerse de que se trataba de un mal inevitable.

—Lo lamento, y celebro que lo entiendas. —Susan Calvin se sentía como una malhechora— Porque tú y yo tenemos bastante de qué hablar.

Fueron muchas las horas que pasó la robopsicólogo dialogando con el robot, tarea ésta necesaria puesto que deseaba repetir todas las pruebas realizadas con anterioridad a Hamlet-1 antes de seguir adelante con su investigación. Ello se debía a que consideraba imprescindible poder constatar que las reacciones de ambos eran idénticas como única manera de poder extrapolar los resultados obtenidos con el cerebro dañado a las posibles pautas de comportamiento del robot asesino.

Terminada esta primera etapa Susan Calvin pudo mostrarse satisfecha de los resultados: A excepción de algunas ligeras desviaciones sin importancia, Hamlet-0 había reaccionado significativamente igual que su malogrado hermano, lo cual le permitía poder seguir adelante con el experimento.

Comenzaba, pues, la verdadera prueba.

—Hamlet, te voy a hacer unas preguntas muy importantes. —tecleó— De tus respuestas depende el futuro de muchas personas.

—ENTIENDO, DOCTORA. DÍGAME QUÉ DESEA SABER.

—Antes de nada deseo hacerte una advertencia. A pesar de que las Tres Leyes que tienes implantadas en el cerebro son más flexibles que las de cualquier otro robot existente en estos momentos, quizá alguna de mis preguntas te pueda hacer entrar en conflicto con ellas. ¿Sabes cuáles podrían ser las consecuencias?

—POR SUPUESTO, DOCTORA. MI CEREBRO SUFRIRÍA DISFUNCIONES O INCLUSO PODRÍA RESULTAR DAÑADO.

—Exacto. Eso es lo que le sucedió a tu pobre hermano, —Susan Calvin había informado previamente al robot del incidente— y es lo que no quiero que te ocurra a ti. Ten muy en cuenta que, debido a tus limitaciones —había pensado decir "desgracia", pero se contuvo— careces por completo de la posibilidad de llevar a cabo tus decisiones. Tan sólo puedes pensar y comunicarme a mí tus pensamientos; por esta razón, nada de lo que digas podrá jamás causar el menor daño a nadie. Por lo tanto, no tiene por qué surgir el menor conflicto en tu cerebro, ni tienes por qué bloquearte por mucho que en un momento dado vinieras a tropezar con cualquiera de las Tres Leyes. Eres completamente libre, pues, de pensar y decir cualquier cosa que quieras. ¿Lo entiendes?

—PERFECTAMENTE, DOCTORA.

—Aún más. —remachó— Si tu cerebro resultara dañado de alguna forma, sería entonces cuando sí causarías unos problemas sumamente graves a muchas personas. Por ello, es fundamental que reflexiones antes de responder a todas mis preguntas sin inhibiciones de ningún tipo.

Lo que acababa de decir Susan Calvin era completamente cierto: De cómo respondiera el robot a sus preguntas dependería el futuro del proyecto Hamlet y también, en buena medida, la carrera profesional de sus integrantes. Susan Calvin no había mentido, pues, al robot, aunque sí había intentado reforzar sus mecanismos de autodefensa (es decir, el equivalente al instinto de conservación humano) para evitar que éste se sintiera perturbado como lo fue el de Hamlet-1. Para culminar con éxito su investigación la robopsicólogo necesitaba reproducir en Hamlet-0 la misma situación que había llevado a Hamlet-1 al asesinato primero y a la autodestrucción después, aunque claro está que, para que resultara efectivo, debería evitar que el cerebro positrónico del mismo sufriera los daños irreversibles que habían provocado la pérdida del cerebro del prototipo. La cuestión era sumamente delicada y sólo podría ser llevada a cabo con éxito por un robopsicólogo de la talla de Susan Calvin, y aun así las posibilidades de fracasar eran lo suficientemente elevadas como para hacer que la robopsicólogo se sintiera bañada en un sudor frío a pesar de la excelente climatización del laboratorio.

Por fortuna, las serias limitaciones físicas del cerebro positrónico de Hamlet-0 habían resultado ser una bendición, ya que si conseguía convencerlo de que, dijera lo que dijera, se trataría de una pura elucubración teórica sin posibilidad alguna de materialización práctica, quizá lograra evitar que éste entrara en conflicto con alguna de las Tres Leyes, como presumiblemente habría ocurrido con un cerebro normal. Se trataba, en definitiva, del viejo vicio humano que consistía en pontificar sobre temas en los que no se tenía la menor capacidad de decisión.

—Hamlet, escucha, ahí va la primera pregunta. —al teclear esta frase Susan Calvin descubrió con desasosiego que le temblaban las manos— Por mucho que reforzaras el potencial de la Segunda o la Tercera Ley, ¿podrías en algún caso eludir la Primera?

—POR SUPUESTO QUE NO, DOCTORA. —fue la rápida respuesta del robot— AUNQUE EN MI CASO PARTICULAR EL RANGO DE VARIACIÓN DEL POTENCIAL DE LAS TRES LEYES ES MUY AMPLIO, ÉSTOS NO SOLAPAN EN NINGÚN MOMENTO, Y EL VALOR MÁXIMO QUE PUEDE ALCANZAR UNO CUALQUIERA DE ELLOS ES SIEMPRE INFERIOR AL VALOR MÍNIMO DEL POTENCIAL DE LA LEY INMEDIATAMENTE SUPERIOR.

—¿Absolutamente en ningún caso?

—ABSOLUTAMENTE EN NINGUNO. NO EXISTE LA MENOR EXCEPCIÓN.

—Sin embargo, tu hermano Hamlet-1 mató a una persona... ¿Sabrías decirme por qué?

—LO SIENTO, DOCTORA, PERO IGNORO LOS MOTIVOS QUE PUDIERON EMPUJAR A MI CONGÉNERE A LLEGAR A ESA SITUACIÓN. PARA RESPONDERLE, NECESITARÍA SABER QUÉ OCURRIÓ PREVIAMENTE ENTRE ÉL Y EL INGENIERO SCHWARTZ.

Ojalá lo supiera yo. —pensó tristemente Susan Calvin.

—Bien, olvídalo. ¿Imaginas algún caso en el que un potencial excepcionalmente elevado de la Segunda o la Tercera Leyes hubiera podido empujar a tu hermano a matar al ingeniero Schwartz? —en realidad se trataba de la misma pregunta planteada de una forma diferente.

—VUELVO A INSISTIR EN QUE NO. —el robot no era tan fácil de engañar— POR ELLO, ERA DE ESPERAR QUE EL CEREBRO DE HAMLET-1 SUFRIERA UN COLAPSO; LO EXTRAÑO, ES QUE NO OCURRIERA ANTES DEL HOMICIDIO, SINO DESPUÉS... LE ASEGURO QUE NO LO COMPRENDO.

—Te voy a hacer otra pregunta. Imagina que de tu existencia dependiera la seguridad, incluso la vida, de muchas personas que morirían si tú desaparecieras. Si un humano intentara destruirte, ¿te defenderías para evitarlo? ¿Podrías llegar a causarle daño físico, incluso a matarlo, sabiendo que de ello dependía que no sufrieran daño estas personas? —Susan Calvin estaba rozando el borde mismo del precipicio.

—ME RESULTA SUMAMENTE DIFÍCIL RESPONDER A SU PREGUNTA. —fue la contestación de robot tras una pausa que se le hizo eterna— ¿CÓMO PODRÍA YO TENER LA CERTEZA DE QUE DE MI INTEGRIDAD FÍSICA DEPENDERÍA LA DE UNA O VARIAS PERSONAS? SIN EMBARGO, EL DAÑO QUE PUDIERA CAUSAR YO AL AGRESOR SÍ SERÍA REAL.

Susan Calvin frunció el ceño con rabia. El robot estaba resultando ser mucho más sutil de lo que ella hubiera deseado, ya que evitaba chocar con los obstáculos que le interponía sorteándolos con una notable habilidad.

—Supongo que porque te lo habrían dicho. —era lo único que se le ocurrió responder.

—LAMENTO DECIRLE QUE LAS AFIRMACIONES DE LOS HUMANOS NO SIEMPRE SON COMPLETAMENTE OBJETIVAS. —ésta era la diplomática manera de la que Hamlet-0 se sirvió para insinuar que la gente mentía— POR LO TANTO, NUNCA PODRÍA ESTAR ABSOLUTAMENTE SEGURO DE QUE ESTO FUERA CIERTO.

—Pero si tú supieras con absoluta certeza que tu existencia era fundamental para el futuro de la humanidad, —insistió con irritación— ¿cómo reaccionarías?

—LA PRIMERA LEY ES SIEMPRE MÁS IMPORTANTE QUE CUALQUIERA DE LAS OTRAS DOS. —respondió el robot sin titubear— COMO CONSECUENCIA, ABSOLUTAMENTE EN TODOS LOS CASOS CUALQUIER VIDA HUMANA HABRÍA DE TENER PRIORIDAD SOBRE MI PROPIA EXISTENCIA.

—¿Sin ninguna excepción?

—SIN NINGUNA EXCEPCIÓN.

Bien, —se dijo Susan Calvin tomándose un ligero respiro— Al menos esto confirma mi opinión inicial de que Hamlet-1 jamás habría podido matar a Schwartz en defensa propia; la Tercera Ley, aun en el caso de estos robots, sigue estando estrechamente subordinada a la Primera".

Esta conclusión cerraba definitivamente una de las principales vías que había seguido su razonamiento, pero no necesariamente iba a abrir una nueva. Si la Primera Ley continuaba siendo omnímoda sobre las dos restantes, si en ningún caso el robot podía violarla merced a un reforzamiento de las otras, ¿cómo se explicaba entonces que un robot hubiera podido matar a una persona?

De repente se le ocurrió una idea. Era arriesgada, muy arriesgada, y suponía jugárselo todo a una carta; pero sólo así conseguiría salir, si tenía suerte, del atolladero en el que se encontraba atrapada. Armándose de valor formuló al fin la pregunta, directa y concisa, que le permitiría resolver el problema o que, por el contrario, la llevaría al fracaso definitivo.

—Hamlet, respóndeme a esto. Bajo alguna circunstancia, fuera ésta la que fuera, ¿serías capaz de matar a una persona?

La respuesta del robot llegó tras varios minutos de reflexión, los cuales le habrían de parecer siglos a ella. Ésta no podía ser más escueta:

—SÍ.

—Explícamelo con detenimiento. —concluyó la robopsicólogo jefe, descubriendo con alivio que había triunfado.

—Bien, cuéntenos. —Alfred Lanning mostraba bien a las claras su inquietud— Estoy impaciente por conocer los resultados de su investigación. ¿Qué ha descubierto?

—Lo que ya suponíamos desde el principio. —respondió Susan Calvin sin mostrar demasiado interés en mostrar todavía sus cartas— Hamlet-1 no violó la Primera Ley de la Robótica por culpa de un reforzamiento de la Segunda o la Tercera.

—Sin embargo, habiendo un homicidio por medio, es evidente que de una u otra manera la Primera Ley fue violada. —insistió de nuevo Lanning— Por lo tanto, mi pregunta es la siguiente: ¿Qué movió a Hamlet-1 a asesinar a Schwartz?

—Es difícil responder a su pregunta sin antes explicar las circunstancias tan singulares en las que el robot se vio envuelto. —masculló ésta— Al matar a Schwartz, Hamlet-1 violó ciertamente la prohibición de causar daño a un ser humano, pero estoy en condiciones de afirmar que lo hizo obligado por la propia Primera Ley y no por la Segunda o la Tercera como hubiera podido suponerse en un principio; esto fue precisamente lo que nos desorientó. De hecho, el pobre robot se vio atrapado en un auténtico dilema: La Primera Ley le obligaba a matar, pero al mismo tiempo esa misma Primera Ley le prohibía hacerlo. Dadas estas circunstancias, las consecuencias no pudieron ser otras que las que fueron.

—¿Cómo dice?

—Es sencillo de explicar. —intervino de nuevo la robopsicólogo— En cualquier robot convencional, la inflexibilidad de la Primera Ley hace que todos los humanos seamos para él exactamente iguales sin que le sea posible discriminar entre el más excelso filántropo y el más abyecto criminal. Para los Hamlet, por el contrario, las personas no sólo son distintas sino también mejores o peores... Siguen teniendo, por supuesto, la más absoluta prohibición de causar el menor daño a nadie, pero su propia libertad de opinión es asimismo la trampa mortal que les puede llegar a atrapar sin posibilidad alguna de escapatoria, tal como le ocurrió al pobre Hamlet-1.

—Una interesante sutileza... —interrumpió Lanning— Que puede llegar a ser peligrosa.

—¿Por qué? Al fin y al cabo, es lo que hacemos continuamente los humanos. Los grandes principios filosóficos que afirman que todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, serán correctos y adecuados desde el punto de vista político, pero chocan continuamente con la realidad cotidiana. No, no me he vuelto fascista de repente, ni lo he llegado a ser nunca; simplemente estoy hablando de las simpatías y las antipatías personales que son las responsables de nuestras relaciones sociales. Desde el momento que elegimos a nuestros amigos, ¿no estamos discriminando a quienes no lo son? Si un compañero de trabajo, o un vecino, nos cae especialmente mal y rehuimos su compañía, ¿acaso no es discriminación? Si el señor Jiménez, —dijo refiriéndose a éste, que hasta entonces había permanecido en silencio— tuviera a dos muchachas interesadas en mantener relaciones con él y eligiera a una de ellas por compañera, ¿no estaría discriminando a la segunda?

El ingeniero, que permanecía soltero a pesar de haber alcanzado ya la cuarentena, enrojeció visiblemente. No obstante, y a pesar de su notoria turbación, fue capaz de responder a la comprometida pregunta pensando para sí que con una sola se hubiera dado por más que satisfecho.

—Doctora, creo que aquí está usted equivocada. A cualquiera que le plantee esta pregunta le contestará que no se trata de ninguna discriminación, ya que no se violan los derechos de ninguna persona. Tan sólo se trata de la libertad de elección de la que todos gozamos.

—Exacto. Ahí era exactamente a donde quería llegar yo, y me alegro que haya sido usted quien me haya dado la respuesta. Si no disfrutáramos de ese libre albedrío al que ha hecho usted alusión, nuestra existencia sería particularmente incómoda cuando no decididamente estúpida... Pero pasemos al caso de los robots. Puede que en general importe muy poco, o nada, que éstos puedan estar insatisfechos por las enormes limitaciones que les hemos inculcado en sus cerebros con la excusa del acatamiento por su parte de las Tres Leyes de la Robótica; pero lo que sí tendría que preocupar a cualquiera que contara con un poco de sentido común es que, como consecuencia de estas cortapisas, el rendimiento que obtenemos de los mismos es muy inferior al que teóricamente se habría podido alcanzar de dejar más libres sus mentes.

»Y aquí precisamente es donde radica el problema: La rigidez de las Tres Leyes tradicionales hace que los robots estén completamente limitados en su potencial de trabajo. Evitar, o minimizar al menos esta infrautilización fue la idea que desencadenó el desarrollo del Proyecto Hamlet, y me honra decir que desde este punto de vista fue un auténtico éxito. Claro está que todo beneficio ha de tener siempre su contrapartida, y este caso no ha sido en modo alguno una excepción: Si queríamos robots más flexibles, más humanos en definitiva, robots capaces de desempeñar tareas que hasta ahora habían tenido vedadas, por fuerza tendríamos que darles una libertad de pensamiento mucho mayor de la que siempre habían tenido. Y, puesto que nuestra sociedad es profundamente desigual en todas y cada una de sus facetas, sólo permitiéndoles que fueran conscientes de estas desigualdades podríamos conseguir que los resultados fueran positivos.

—Todo eso está muy bien sobre el papel, doctora Calvin, pero me temo que el libre albedrío del que gozaba Hamlet-1 resultó en la práctica excesivo... No se puede dejar que vaya suelto por ahí un robot capaz de matar a la gente, por mucho que usted afirme que la intangibilidad de la Primera Ley estaba completamente a salvo... Por cierto, le recuerdo que sigue sin responder a mi pregunta.

—Doctor Lanning, ¿mataría usted a alguien?

—¿Yo? ¡Por supuesto que no! Esto es algo completamente absurdo. —la inesperada pregunta le había cogido completamente desprevenido.

—¿Ni tan siquiera si de ello dependiera la salvación de su propia vida? Imagínese que un psicópata le va a asesinar y nadie puede ayudarle; sólo puede evitarlo descerrajándole un tiro. ¿Lo haría?

—Eso sería defensa propia. —farfulló confundido— Pero no creo que sea éste el caso; usted misma ha dicho que Hamlet-1 no violó la Primera Ley empujado por su instinto de conservación, es decir, la Tercera, por lo que cabe suponer que se hubiera dejado destruir por Schwartz antes que matar a su agresor. ¿me equivoco, señor Jiménez?

—¿Eh? —preguntó éste saliendo momentáneamente de su mundo interior— No, no se equivoca; en este aspecto particular Hamlet-1 se hubiera comportado exactamente igual que cualquier robot convencional.

—Exacto. —respondió una exultante Susan Calvin— Veo que van siguiendo mis razonamientos. Nunca un conflicto entre la Primera y la Tercera Leyes, o entre la Primera y la Segunda, hubiera podido conducir al... incidente que nos ocupa, aunque supongo que estarán de acuerdo conmigo en que hubiera sido preferible salvar la vida al robot antes que al sinvergüenza de Schwartz. No, no van por ahí los tiros. Como ya he dicho antes, sólo un conflicto de la Primera Ley consigo misma es capaz de explicar lo ocurrido. No en el caso de un robot normal, por supuesto, ya que como sabemos para él todas las personas son exactamente iguales; pero sí si nos encontráramos con un prototipo experimental como Hamlet-1. Enfrentado a una situación en la que no pudiera impedir que alguien muriera pero en la cual, dependiendo de su decisión, el fallecido fuera una u otra persona, nuestro robot sería perfectamente capaz de decidir cuál de ellas era más merecedora de salvarse, obrando en consecuencia... Exactamente igual que lo haríamos cualquiera de nosotros, pero con un grado de objetividad infinitamente mayor.

—¡Un momento! —le interrumpió Lanning visiblemente alterado— ¿Insinúa usted que Hamlet-1 mató a Schwartz para evitar de esta manera que muriera otra persona?

—Caliente. —la normalmente adusta Susan Calvin se estaba permitiendo el lujo de sonreír.

—Esta es una afirmación extremadamente delicada. —insistió éste— ¿En qué se basa usted para sostenerla?

—En las conversaciones que mantuve con un cerebro positrónico, similar en todo al de Hamlet-1, que conseguimos escamotear a los buitres del gobierno. Sí, ya sé que tendré que darle explicaciones por ello; —añadió al ver cómo su jefe directo fruncía el ceño— pero ahora déjeme explicarle los resultados.

»Cuando tras cerciorarme de que sus pautas de pensamiento eran en todo similares a las del robot destruido, le pregunté finalmente si en alguna circunstancia sería capaz de matar a un ser humano. Su respuesta fue que sí lo haría si con ello lograba salvar la vida a otro ser humano de superior valía. Creo, doctor Lanning, que con esto queda suficientemente aclarado lo que pasó.

»Claro está que, a pesar de todo, el conflicto moral sería tan fuerte que el cerebro positrónico sería incapaz de soportar la tensión y se autodestruiría inmediatamente después, como le ocurrió al pobre Hamlet-1. Y si el hermano suyo que me puso tras la pista no sufrió la misma suerte, se debió únicamente a que se trataba de un cerebro aislado que por estar dañado nunca se podría instalar en un cuerpo completo. La certeza de que debido a su minusvalía nada de lo que dijera podría ser llevado a la práctica, junto con el necesario reforzamiento psicológico al que previamente le sometí, fue lo único que impidió que este cerebro positrónico sufriera la misma suerte de Hamlet-1... aunque a pesar de todo, el pobre lo pasó realmente muy mal.

—¿Y quién era esa otra persona amenazada de muerte? —preguntó a su vez el ingeniero— ¿Cuál era su relación con Schwartz?

—¿No lo adivina, Jiménez? Esa persona era usted.

Si una bomba hubiera caído en ese momento en mitad de los presentes el efecto no hubiera sido mayor. Lanning se puso pálido como la cera mientras Jiménez, por el contrario, enrojecía alarmantemente. Mientras tanto, Susan Calvin se divertía mirando los rostros convulsos de uno y de otro.

—¡Eso no puede ser! —balbuceó este último, presa de una gran excitación— Schwartz me chantajeó, eso es cierto... —demasiado tarde se dio cuenta de que había hablado de más ante Lanning— Pero no creo que se hubiera atrevido a llegar tan lejos como para asesinarme; además, eso no le hubiera servido para nada salvo para convertirlo en el principal sospechoso del asesinato.

—Señor Jiménez, cuando terminemos de hablar tendré sumo gusto en pedirle que me informe acerca de ese chantaje que hasta ahora desconocía. —Alfred Lanning había recobrado el dominio de la situación— Mientras tanto, doctora Calvin, amén de que me debe también una explicación como muy bien usted misma ha dicho, permítame decirle que encuentro un punto débil en su argumentación: Aunque no sea robopsicólogo, mis conocimientos me permiten afirmar que para que la circunstancia que usted ha apuntado pudiera llegar a darse, serían necesarias dos condiciones. Primero, que el robot se encontrara físicamente en el lugar y en el mismo momento en el que Schwartz hubiera pretendido asesinar a Jiménez; y segundo, que en estas circunstancias el robot habría optado por inmovilizar al agresor produciéndole el menor daño posible, pero nunca lo habría matado. Y que yo sepa ninguna de estas dos circunstancias se dieron dado que el señor Jiménez, según su propia versión, se encontraba descansando en su habitación en el momento en el que tuvo lugar el incidente. ¿O no fue así?

—Fue exactamente como dije. —farfulló el aludido sintiendo cómo una oleada de frío le recorría el cuerpo— Nada tuve que ver en este asunto, del cual no me enteré hasta la mañana siguiente.

—Doctor Lanning, no sea ingenuo y deje de sospechar del pobre Jiménez. —terció Susan Calvin— En ningún momento he dicho que la amenaza de muerte de Schwartz a Jiménez fuera física.

—Ahora sí que no lo entiendo.

—Piense con lógica. El comportamiento que usted ha descrito sería el de un robot convencional, pero no el de un Hamlet. Centrémonos en el momento en el que Schwartz irrumpió en el cuarto donde estaba encerrado el robot. ¿Qué se le ocurre que podría estar haciendo allí?

—¿Destruir al robot?

—No, puesto que éste no se hubiera resistido debido al mandato de las Tres Leyes. De haberlo querido dañar, Schwartz lo hubiera podido hacer con completa impunidad. En realidad, lo que pretendía hacer era sabotearlo de una manera sumamente sutil y taimada; nada lograba destruyendo al robot puesto que entonces sería construido otro prototipo, pero sí que podría haber conseguido su meta, que no era otra que desplazar a Jiménez de la jefatura, provocando en Hamlet-1 una disfunción mental que sólo él mismo sería capaz de reparar... Después de haber sido designado jefe del proyecto, por supuesto.

—Y a todo esto, ¿qué pinto yo aquí? —preguntó Jiménez completamente perplejo— Encuentro verosímil la idea de que provocando un mal funcionamiento de Hamlet-1 Schwartz pudiera conseguir mi destitución para ocupar él mi puesto, pero no veo qué relación puede haber con mi presunta muerte evitada según usted por el robot.

—Señor Jiménez, si usted quisiera sabotear al robot provocándole un mal funcionamiento pero sin producirle ningún daño físico irreversible, ¿qué haría?

—Supongo que trataría de volverlo loco.

—Exacto. Eso es lo que intentó hacer Schwartz. Para un robopsicólogo experto —al llegar a este punto Susan Calvin sonrió imperceptiblemente— sería relativamente fácil encerrar a un robot en un círculo vicioso del que no pudiera salir sin violar por algún lado cualquiera de las Tres Leyes, lo cual le acarrearía serios trastornos mentales... Y si fuera además lo suficientemente hábil, podría posteriormente devolverlo a la normalidad.

»Pero ocurrió que ni Schwartz era demasiado experto, ni Hamlet-1 era un robot normal. Ignoro, por supuesto, qué le pudo decir exactamente Schwartz al robot, pero sólo hay una cosa capaz de explicar la reacción posterior de Hamlet-1. Como ya he indicado antes, en un momento dado el robot debió de llegar al convencimiento de que el triunfo de Schwartz implicaba forzosamente la muerte de Jiménez. No se trataba, evidentemente, de una amenaza física puesto que Jiménez no se encontraba allí y, de haber estado, al robot le hubiera resultado fácil neutralizar al agresor sin necesidad de recurrir a medidas violentas. En esto, doctor Lanning, tenía usted toda la razón.

»En realidad el peligro era mucho más sutil y nada podía hacer el robot por evitarlo salvo atacando a Schwartz; o al menos, así lo creyó. Por lo que yo sé, entre sus múltiples defectos Schwartz contaba con una insufrible fanfarronería; y, o mucho me equivoco, o fue esta misma fanfarronería la que le perdió. No es difícil imaginar que, al no poderlo hacer frente a ninguna persona, Schwartz se pavonearía ante Hamlet-1 de su triunfo sobre usted, Jiménez, al arruinarle la carrera. Como buen fanfarrón cargaría las tintas imaginándolo sin trabajo, sin ideales y... —aquí Susan Calvin dio una ligera inflexión a la voz— sin ganas de seguir viviendo.

—¡Pero eso no es cierto! —exclamó escandalizado el ingeniero— Suponiendo que las cosas hubieran sido como Schwartz planeaba, yo nunca me habría suicidado.

—Probablemente no; —concedió Susan Calvin— aunque esto es algo de lo que nunca podremos estar seguros no con usted, sino con nadie. Lo que es cierto, y nuestro robot debía de saberlo, es que usted tiene una clara tendencia a la depresión. Este hecho unido a las fanfarronadas de Schwartz debieron de convencer a Hamlet-1 de que, si le dejaba libre, su rival se saldría con la suya y usted acabaría suicidándose al no poder soportar su fracaso. Sí, ya sé que probablemente esta situación no se hubiera dado en la realidad, pero eso Hamlet-1 no lo sabía, por lo que obró en consecuencia.

—Lamento decirle, doctora, que encuentro su razonamiento un tanto... alambicado. —protestó Jiménez.

—¿Alambicado? Bien, entonces búsqueme alguna otra hipótesis que sea capaz de explicar lo ocurrido. —retó ella— Pero recuerde que el robot asesinó a Schwartz porque estaba plenamente convencido de que sólo de esta manera podría salvar otra vida que para él era más valiosa... La suya.

—Bien. —confesó finalmente el ingeniero tras una breve reflexión— Reconozco que soy incapaz de rebatir su teoría, pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con ella.

—Señores, seamos prácticos. —interrumpió el hasta entonces silencioso Lanning mostrando evidentes signos de impaciencia— En estos momentos lo único que realmente importa es que salvemos el escollo de la investigación gubernamental, y para ello es fundamental que podamos contar con una explicación lo suficientemente verosímil que además consiga dejar a salvo los intereses de U.S. Robots. Creo que la teoría de la doctora Calvin puede resultar efectiva, por lo que les pido de le den forma de informe oficial etcétera, etcétera, etcétera.

—Pero, ¿y el Proyecto Hamlet? —protestaron ambos a un tiempo.

—El Proyecto Hamlet ha muerto; —respondió Lanning con suavidad— y bastante logro será que ninguno de nosotros vea menoscabada en un futuro su... situación profesional. Les puedo anticipar, oficiosamente por supuesto, que nuestra continuidad en U.S. Robots dependerá de que el gobierno olvide todo lo ocurrido en el Proyecto Hamlet de forma que el fracaso del mismo no afecte al porvenir de la compañía. Así pues, en sus manos lo dejo.

Susan Calvin y Antonio Jiménez nunca sabrían si Lanning hablaba realmente en serio o si, por el contrario, les había mentido deliberadamente para forzarles a actuar como si la amenaza fuera real; pero lo cierto fue que éstos actuaron como si la primera de las dos hipótesis fuera la verdadera.

Para sorpresa de ambos el inspector gubernamental se mostró completamente abierto a una solución del tipo de la apuntada por Lanning: Cancelación absoluta e inmediata del Proyecto Hamlet a cambio de dar carpetazo oficial al asunto. Teniendo en cuenta que existía también una clara responsabilidad gubernamental al haber autorizado el desarrollo del proyecto, no era de extrañar que el gobierno pretendiera silenciar un incidente que en nada le vendría a beneficiar si éste llegaba a hacerse público. Obligado a mantener un difícil equilibrio entre la necesidad imperiosa que la Tierra tenía del trabajo de los robots por un lado, y el acendrado sentimiento antirrobótico de gran parte de la población del planeta por otro, el gobierno optó por la única solución que podía impedir que este equilibrio saltara en pedazos: Silenciar el incidente de modo que nunca se llegara a saber lo ocurrido. Por su parte este acuerdo también resultaba ser sumamente positivo para U.S. Robots, que veía desaparecer los sombríos nubarrones que se habían estado cerniendo sobre ella sin más sacrificio por su parte que la renuncia a un proyecto experimental de más que dudosos beneficios prácticos.

Estando como estaban ambas partes implicadas de acuerdo, el resto fue ya sencillo: La muerte de Schwartz fue calificada oficialmente de "accidente de laboratorio" y, al no existir ni parientes ni personas allegadas al mismo que hubieran podido plantear algún tipo de reclamación judicial, el incidente que se saldara con su fallecimiento quedó de esta manera legalmente zanjado. Los integrantes del Proyecto Hamlet fueron dispersados por los distintos centros de producción e investigación propiedad de la todopoderosa compañía, todos ellos acompañados por una substancial mejora de su categoría profesional junto con la recomendación explícita de que se olvidaran del asunto.

Susan Calvin continuó trabajando en sus tareas habituales mientras Jiménez, por último, era promovido a un alto cargo ejecutivo de gran consideración dentro del organigrama interno de U.S. Robots, cargo que le mantendría cuidadosamente alejado de todo cuanto pudiera suponer el menor contacto con el diseño y desarrollo de robots. Aparentemente también había sido olvidado, tanto por parte de la policía como de la propia compañía, su antiguo desliz merced al cual le hubiera chantajeado Schwartz; al fin y al cabo había pasado mucho tiempo desde entonces y a nadie le interesaba volverlo a recordar... A nadie, y mucho menos por supuesto al propio interesado.

—Me han convertido en un ejecutivo. —se lamentaba Antonio Jiménez en su despedida de Susan Calvin— Han triplicado mi sueldo y me han dado un puesto de relumbrón por el que más de uno mataría a su propio hermano, pero con ello impiden que toque a un solo robot.

—Es el precio que tenemos que pagar por el éxito del Proyecto Hamlet. —suspiró Susan Calvin con la mirada perdida en el fondo de su vaso.

—¿Cómo puede hablar usted de éxito ante la magnitud de nuestro fracaso?

—Porque lo fue. Si hubiéramos fallado, ¿cree usted que estaríamos todavía aquí? No, la idea original de construir un robot con una mente más flexible y humana no pudo ser más exitosa. Pero nadie, ni la compañía ni por supuesto mucho menos el gobierno, podía consentirlo.

—Hubo un muerto por medio...

—¿Y qué? ¿Cuántas personas mueren todos los días en accidentes de trabajo y nadie se preocupa por ellas?

—Pero lo mató un robot. —insistió el ingeniero.

—Eso resulta irrelevante. Puede que el vulgo sienta un temor estúpido e injustificado ante cualquier hipotética agresión por parte de un robot, pero eso no ha contado en absoluto en la decisión de cancelar el proyecto. Los robots Hamlet eran seguros, infinitamente más seguros que cualquier ser humano. Ni usted ni yo, ni nadie en todo el planeta, estamos libres de sufrir una enajenación mental transitoria que nos empuje a agredir a cualquiera... Y somos, además, completamente imprevisibles en nuestro comportamiento. Un robot, por el contrario, es absolutamente lógico y racional en sus reacciones, y le puedo asegurar que en el caso de que un robot agrediera o matara a un ser humano, este acto estaría completamente justificado, tal como ocurrió con el miserable Schwartz.

—Sí, pero...

—No hay peros que valgan. —zanjó la robopsicólogo con brusquedad— Para el gobierno y para la compañía lo peligroso no era que los robots pudieran llegar a causar daño físico a un ser humano; con el nivel de violencia existente en nuestras grandes ciudades, tal riesgo resultaría irrelevante. No. —continuó— Lo peligroso de Hamlet, lo intolerable, era que este robot fuera capaz de discriminar entre los seres humanos asignando a cada uno de nosotros nuestra verdadera valía... Jamás podrían consentir ninguno de los dos que un robot se erigiera en el juez más justo e inflexible de la historia, en alguien en definitiva que tuviera el poder de cuestionar, sin más argumento que la razón, toda la subjetividad con la que los humanos nos arropamos para mostrarnos más importantes de lo que en realidad somos. Por esta razón los Hamlet eran peligrosos, muy peligrosos, y por ello debían desaparecer.

—Puede que usted tenga razón. —musitó Jiménez.

—La tengo. —sentenció ella— Un robot sin trabas mentales de ningún tipo, sin más Ley de la Robótica inculcada en su cerebro que una que dijera "Déjate guiar siempre por tu conciencia", sería infinitamente superior a cualquier ser humano al gozar de sus mismas posibilidades estando libre por completo de sus limitaciones y defectos. Por esta razón hacen falta las Tres Leyes, por esto es necesario que sean tan rígidas e intocables que incluso una ligera flexibilización de las mismas convirtió al pobre Hamlet en algo intolerable para una humanidad que no está dispuesta a permitir que se cuestione, siquiera mínimamente, el sacrosanto principio del antropocentrismo.

—Es triste. —suspiró el ingeniero— Es triste comprobar cómo tus esfuerzos no han servido para nada, cómo tu trabajo se ha desvanecido para siempre.

Susan Calvin asintió mudamente con la cabeza. El gobierno había requisado y destruido, o al menos había hecho desaparecer, todo cuanto tuviera que ver con el Proyecto Hamlet: El segundo cerebro positrónico que no había llegado a ser activado, la ingente cantidad de documentación que el proyecto había generado... Todo, absolutamente todo excepto el cerebro inválido, aquél que bautizado por ella como Hamlet-0 le había ayudado a resolver el problema.

Éste era su gran secreto, un secreto que ni tan siquiera el propio Jiménez sabía; solamente Alfred Lanning, además por supuesto de la propia Susan Calvin, era conocedor de esta pequeña e inofensiva trampa. Era el precio a pagar que Susan Calvin había exigido por su silencio y Lanning, el rígido e inflexible Lanning, había accedido a ello asumiendo toda la responsabilidad en el poco probable caso de que su desobedecimiento fuera finalmente descubierto. Al fin y al cabo el dañado cerebro nunca podría ser instalado en el cuerpo de un robot, por lo que jamás tendría por qué crear el menor problema.

Por esta razón Alfred Lanning había consentido en ello. Unos técnicos anónimos habían desconectado el cerebro positrónico sin saber lo que era, y otros técnicos distintos lo habían instalado en un pequeña maletín que Susan Calvin podía transportar con toda facilidad a donde ella quisiera. Conectándolo con cualquier terminal informático la robopsicólogo dispondría de esta manera de un cerebro positrónico único con el que dialogar e investigar, lo cual era al fin y al cabo lo único que a ella le importaba.

Lo que ni siquiera Lanning sabía, ni llegaría nadie a saber jamás, era que además de un objeto de estudio Susan Calvin había encontrado por fin un verdadero amigo.

© José Carlos Canalda
Publicado originalmente en El Sitio de Ciencia Ficción

BORGIANA

BORGIANA Anoche soñé que era soñado por Borges. En el sueño (el de Borges, quien soñaba a través de mi sueño), Borges podía ver y yo era ciego. Estábamos sentados en un sofá en medio de una reunión. Al parecer nadie se percataba de que estábamos allí sentados (de que Borges estaba allí sentado).

Tanto podía ver Borges, que yo, ciego en su sueño dentro de mi sueño, sentía como aguijones molestos las puntas de sus ojos escudriñándome. Borges y yo conversábamos, pero las frases se oían entrecortadas, como si alguien hubiera editado la banda sonora del sueño para eliminar las parrafadas intrascendentes. Sentir sobre mí la penetrante mirada de Borges, me hizo pensar que posiblemente, si hacía un esfuerzo, podría verle la cara y saber cómo son los ojos de un ciego que ha dejado de serlo.

Borges me recriminaba el que tantas veces hubiese tratado de explicar sus motivaciones literarias. Me hacía sentir culpable: "Algunas palabras no tienen motivo. Se dicen y ya, se dicen sin la base de una historia pasada, de una cosmogonía".

Curiosamente, aunque sabía que lo que Borges estaba afirmando era una falacia proviniendo de él, y aunque tenía, en la mente de ese que era yo en el sueño que Borges tenía dentro de mi sueño, toda una estructura argumentativa con la que destruir la afirmación de Borges, no pude articular palabra.

"Si tan sólo pudiera abrir los ojos", pensaba. "Si tan sólo pudiera abrirlos y mirar dentro de los de Borges; si tan sólo pudiera robar un poco de su genio".

Borges seguía hablando: "Ustedes, los jóvenes que leen Las ruinas circulares y El Aleph como si estuvieran ante la presencia de una revelación, poseen la impetuosidad demoníaca de la cortedad. Incurren en el delirio de creerse por un momento Borges, y salen a disfrutar de su grandeza".

"Pero en cierta forma su grandeza me pertenece", le dije, recobrando el aplomo. "He leído con pasión todos sus libros, todos los que han caído en mis manos, me he ufanado de haberlos leído, más que de haber escrito ficciones inundadas de influencia borgiana".

"Borgiana", me interrumpió Borges. "Qué palabreja han inventado ustedes, idólatras indignos de convicción. Parece como si hubiera que designar las cosas extrañas con el apellido de mi familia".

"No puede evitarlo, Borges", repliqué. "Es usted el más grande escritor de nuestro tiempo".

"He ahí otra imperfección producto del delirio", me respondió. "No existen tales cosas que puedan ser nominadas con los términos 'el más grande' y 'nuestro tiempo'. Quién ha de ser el más grande escritor si hay escritores que fabrican historias sin palabras. Qué tiempo ha de ser el nuestro si nos perdemos en los minutos equívocos de nuestras propias ensoñaciones".

Iba a interrumpirle de nuevo, pero no me lo permitió. "Borges, como el sol, no existe sino en la enferma mente de los hombres. El ser real que llamaron Jorge Luis y que llegó a esta locura al filo del siglo diecinueve ha dado paso a un ser ideal, a un hombre soñado por el sueño de los hombres. De ahí que el delirio sea no más que un error, una reconstrucción imperfecta de lo que cada lector quiere que Borges exprese".

"Borges, detenga sus reflexiones", le increpé. "Piensa eso ahora que está muerto, ahora que han quedado sus amigos y su viuda para contarnos quién era usted. Pero cuando caminaba por el mundo con los ojos torcidos de tanto mirar a través del Aleph, estaba seguro de su grandeza, estaba seguro de la perfección numérica con la que escribía sus historias".

"Amigo", me dijo, "si obtuviera la gracia de un nuevo nacimiento, habría tenido menos seguridades. Respecto a esa perfección numérica de la que habla, tenga cuidado con ciertas expresiones. Algunos textos dan la idea de perfección porque sobrepasan el entendimiento del lector, pero no del lector como generalización, como cifra del departamento de administración de una editorial, sino el lector como individuo sufriente de nuestra producción literaria".

"Es que no hay manera de entenderle a cabalidad, Borges".

"Por supuesto que sí la hay. Despierte de su sueño y escriba, escriba como si en ello le fuera la vida. Descubra algunos secretos escondidos en los anaqueles de las bibliotecas y divulgue su conocimiento de manera subrepticia; procure que los demás eviten pensar que alardea".

"Yo no estoy exactamente en mi sueño. Usted ha invadido mi sueño con el suyo propio. En realidad yo debería estar despierto".

"No se haga ilusiones respecto al hecho de estar despierto, amigo. La vigilia es otro sueño que sueña no soñar".

Borges se levantó del sofá. De pronto me embargó la sensación de que hacía rato se habían ido las personas de la reunión en la que nos encontrábamos atrapados.

Antes de irse, sentí que Borges se volteó de nuevo hacia mí, y le escuché decir:

"Lo más importante es que no crea más en mí, ni en ningún otro. Ha de creer sólo en usted, y en sus propias letras".

Entonces, Borges se alejó. Pocos segundos después, Borges despertaba del sueño que había tenido dentro de mi sueño.

Abrí los ojos y, antes de que el recuerdo se esfumara, escribí esto.

1996.

CUENTOS EXTRAÑOS de Jorge Gómez Jiménez

PARA TODOS AQUELLOS QUE TOMAN AGUA PURIFICADA

PARA TODOS AQUELLOS QUE TOMAN AGUA PURIFICADA INFORMACION VALIOSISIMA
Ha sido comprobado en una investigación científica que si bebemos más
de un litro de agua por día, al final de un año habremos ingerido más de un
kilo de bacilos coliformes fecales que están diluidos en el agua, o sea 1
kilo de mierda, en dos palabras.
En cambio, bebiendo vino, cerveza, whisky o ron u otros licores, no
corremos ese riesgo, pues en el caso de la cerveza, ésta pasa por varios
procesos de hervido, filtrado y luego es fermentado por eso, pido que
comuniquen a todos los que beben agua, que eso hace daño y ha sido
probado científicamente: El agua es caca, el alcohol es salud.
Por una vida libre de mierda, prefiera el trago !!!
Quien tenga conciencia va llegar a la conclusión que: Es mucho mejor
tomar cerveza y hablar pura mierda, que tomar mierda y no decir nada.
Reenvía esto a tus amigos con cierta tendencia alcohólica para
informarles de "lo bien que están". O bien a los que aún beben agua para que
paren de consumir mierda.

¿CUANTO CUESTA?

¿CUANTO CUESTA? ¿Cuanto cuesta un gramo de felicidad?
Porque quiero importar.
¿Cuanto cuesta uno de soledad?
Porque me encantaria exportar.

Angelo VG.

¿QUIÉN SOY?

¿QUIÉN SOY? Un cuerpo perfecto, una cara bonita, sólo soy un maniquí, una foto maquillada, un rostro que no dice nada, pues, no expresa lo que de verdad siento, mi interior, no es tan valioso como la ropa que llevo, pero es mío, y no lo vendo, no tiene precio.
¿Quién soy?Sólo un objeto, moldeado y pintado, pero no me importa, yo puedo ver algo más que simple dinero cuando em miro en el espejo.
Bea

STANISLAW LEM

STANISLAW LEM Stanislaw Lem nació en 1921 en Lvov, ciudad de Ucrania que hasta 1939 perteneció a Polonia. Hijo único, pasó gran parte de su niñez en mundos de su propia creación, cuando no estaba desmontando cosas para ver cómo funcionaban, viviendo en el primer piso del número 4 de la calle Brajerka.

Comenzó sus estudios de medicina en 1939, que quedaron interrumpidos durante la ocupación nazi, pues siendo una familia judía, tenían otros problemas mucho más serios de los que ocuparse.

Empezó a trabajar de soldador y mecánico, haciendo un poco de sabotaje sin mayor esfuerzo pues, según sus propias palabras, era un pésimo soldador. También traficó con armas y municiones para la resistencia polaca.

En 1942 los judíos de Lvov son enviados a las cámaras de gas de Belzec, salvándose los Lem gracias a documentos de identidad falsos y a que lograron dejar el ghetto a tiempo.

En 1944 la Armada Roja arrebata Lvov a los alemanes y, habiendo su familia perdido todas sus posesiones, Lem se traslada a Cracovia, continuando sus estudios de medicina allí, por la especialidad de Psicología.

En 1946 se publica HOMBRE DE MARTE en una revista juvenil, su primera publicación.

1948 supone el fin de la carrera de Medicina para Lem. A pesar de ser socialista, la inclusión de las ideas de Trofim Lysenko acerca de la herederabilidad de los tratos adquiridos en el dogma oficial le hizo perder un poco de la fe que tenía. Por esas fechas publica anónimamente sobre Lysenco, pero no es sancionado a pesar de que la publicación fue desmantelada. Aún así, Lem suspende sus exámenes finales debido a que se niega a regurgitar dogma en vez de ciencia.

También había orden de incorporación a filas para los doctores, así que no estaba interesado en la práctica médica. Por esas fechas estaba escribiendo una novela realista, EL HOSPITAL DE LA TRANSFIGURACIÓN, que será publicada en 1955.

En 1951 publica su primera novela; LOS ASTRONAUTAS, principalmente utópica, lo que contribuyó a que pasase la censura sin muchos problemas. Sobre esta época la Cibernética, una de las pasiones de Lem es prohibida en todo el bloque socialista por ser considerada una mala influencia del capitalismo.

En 1953 Lem se casa con Barbara, por aquel entonces, estudiante de Medicina.

En 1957 publica DIARIOS DE LAS ESTRELLAS. Es una colección de historias cortas de un negro humor que contrasta con las utópicas novelas anteriores.

En 1959 se publica EDÉN. Es ésta la primera novela, en retrospectiva, con la que Lem estaba complacido (o al menos "no estaba avergonzado"). Quizás no sea una coincidencia que esta sea una novela de Ciencia-Ficción relativamente subversiva. Como Piotr J. Meszynski dijo de él: Usando la seguridad de la Ciencia-Ficción, pudo criticar las ideas del control total de todos los aspectos de la sociedad

En 1961 publica SOLARIS. Que Andrei Tarkovsky convirtió en película, siendo galardonada con el Premio Especial de Jurado en el Festival de Cannes de 1972.

También vio la luz ese año RETORNO DE LAS ESTRELLAS, relato que describe la vuelta de un astronauta a la tierra después de un viaje de más de 23 años a la velocidad de la luz.

En 1964 publica EL INVENCIBLE. Novela seria que trata sobre toso de la evolución en su más grado exponente.

En 1965 publica CIBERIADA: FÁBULAS PARA UNA ERA CIBERNÉTICA, conjunto de cuentos que de forma irónica, sarcástica e incluso esperpéntica, critica, con un humor siempre negro, diferentes y variados puntos de las diferentes ideologías terrestres. Una de sus más famosas obras. Ha sido comparada con LAS MIL Y UNA NOCHES, EL DECAMERÓN o los CUENTOS DE CANTERBURY

En 1968 publica LA VOZ DE SU AMO, libro que trata sobre la teoría de contacto, cuando la humanidad recibe un mensaje desde las estrellas. Luego expandiría sus tesis en posteriores novelas. También publica RELATOS DEL PILOTO PRIX, una colección de reflexiones, lejos del tono jocoso de CIBERIADA o FÁBULAS DE ROBOTS, sobre las implicaciones de la cibernética en el desarrollo humano.

En 1971 dos títulos ven la luz: UN VACÍO PERFECTO y CONGRESO DE FUTUROLOGÍA. El primero es una colección de críticas de libros... que no han sido escritos. Es también una sátira con muchos niveles y una gruesa pincelada de algunas interesantes ideas filosóficas. Éste fue el primer trabajo de Lem en su experimental tercer período. CONGRESO DE FUTUROLOGÍA retoma al astronauta Ijon Tichy, protagonista de LOS DIARIOS DE LAS ESTRELLAS, y lo sitúa en una hipotética república bananera durante un congreso de futurólogos (de ahí el título), pero eso es la situación, lo verdaderamente interesante son las hilarantes visiones de futuros imperfectos que Ijon Tichy, tiene cuando, a raíz de un ataque terrorista al hotel donde se desarrolla el congreso, la policía rocía la zona con gases alucinógenos.

En 1973 escribe UN VALOR IMAGINARIO, una colección de prólogos de libros no escritos, mezcla entre experimento y sátira.

En 1976 se publica LA INVESTIGACIÓN, una novela de misterio y crímenes, de ambiente profundamente kafkiano, y LA FIEBRE DEL HENO, donde funde elementos de la novela negra con la ciencia-ficción.

En 1979 publica MEMORIAS ENCONTRADAS EN UNA BAÑERA, relato desquiciado sobre personajes desquiciados encerrados en un refugio nuclear, de inspiración, nuevamente, innegablemente kafkiana.

En 1986 publica UN MINUTO HUMANO, revisión de tres libros que no existen. También publica FIASCO, novela seria en la que retorna al problema del contacto con inteligencias extraterrestres. Quizás la más madura de todas sus novelas.

En la actualidad es miembro fundador de la Sociedad Polaca de Astronáutica. Como se puede ver, se ha interesado en cuestiones de Matemática, Cibernética y Filosofía y desde 1973 enseña literatura polaca en la Universidad de Cracovia.

© David Suárez de Lis, Francisco José Súñer Iglesias

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Lem y el solipsismo

Se ha hablado [...] de Philip K. Dick y del solipsismo1. En relación con este tema comenté que Stanislaw Lem es el gran apóstol del solipsismo.

Me he dado cuenta de que no he mencionado un dato que es importante al juzgar este solipsismo, en númerosas ocasiones es mas que nada un bromazo, de Lem y es que este, como Goya, ha padecido siempre una fuerte sordera que con el tiempo se ha convertido en total, lo que incidiría en un fuerte aislamiento del autor.

La única entrevista que he leído con Lem, se hizo desde un cibercafé de Cracovia a través de Inet, justamente para soslayar el problema de la sordera de Lem. El Lem que surge de esta entrevista es una persona bastante malhumorada, si bien mas por las notas previas del entrevistador, que por la entrevista en si, cualidad que también suelen tener algunos de sus protagonistas.

Recomiendo a todo aquel que quiera adentrarse en el universo de Lem, la lectura de VACÍO PERFECTO (Bruguera, Libro Amigo), colección de prólogos de libros inexistentes, de título revelador. Aviso previamente que el libro es muy difícil y que sin la lectura o cierto conocimiento de bastantes libros, como el ULISES, algún ejemplar del Nouveau Romain, etc. es realmente imposible de valorar y sobre todo QUE NO ES SF.

De todas formas es un libro bastante importante para comprender la figura de Stanislaw Lem, que por cierto tiene también otro libro de epílogos de títulos igualmente ficticios pero cuyo título no recuerdo2.

En ocasiones el lenguaje que Lem emplea en estos libros, como el que Lafferty usa en ocasiones es terriblemente barroco, complejo y mordaz (entre otras cosas se burla de la compleja forma en que escriben los críticos), lo que no ayuda en demasía a su comprensión. Pero si te gusta Lem y deseas estudiar un poco mas el interior del autor mas culto, junto con R. A. Lafferty y Gene Wolfe, que haya acometido jamás la tarea de escribir ciencia-ficción, esta es tu lectura.

© Antonio Rodriguez Babiloni, 20 de septiembre de 1997

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Notas:
1Solipsismo: Forma radical de subjetivismo según la cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo. (DRAE 21a. Edición)
2Antonio se refiere a UN VALOR IMAGINARIO, Bruguera, Libro Amigo no. 1002
Para saber más

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Bibliografía:
Ciberiada, Alianza, Libro de Bolsillo nº 133
Congreso de futurologia, Bruguera, Libro Amigo nº 847
Diarios de las estrellas. Viajes y memorias, Bruguera, Libro Amigo nº 661
Diarios de las estrellas. Viajes, Bruguera, Libro Amigo nº 660
Eden, Alianza, Libro de Bolsillo nº 1516
El invencible, Minotauro
Fabulas de robots, Bruguera, Club Joven nº 34
Fiasco, Alianza, Cuatro
La fiebre del heno, Bruguera, Libro Amigo nº 689
La investigacion, Bruguera, Libro Amigo nº 649
La voz de su amo, Edhasa, Clasicos Nebulae
Memorias encontradas en una bañera, Bruguera, Libro Amigo nº 665
Regreso a Entia, Edhasa
Relatos del Piloto Prix, Alianza, Libro de Bolsillo nº 1521
Más Relatos del Piloto Prix, Alianza, Libro de Bolsillo nº 1527
Retorno de las estrellas, Bruguera, Libro Amigo nº 695
Solaris, Minotauro
Un valor imaginario, Bruguera, Libro Amigo nº 1002

informacion de: autores

TEXTO SURREALISTA

TEXTO SURREALISTA Por Antonin Artaud
Publicado en "La Révolution Surréaliste", Nº 2 (1925)

El mundo fisíco todavía está allí. Es el parapeto del yo el que mira y sobre el cual ha quedado un pez color ocre rojizo, un pez hecho de aire seco, de una coagulación de agua que refluye.
Pero algo sucedió de golpe.
Nació una aborrecencia quebradiza, con reflejos de frentes, gastados, y algo como un ombligo perfecto, pero vago y que tenía color de sangre aguada y por delante era una granada que derramaba también sangre mezclada con agua, que derramaba sangre cuyas líneas colgaban; y en esas líneas, círculos de senos trazados en la sangre del cerebro.
Pero el aire era como un vacío aspirante en el cual ese busto de mujer venía en el temblor general, en las sacudidas de ese mundo vítreo, que giraba en añicos de frentes, y sacudía su vegetación de columnas, sus nidadas de huevos, sus nudos en espiras, sus montañas mentales, sus frontones estupefactos. Y, en los frontones de las columnas, soles habían quedado aprisionados al azar, soles sostenidos por chorros de aire como si fueran huevos, y mi frente separaba esas columnas, y el aire en copos y los espejos de soles y las espiras nacientes, hacia la línea preciosa de los seno, y el hueco del ombligo, y el vientre que faltaba.
Pero todas las columnas pierden sus huevos, y en la ruptura de la línea de las columnas nacen huevos en ovarios, huevos en sexos invertidos.
La montaña está muerta, el aire esta eternamente muerto. En esta ruptura decisiva de un mundo, todos los ruidos están aprisionados en el hielo; y el esfuerzo de mi frente se ha congelado.
Pero bajo el hielo un ruido espantoso atravesado por capullos de fuego rodea el silencio del vientre desnudo y privado de hielo, y ascienden soles dados vuelta y que se miran, lunas negras, fuegos terrestres, trombas de leche.
La fría agitación de las columnas divide en dos mi espíritu, y yo toco el sexo mío, el sexo de lo bajo de mi alma, que surge como un triángulo en llamas.

SALVEMOS EL ESPACIO

SALVEMOS EL ESPACIO http://babel.webcindario.com/libros.htmllibros

Stanislaw Lem - Salvemos el espacio

Una de las mejores cosas que le pueden suceder a la literatura de ciencia ficción, generalmente tan presa de una incómoda solemnidad apocalíptica y de la tentación de tomarse a sí misma demasiado en serio, es que un autor talentoso y absoluto dueño de su oficio como Stanislaw Lem le dé una sacudida de irreverencia y la refresque con un sentido del humor que, de seguro, hará mucha falta en el futuro próximo. La imaginación desbordada de Lem está aquí al servicio de un turista espacial cuyas preocupaciones ecológicas van de la mano de un conocimiento amplísimo de la flora y la fauna siderales, sitiadas por la basura intergaláctica que la indolencia humana suele acumular en todo sitio y en cualquier época.

Después de mi larga estancia en la Tierra emprendí un viaje para volver a visitar los lugares preferidos de mis antiguas excursiones: los grupos esféricos de Perseo, la constelación de Carnero y la gran nube estelar en el núcleo de la Galaxia. En todos lados encontré cambios sobre los cuales me es muy difícil escribir, ya que no han sido, precisamente, para bien. Hoy en día se habla mucho acerca de la difusión del turismo cósmico; sin duda el turismo es algo muy útil, pero todo debe tener su medida. El desorden comienza al pasar la puerta. El cinturón de asteroides que circula entre Tierra y Marte se encuentra en un estado lamentable. Esa monumental chatarra rocosa, antes hundida en la eternidad de la noche, fue iluminada con luz eléctrica. Además, cada asteroide ha sido esculpido pedazo a pedazo, con iniciales y monogramas. El preferido por todas las parejitas enamoradas, Eros, tiembla bajo los impactos con los que diversos seudocalígrafos forjan en su corteza un sinfín de dedicatorias. Algunos oportunistas les rentan martillos, martillos neumáticos y hasta desarmadores, y así nadie puede encontrar una roca virginal en ese lugar que antes era el más salvaje de los paraísos. Por doquier asustan los letreros "Sentimos amor infinito en este meteorito", "He aquí la roca del asteroide, bajo ella duró nuestro amor", y otros similares con corazones atravesados por flechas, del peor gusto. En Ceres, de la cual gustaron, no entiendo por qué, las familias numerosas, florece una verdadera plaga de fotomanía. Ahí merodean muchos fotógrafos, quienes no sólo rentan las escafandras especiales para el retrato, sino también cubren las rocas con una emulsión y por una cuota muy baja eternizan sobre ellas excursiones enteras, fijándolas con barniz. Las familias en una pose adecuada -padre, madre, abuelos, hijos- sonríen en los rocosos precipicios, lo cual, como leí en algún folleto, crea la "atmósfera familiar". Respecto a Juno, ese pequeño y hace años hermoso planeta, prácticamente ha dejado de existir. Cualquiera que así lo desee fracciona su corteza y arroja los pedazos al vacío. No perdonan ni a los meteoritos de hierro, que destinan a anillos o broches de recuerdo, ni a los cometas; hoy hay pocos que aparecen de vez en cuando con la cola aún completa. Creía que al salir del sistema solar podría huir del tráfico de los cosmocamiones y de los retratos familiares firmados con espeluznantes versos, ¡pero cuál! El profesor Bruckee, del observatorio, hace poco se quejaba conmigo sobre el debilitamiento de la luz que emanan las dos estrellas de Centauro. ¡¿Y cómo su luz no ha de atenuarse si toda la zona está repleta de basura?! Alrededor del pesado planeta Sirio, atracción de ese sistema, se creó un anillo similar a los de Saturno, pero hecho de botellas de cerveza o de limonada. Cualquier cosmonauta que tome este rumbo deberá rebasar no sólo las nubes de meteoritos sino también latas, cáscaras de huevo y periódicos viejos. Inclusive hay en el camino varias zonas en las cuales resulta imposible ver las estrellas. Los astrofísicos, desde hace años, se rompen la cabeza por descubrir la causa del aumento del polvo cósmico en diferentes galaxias; pienso que el motivo es muy simple: mientras mayor grado de civilización habite la galaxia, mayor grado de basura habrá. De ahí todo ese polvo y desechos. El problema no concierne tanto a los astrofísicos sino a los barrenderos. Y aunque en otras nebulosas tampoco hayan podido resolverlo, en verdad no es ningún consuelo. Otro juego también digno de condenar es escupir al vacío, ya que la saliva, como cualquier líquido en general, se congela a bajas temperaturas y un choque contra ella puede conducir fácilmente a una verdadera catástrofe. Es embarazoso mencionarlo, pero las personas que suelen enfermar durante el viaje utilizan el Cosmos como una especie de escupidera, como si no supieran que las huellas de su malestar rondarán durante miles de años alrededor de las órbitas, despertando en los turistas asociaciones desagradables y un lógico rechazo. Un problema aparte es el alcoholismo. Pasando Sirio empecé a contar los enormes letreros que anuncian la "Amarga de Marte", "La Galáctica", "La Extralunar" o "Sputnik Wyborowa"; al poco tiempo desistí, ya que perdí la cuenta. De los pilotos he escuchado que algunos cosmódromos se vieron en la penosa necesidad de cambiar su combustible a base de alcohol por uno de ácido acético, porque frecuentemente sucedía que no había con qué despegar. La policía espacial repite que es difícil reconocer de lejos a un borracho en el espacio; todos justifican su tambaleante caminar con la falta de gravedad. Sin embargo, esto no cambia el hecho de que las prácticas de algunas estaciones de servicio piden la venganza de los cielos. A mí mismo me sucedió: pedí que me llenaran el tanque de reserva de oxígeno y, después de alejarme un poco, oí una serie de gorgoteos que provenían de él. Al instante me di cuenta de que fue llenado ¡con jerez! Cuando regresé para quejarme, el gerente de la estación insistió en que al momento de solicitarle el servicio le había guiñado el ojo. Puede ser que lo hiciera porque sufro de una conjuntivitis crónica, pero eso ¿debe justificar este tipo de sucesos? El desorden que persiste en los principales trayectos es insoportable. La enorme cantidad de accidentes no debe causar asombro, ya que la mayoría de la gente constantemente rebasa los límites de velocidad; sobre todo las mujeres, porque al viajar a velocidad luz detienen el tiempo y por lo mismo no envejecen. Muy a menudo se pueden encontrar también los típicos estorbos, los cosmocamiones, que contaminan con su gasolina obsoleta. Cuando en Palindronia exigí el libro de quejas, se me informó que el día anterior había sido deshecho por un meteorito. También suceden cosas extrañas con el suministro del oxígeno. A seis años luz antes de Beluria, uno no puede comprarlo en ninguna parte, y el efecto es que las personas que llegaron hasta ahí con fines turísticos se ven obligadas a refugiarse en los congeladores y esperar en estado de muerte reversible la llegada del siguiente transporte con el aire; sin esta medida simplemente no tendrían qué respirar. Cuando llegué ahí, en el cosmódromo no había un alma; todos hibernaban en los refrigeradores, pero eso sí, en el bar encontré desde piñas en coñac hasta cerveza Pilzner. Las condiciones sanitarias, sobre todo en los planetas pertenecientes a la Gran Reserva Ecológica, piden justicia divina. En Voz de Mersyturiia leí un artículo cuyo autor exige la total extinción de los maravillosos animales llamados Acechador Enguillidor. Estos depredadores poseen en su labio superior una serie de verrugas luminosas que pueden formar varios diseños. Es cierto que en la última década surgió la especie cuyas verrugas se agrupan formando las letras wc. Los Acechadores escogen los alrededores de campamentos, donde en la noche, en la oscuridad, esperan con las fauces muy abiertas al turista necesitado de un lugar íntimo. ¿El autor del artículo no comprende que los Acechadores son totalmente inocentes y en vez de a ellos habrá que demandar a los responsables por la falta de instalaciones sanitarias adecuadas? En la misma Mersyturiia, la carencia de comodidades comunitarias ha causado una serie de mutaciones genéticas de varios insectos. En los sitios renombrados por sus bellos paisajes, a menudo se pueden ver confortables sillones, hechos de mimbre, que parecen invitar al cansado caminante. Si el viajero se desliza sin pensarlo entre los cómodos descansabrazos, de inmediato éstos se lanzarán encima de él, y así el sillón resulta ser en realidad un millón de hormigas pintas (Hormiga-silla Martirizanalgas, en latín: Multipodium Pseudostellatum Trylopii), las cuales, al colocarse una encima de otra, simulan el tejido del mimbre. Me han llegado rumores de que hay otras especies (Alga Fofa, Moczyscier Przeprzasny y Vago Brutalito) que imitan fuentes de sodas, hamacas y hasta regaderas con toallas. Pero no puedo dar crédito a esas palabras ya que, por mi parte, no he visto nada similar y los expertos en la materia permanecen mudos al respecto. Sin embargo, vale la pena advertir sobre una nueva y poco común especie de serpiente-tripié: Telescopio (Anencephalus Pseudoopticus Tripedius Klaczkinensis). Telescopio se coloca en lugares panorámicos, abriendo sus tres largas y delgadas patas de tal manera que formen un triángulo. Con la parte más ancha de su cola apunta al paisaje y con la saliva que rellena su apertura bucal imita una lente, tentando a los curiosos a asomarse; para un incauto el encuentro tiene un final muy desagradable. Otra serpiente, pero del planeta Gaurymachia, Pérfida Embustera (Serpens Vitiosus Reichenmantlii), acecha en los arbustos y extiende su cola para que el distraído transeúnte se tropiece y caiga al suelo. Pero, en primera, este reptil se alimenta exclusivamente de rubias, y en segunda, no imita nada. El Espacio no es un jardín de niños, ni tampoco la evolución biológica es un idilio. Hay que repartir folletos similares al que vi en Derdymon, en el cual se advierte a los botánicos amateurs sobre Cruella Maravillosa (Pliximiglaquia Bombardans L.) Ésta florece con espléndidas flores, pero hay que resistirse al deseo de cortarlas porque Cruella vive en una estrecha simbiosis con Trituradora Rocosa, árbol que da frutos del tamaño de una calabaza, pero cornuda. Basta con cortar una sola flor para que en la cabeza del cándido coleccionista de especies vegetales caiga una lluvia de municiones, duras como las piedras. Posteriormente, ni Cruella ni Rocosa le hacen nada malo al difunto, satisfaciéndose con las consecuencias naturales del fallecimiento que proporcionan un estupendo abono para la tierra. Los especímenes extraños pueden encontrarse en cualquier planeta de la Reservación. Así, las sabanas de Beluria parecen un arco iris por el abundante colorido de las flores. Entre éstas sobresale por su hermosura y aroma Rosa Púrpura (Rosa Mendatrix Tichiana, como quiso nombrarla el profesor Pingle, quien fue el primero en describirla). Esta flor, en realidad, forma parte de la cola del Wedlowiec, un depredador de Beluria. El hambriento Wedlowiec se esconde entre la maleza desenredando su larga cola de tal manera que sólo la flor sobresale de entre el pasto. El turista, inconsciente del peligro, se acerca para olerla, y entonces el monstruo salta encima de él por atrás. Tiene los colmillos casi tan largos como los de un elefante. Así se cumple la variante cósmica del viejo refrán: ¡no hay rosa sin espinas! Aunque ahora me voy a desviar un poco del tema, no puedo resistirme al deseo de recordar otra rareza beluriana, que es una lejana familiar de la papa: Amargura Pensante (Gentiana Sapiens Suicidalis Pruck). Sus tubérculos son dulces y muy sabrosos; su nombre proviene de ciertas características espirituales. La Amargura, por mutación, produce a veces, en vez de tubérculos harinosos, pequeños cerebritos. Esta mutación, Amargura Loca (Gentiana Mentecapta), durante su desarrollo empieza a experimentar sensaciones de angustia; ella misma se saca las raíces y huye al bosque donde se entrega a reflexiones solitarias. Muy a menudo llega a la conclusión de que no vale la pena vivir y comete suicidio al captar la amargura de la existencia. Para el hombre, Amargura es inofensiva, al contrario de otra especie de Beluria: Rabiosa. Gracias a su natural adaptación, se adecuó al ambiente creado por los niños insoportables. Este tipo de niños suele correr sin parar, empujar o patear lo que sea, rompiendo con gran gusto los huevos de Agudo-Aguijón Trasero; Rabiosa produce frutos perfectamente iguales a esos huevos. El infante, al pensar que tiene un huevo frente a él, da rienda suelta a sus impulsos destructivos y lo patea, rompiéndolo; debido a esto, las sustancias aprisionadas en el seudohuevo se liberan y penetran en su organismo. El infante contagiado se transforma en un sujeto aparentemente normal, pero con el tiempo sufre una desviación incurable: adicción al juego de cartas, alcoholismo y libertinaje establecen la siguiente etapa después de la cual sigue el deceso o una gran carrera. A veces me he encontrado con la opinión de que hay que exterminar a la Rabiosa. Quienes lo dicen de seguro no han pesando en que, más bien, hay que educar a los niños para que no pateen cualquier objeto en un planeta extraño. Mi naturaleza es optimista y trato de mantener, con todas mis fuerzas, la buena opinión sobre el ser humano, pero en verdad no siempre es una tarea fácil. En Protosteneza vive un pequeño pajarito, símil de nuestro papagayo, pero en vez de hablar aquél escribe. Por desgracia, la mayoría de las veces escribe obscenidades sobre las bardas, mismas que le enseñan los turistas terrícolas. Algunas personas lo enfurecen a propósito al señalarle sus errores ortográficos. En ese momento el pajarito comienza a devorar todo lo que encuentra a su paso. La gente pone frente a su pico jengibre, pasas, pimienta y crotoaullador -una especie de hierba que al atardecer emite un prolongado grito, hierba de cocina utilizada a veces en vez del despertador. Cuando el pajarito muere de tanto comer, lo rostizan. Se llama Escribano Remedador (Graphomanus Spasmaticus Essenbachii). Actualmente esta inusual especie se encuentra en peligro de extinción, porque cualquier visitante de Protosteneza se afila los dientes para consumirlo. Y otra vez, algunas personas consideran que si nosotros comemos a las criaturas de otros planetas, todo está bien, pero si sucede lo contrario todos gritan, piden ayuda, exigen expediciones de castigo, etcétera. Cualquier denuncia que se haga sobre la perfidia y la embustería de la flora y la fauna cósmicas, es un absurdo antropomorfo. Si el Engañador Farsante, cuya apariencia asemeja un tronco podrido, se coloca sobre sus patas traseras en una posición adecuada para imitar una señal de los caminos montañosos, provocando que los turistas pierdan el rumbo y cuando caen a los precipicios, baja para alimentarse; si como digo, lo hace, es sólo porque la vigilancia no cuida las señales en los caminos de la Reservación; después la pintura se deslava, se pudren y en ese estado, las señales se parecen a aquel animal. Cualquier otro haría lo mismo en su lugar. Las renombradas fatamorganas de Stredogen existen gracias a los bajos instintos del ser humano. Antes, en este planeta crecían sólo papas y los Calurosos eran difícil de encontrar. Actualmente la multiplicación de estos últimos ha sido exorbitante. Arriba de ellos se extiende el aire, previamente calentado, el cual se dobla produciendo espejismos de bares, que han llevado a la perdición a más de un terrícola. Dicen que toda la culpa es de los Calurosos. ¿Y por qué las fatamorganas producidas por éstos no simulan escuelas, bibliotecas o colegios autodidactas? ¿Por qué siempre muestran lugares de consumo de alcohol? Sin duda, ya que las mutaciones son objetivas, los Calurosos creaban diversos espejismos, pero aquellos que producían instituciones educativas o bibliotecas murieron de hambre. Sobrevivió únicamente la especie bares (Thermomendax Spirituosus Halucinogenes de la familia Antropófagos). El maravilloso fenómeno de adaptación natural que le permite a los Calurosos la rítmica expulsión del aire caliente, del cual surgen los espejismos, es el juicio de nuestros propios vicios. La selección de la especie Calurosos-bares la provocó el mismo hombre o más bien su decepcionante naturaleza. Me indignó la carta a la redacción de Eco de Stredogen. Un lector de esta revista exigía la total extinción de los Calurosos y también de los encantadores Silenciosos Empapadores, magnificentes árboles que son el adorno de cualquier parque. Cuando se hace una incisión en su corteza, de ésta brota un jugo venenoso y cegador. Silencioso Empapador es el último árbol de Stredogen que no está esculpido de arriba abajo con monogramas o iniciales.. ¿y ahora debemos renunciar a su existencia? Al parecer el mismo fin le espera a otros invaluables ejemplares como Vengador Sincamino, Ahogador Ebulliciente, Rozkes Escondido o Aullador Eléctrico, el cual, para salvarse y proteger a sus crías del estruendoso escándalo producido por radios y grabadoras, creó, gracias a la selección, una especie cuyo sonido tapa las audiciones demasiado escandalosas, sobre todo ¡música jazz! Los órganos eléctricos del Aullador emiten frecuencias en forma súper heterodina, así que esta extraordinaria creación de la naturaleza debería encontrarse, lo más pronto posible, bajo protección. Por lo que respecta a la Olorosa Repulsiva, concuerdo en que el olor que produce es inigualable. El doctor Hopkins de la Universidad de Milwaukee descubrió que las especies más enérgicas logran crear hasta cinco mil pestes (medida del olor) por segundo. Pero hasta un niño pequeño sabe que las Olorosas se comportan de este modo sólo si son fotografiadas. La vista de una cámara apuntándoles provoca en ellas un reflejo llamado lentebajocola, con el cual la Naturaleza trata de proteger a esas inocentes criaturitas de los insistentes mirones. Es cierto que la Olorosa, siendo un poco miope, a veces confunde la cámara con cigarreras, encendedores, relojes y hasta medallas e insignias, pero en parte esto sucede porque algunos turistas utilizan cámaras miniatura y en tales casos es muy fácil equivocarse. Por lo que respecta a que la Olorosa haya aumentado, en estos últimos años, su alcance y su capacidad a ocho mil megapestes por hectárea, hay que aclarar que fue provocado por el creciente uso de telescopios. No quiero dar la impresión de que considero a todos los animales y vegetales cósmicos como intocables. De seguro Mordelia Animosa, Tryblas Rompehuesos, Tragador Degustador, Traserita Abridora, Cadavérica Aturdida o Devoralotodo no son particularmente simpáticos. Igualmente todas las hiedras de la familia autárquica a la cual pertenecen Gauleirterium Flagellans, Syphonophiles Pruritualis, es decir Mofador Wyprzasek Brzeszczozgrzebny o Desmadroso Gritador y Arroyita Mimadora (Lingula Stranguloides Erdmenglerbeyera). Pero si reflexionamos y tratamos de ser objetivos, ¿por qué el hombre es quien puede cortar las flores y secarlas, mientras que a la planta que arranca y hace polvo las orejas se le considera como algo antinatura? Si el Repetidor Rebuznante (Echolaliun Impudicum Achwamps) se multiplicó a gran escala en Adeonoksjia, es por culpa del hombre, porque esta especie toma su energía vital de los sonidos; antes, para esto le servían los truenos, y hasta la fecha le gusta oír los sonidos de la tormenta, pero actualmente prefiere tomar su alimento de los turistas que se sienten obligados a gritarle las más vulgares maldiciones. Les hace gracia, dicen, la vista de esta criatura floreciendo bajo una serie de las peores palabrejas. Es verdad que el Repetidor crece rápidamente, pero por las vibraciones del sonido y no por el contenido de esas leperadas que gritan los excitados turistas. ¿A qué conduce todo esto? En la actualidad las especies como Warlaj Azul y Atraviesasentadera Terco están extintas. Día a día desaparecen miles de otras. Gracias a las nubes de basura se acrecientan las manchas en el sol. Aún recuerdo aquellos tiempos en los que el mayor premio para un niño era la promesa de un viaje dominguero a Marte, y ahora el malcriado chiquillo no quiere desayunar si su papá no provoca la explosión de una supernova. Por esos caprichos se desperdicia la energía cósmica, se contaminan los planetas y los meteoros, se saquea el tesoro de la Reservación, dejando a cada paso en los espacios galácticos desperdicios de cáscaras, huesos de fruta, papeles. Destruimos el universo, lo convertimos en un gran basurero. Hoy es tiempo de entrar en razón y empezar a respetar las reglas. Así, considerando que cualquier demora puede ser fatal, hago un llamado para salvar al espacio.

FIN

UNA MODESTA PROPOSICIÓN

UNA MODESTA PROPOSICIÓN Una modesta proposición
Jonathan Swift

Título completo: “Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público”

Dublín, Irlanda, 1729

Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.

Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.

Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.

El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.

Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.

Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.

Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.

Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.

He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.

Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.

Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.

Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.

En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.

Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.

Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.

Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.

He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.

En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.

Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.

Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.

Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.

Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.

Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.

Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.

Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.

No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.

Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.

Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.

Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.

EL TESORO DEL PIRATA

EL TESORO DEL PIRATA Una noche del mes de Abril del año de gracia de 1592, desembarcó en las playas de Campeche un grupo de personajes misteriosos. La maniobra ocurría en la zona de los manglares, que ahora se hallan a un paso de la ciudad, pero que, en aquel entonces, estaban a considerable distancia del pequeño puerto y se perdían en la espesura tropical característica de la región.

La del desembarco era tierra de nadie, y la selva que allí crecía propicia para disimular diligencias de forajidos. De más está anotar que el silencio reinaba en el lugar y que, a excepción de las figuras que se agitaban en la playa, ningún otro ser humano podía localizarse a esas horas en las cercanías, ya que aquellos andurriales permanecían desiertos incluso de día. El grupo llegado del mar en la negrura de la noche lo componían cuatro sujetos; y, quien hubiera sido testigo de lo que acontecía, habría observado que dos de los personajes, por su atuendo y sus gestos, no eran sino filibusteros, y los dos restantes, prisioneros que los bandidos habían adquirido en alguno de sus abordajes oceánicos.

Habiendo amarrado el bote en que desembarcaron, los cautivos, en acatamiento a las órdenes de los piratas que, sable en mano, dictaban peretorias disciplinas, pusiéronse en marcha hacia el interior cargando sobre sus hombros dos enormes cofres que, a juzgar por el lento paso de los porteadores, habían sido llenados a toda su capacidad de peso de varias decenas de kilos. La caravana se internó en la jungla y a poco arribó a las faldas del cerro en donde posteriormente fue construído el castillo de San José el Alto, subió por una vereda y desviándose en la cima se dirigió a un emplazamiento en que, traspuesto en seto de arbustos, apareció la boca de una caverna. Los piratas, que, por la seguridad con que se movían en medio de la obscuridad en esos parajes, indudablemente estaban familiarizados con la geografía del sector, mandaron a los cargadores penetrar en la gruta; y, caminando durante varios minutos por los pasillos de la misma y alcanzando un punto alejado de la entrada, ordenaron detener la marcha y depositar la carga en tierra.

El lector habrá comprendido ya que los cofres contenían oro y joyas en gruesas cantidades, producto de las depredaciones de los asaltantes, y que, siguiendo una tradición practicada en la hermandad, los ladrones del cuento habían llevado al sitio mencionado su botín para enterrarlo allí y agregarlo al caudal que periódicamente habían ido depositando en el refugio. Con los picos y palas que transportaron, los prisioneros, cumpliendo las indicaciones de sus captores, se dedicaron a cavar apresuradamente en el piso; y al cabo de una hora habían abierto ya una oquedad suficientemente amplia para recibir el precioso cargamento.

Mientras los cavadores transpiraban copiosamente después de terminada su ruda tarea, el que se conducía como jefe, examinando la hondonada abierta, exclamó satisfecho: -Habéis hecho un buen trabajo por lo cual os felicito. Estoy contento de vosotros y, para demostraros mi reconocimiento, os permitiré que descanséis para ahuyentar todas las fatigas que os hemos obligado a pasar.

Y, esto diciendo, lanzó una sonora carcajada que retumbó diabólicamente en la cueva. Los desgraciados presos se dieron cuenta de la sorna con que hablaba el desalmado solamente cuando vieron que se apoderaba de las pistolas que llevaba en bandolera sobre el pecho, y un rayo de luz iluminó sus embotadas conciencias: ¡estaban condenados a muerte!

Luego de asesinar a sangre fría a sus víctimas, los truhanes arrojaron los cadáveres al foso preparado para el tesoro, bajaron los cofres colocándolos sobre los cuerpos sin vida y procedieron a ocultar los vestigios de su fechoría rellenando adecuadamente, con la tierra extraída, el marco de los acontecimientos.

Regularmente, en el transcurso de tres años, se repitieron escenas semejantes a la descrita; de manera que la caverna de la historia se almacenaba ya, en el subsuelo, una fortuna respetable, de cuya existencia únicamente los dos piratas del presente relato poseían el secreto. Y en el año de 1595, hacía el mes de Diciembre, encontramos nuevamente a los dos pillos, en el camarote del jefe, poco después de haber obtenido un cuantioso botín arrebatado a una nao mercante que, pertrechaba con una fuerte dotación de oro en barras, se dirigía de Veracruz a España y ahora yacía en el fondo del Golfo.

Decía el cabecilla: -óye bien, dinamarqués: Como tú me has sido fiel en las buenas y en las malas, aunque sea yo un villano tengo también corazón, y quiero confiarte que éste será nuestro último viaje a Campeche. Has de saber que mañana, después de desembarcar y ejecutar lo acostumbrado, no volveremos a la nave. Proyecto establecerme en ese puerto como un honrado burgués, por lo cual tengo con qué. Y, por supuesto, tu, que has sido mi compañero leal, compartirás mi hacienda, pues no soy ingrato, para que te instales donde te plazca.

A lo que el dinamarqués respondió: -De acuerdo, capitán, y no puedo menos que agradeceros vuestra generosidad y alabar vuestra decisión. Estoy presto a obedeceros como siempre. Pero ¿no creéis que la tripulación entrará en sospechas cuando no nos vea regresar?
-¡Ca! ¡Descuida! Nuestros amigos tienen cuenta con la justicia, igual que nosotros, aunque hasta hoy no hayamos sido identificados; y si no nos ven volver, pensarán que las autoridades nos descubrieron; y, para evitarse dificultades, zarparán olvidándose de nosotros.

El danés conociendo la mentalidad bucanera, entendió que su jefe decía la verdad, y respondió: -Tenéis razón, capitán. Nuestros hombres no querrán sacrificarse por vos, pues por algo son piratas, a pesar de que siempre habéis tratado equitativamente en todo. Y no dudo que, convencidos de que caímos en manos del verdugo, no desaprovecharán la oportunidad para adueñarse de vuestro velero creyendo que son muy listos.
-¡Adelante, pues! –dijo el jefe-. ¡Y no se hable más del asunto.

Al día siguiente, los bandidos desembarcaron en el sitio habitual y ordenaron a sus prisioneros marchar al escondite del tesoro. Ya en la gruta, abierta la cavidad para depositar el botín, el capitán sacó las pistolas para despachar a los infortunados porteadores; pero, al pretender disparar, las armas no funcionaron. Reaccionando, los prisioneros, quisieron escapar, pero fueron bloqueados en su intento de fuga por el danés que, de certeros mandobles, envió a los indefensos al otro
mundo.
-¡Bien hecho, dinamarqués! –gritó el capitán-. Y ahora procedamos a sepultar a éstos y repartirnos el tesoro para avecindarnos en Campeche.
-¡Un momento, capitán! ¡Vos no iréis a ninguna parte! –dijo el danés-. ¡Tiempo ha que esperaba una ocasión como ésta, y ahora que se presenta no voy a desperdiciarla!.
-¿Qué quieres decir, insensato?-, rugió el jefe.
-Quiere decir, capitán –repuso resueltamente el danés-, que si creéis en Dios o en el diablo rezad vuestras oraciones a cualquiera que os convenga, pues ya sois hombre muerto.

Y vació sus pistolas sobre el sorprendido filibustero, que rodó exánime a los pies del facineroso.

Varios años después, un personaje de rostro curtido por el sol, que había llegado al puerto en calidad de gran señor, contrajo matrimonio con una hermosa y aristocrática dama. Y, aunque por lo bajo se comentaba que el personaje tenía modales de rústico, que salpicaba su conversación con juramentos de mozo de cubierta y que, además de insolente, acusaba feroz aspecto, su riqueza garantizaba su elevada alcurnia. Y los desposados fueron el tronco de una de las más linajudas y renombradas familias que hubo en Campeche durante el período colonial.



Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977

¿POR QUÉ EL PUERCO SPÍN TIENE PUÁS?

¿POR QUÉ EL PUERCO SPÍN TIENE PUÁS? Hace mucho tiempo, cuando el mundo era joven, los puerco espines no tenían púas. Un día cuando el Puerco Espín estaba en el bosque, cuando el oso quiso comérselo. Pero el Puerco Espín trepó a la copa de un árbol quedando a salvo.

Al día siguiente, cuando el Puerco Espín estaba debajo de un espino blanco, se dió cuenta de cómo le pinchaban las espinas. Tuvo una idea. Partió algunas ramas del espino blanco y se las puso en el lomo. Entonces se fue al bosque y esperó al oso. Cuando el oso saltó sobre el Puerco Espín, el pequeño animal se enroscó como una pelota. El oso tuvo que irse, las espinas le pincharon muchísimo.

Nanabozho vió lo que había ocurrido. Llamó al Puerco Espín y le preguntó:

¿Cómo sabías ese treta?

-¡Siempre estoy en peligro cuando viene el oso!-, le respondió el Puerco Espín-, cuando vi esas espinas, pensé que podría usarlas.

Entonces Nanabozho cogió algunas ramas del espino blanco y le quitó la corteza hasta que quedó blanco. Puso entonces un poco de barro en el lomo del Puerco Espín, clavó las espinas en el barro, e hizo de todo ello parte de la piel del Puerco Espín.

-Ahora anda al bosque-, dijo Nanabozho.

El Puerco Espín obedeció, y Nanabozho quedó mirando desde detrás de un árbol.

Rápidamente apareció el lobo. Saltó sobre el Puerco Espín, pero inmediatamente salió corriendo y aullando.


Llegó el oso, pero no pasó cerca del Puerco Espín. Estaba temeroso de las espinas, tras su anterior experiencia.

Es por esto todos los puerco espines tienen púas hoy en día.

Leyenda de la Tribu Chippewa- Canadá

DULCE INFANCIA

DULCE INFANCIA = Dulce Infancia =

Todos nuestros vicios tienen su origen en la infancia. Más exactamente, en nuestras primeras orgías de perversión y desenfreno... las fiestas infantiles de cumpleaños. Nuestro lema era:
"Sexo, drogas y Enrique y Ana".
Bueno, igual no había sexo...
Pero teníamos "Pajitas"... Pajitas y de todo... Panchitos, Fritos, Triskis, Chasquis, Crujis... ¡¡Aquello era una merendola tóxica!!
Y es que drogas había... para tumbar a Don Pin Pon. O sino, ¿qué narices era el Pica Pica? ¿y los Peta Zetas? Esas pastillas que te estallaban en la boca y te destrozaban el paladar. Eso era una droga de diseño... Por eso nos gustaba tanto Disney... porque todo era un "Mágico Mundo de Colores...".

Quizá no había alcohol... pero había botellón de Pitusa Cola. ¿Os acordáis de la Pitusa Cola? Tú ibas al super y estaba la estantería de la Coca Cola, la Fanta etc... Pero al fondo estaban las marcas baratas: la Pitusa Cola, la Infanta Naranja...
La gente dice que beber alcohol es malo... pero eso es porque no han probado la Pitusa Cola... Y es que a saber que tenía aquello. Porque tú cogías la botella y ponía: "Pitusa Cola. Ingredientes, dos puntos: Pitusa... y Cola". Todos hemos hecho la guarrada de untar los gusanitos en el refresco... pero con la Pitusa Cola había que tener cuidado... los untabas y hacían FFFSSSSS ¡joé! ¡casi te llevaba el dedo!
Las canciones que escuchábamos en los cumples, eran hardcore puro... Eran duras, duras...
"Cuando era pequeña su mamá se fue, y de tristeza llora en un rincón. Co co gua gua. Co co gua gua. Co co co coguaaaaa".
Claro, ¡había que estar borracho para divertirse con esas canciones...!
Los mayores intuían que algo se "cocía" en las fiestas de cumpleaños. Y la tarta, en realidad, era una prueba de alcoholemia. "¡Sopla hijo, sopla!" .
Con las tartas ocurría una cosa muy curiosa. Teníamos la sensación de que todos los cumples era la misma... Si, da igual que fueran de nata o de chocolate... Todas sabían a lo mismo... ¡a cera! Y pillabas un colocón...
Por eso luego jugábamos a la piñata completamente ciegos...
Y es que nos encantaba provocar a los mayores. Os acordáis de aquellas chocolatinas con forma de cigarrillos. Siempre había uno que preguntaba: "Pero niño, ¿Qué haces fumando?" "No, si no es tabaco... es chocolate."
¡Pues peor me lo pones!

Aquello era una fiesta de macarras, sólo nos faltaba el tatuaje... Aunque lo que si teníamos eran... calcomanías. Nos encantaba pegarnos esos cromos a base de saliva. Retirabas con cuidado el papelito, ¡pero siempre se rompía un trozo! Encima a los dos días el dibujo empezaba a borrarse a cachos, quedando unos pellejos asquerosos...
¡¡Y te pasabas una semana luciendo a la Abeja Maya con gangrena...!!
Había niños que llevaban todo el brazo lleno de calcomanías: Heidi, Pedro, Clara y el abuelo. Era por tener la colección... Algunos decían "A ver si este verano pego un estirón para que me quepa Niebla"

Cuando acababa el cumple, los restos siempre eran los mismos que los de cualquier otro fiestorro... varias botellas vacías y cuatro "globitos" pinchados..

LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE PARECEN

LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE PARECEN Dos Angeles viajeros se pararon para pasar la noche en el hogar de una familia muy adinerada. La familia era ruda y no quiso permitirle a los Angeles que se quedaran en la habitación de huéspedes de la mansión. En vez de ser así, a los Angeles le dieron un espacio pequeño en el frío sótano de la casa. A medida que ellos preparaban sus camas en el duro piso, el Angel más viejo vio un hueco en la pared y lo reparó. Cuando el Angel más joven preguntó ¿por qué?, el Angel más viejo le respondió, "Las Cosas no siempre son lo que parecen."

La siguiente noche, el par de Angeles vino a descansar en la casa de un señor y una señora, muy pobres, pero el señor y su esposa eran muy hospitalarios. Después de compartir la poca comida que la familia pobre tenía, la pareja le permitió a los Angeles que durmieran en su cama donde ellos podrían tener una buena noche de descanso. Cuando amaneció, al siguiente día, los Angeles encontraron bañados en lágrimas al Señor y a su Esposa. La única vaca que tenían, cuya leche había sido su única entrada de dinero, yacía muerta en el campo. El Angel más joven estaba furioso y preguntó al Angel más viejo, ¿cómo pudiste permitir que esto hubiera pasado? El primer hombre lo tenía todo, sin embargo tú lo ayudaste; El Angel más joven le acusaba. La segunda familia tenía muy poco, pero estaba dispuesta a compartirlo todo, y tú permitiste que la vaca muriera.

"Las Cosas no siempre son lo que parecen," le replicó el Angel más viejo. "Cuando estábamos en aquel sótano de la inmensa mansión, yo noté que había oro almacenado en aquel hueco de la pared. Debido a que el propietario estaba tan obsesionado con avaricia y no dispuesto a compartir su buena fortuna, yo sellé el hueco, de manera tal que nunca lo encontraría."

"Luego, anoche mientras dormíamos en la cama de la familia pobre, el ángel de la muerte vino en busca de la esposa del agricultor. Y yo le di a la vaca en su lugar. “Las Cosas no siempre son lo que parecen."

Algunas veces, eso es exactamente lo que pasa cuando las cosas no salen como uno espera que salgan. Si tú tienes fe, solamente necesitas confiar en que cualesquiera que fueran las cosas que vengan, serán siempre para tu ventaja. Y podrías no saber esto hasta un poco más tarde …

Algunas personas vienen a nuestras vidas y rápidamente se van…

HAY Q BUSCARSE UN AMANTE

HAY Q BUSCARSE UN AMANTE ( de Jorge Bucay)

Muchas personas tienen un amante y otras quisieran tenerlo. Y también
están las que no lo tienen, o las que lo tenían y lo perdieron. Y son
generalmente estas dos últimas, las que vienen a mi consultorio para
decirme que están tristes o que tienen distintos síntomas como
insomnio, falta de voluntad, pesimismo, crisis de llanto o los mas
diversos dolores.

Me cuentan que sus vidas transcurren de manera monótona y sin
expectativas, que trabajan nada mas que para subsistir y que no saben en
que ocupar su tiempo libre. En fin, palabras más, palabras menos, están
verdaderamente desesperanzadas.
Antes de contarme esto ya habían visitado otros consultorios en los que
recibieron la condolencia de un diagnóstico seguro:
"Depresión" y la infaltable receta del antidepresivo de turno.
Entonces, después de que las escucho atentamente, les digo que no
necesitan un antidepresivo; que lo que realmente necesitan, ES UN AMANTE!

Es increíble ver la expresión de sus ojos cuando reciben mi veredicto.
Están las que piensan: ¡Como es posible que un profesional se despache
alegremente con una sugerencia tan poco científica! Y también están las
que escandalizadas se despiden y no vuelven nunca más.
A las que deciden quedarse y no salen espantadas por el consejo, les doy
la siguiente definición: Amante es: "Lo que nos apasiona".
Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también
quien a veces, no nos deja dormir.
Nuestro amante es lo que nos vuelve distraídos frente al entorno. Lo
que nos deja saber que la vida tiene motivación y sentido.
A veces a nuestro amante lo encontramos en nuestra pareja, en otros
casos en alguien que no es nuestra pareja. También solemos hallarlo en
la investigación científica, en la literatura, en la música, en la
política, en el deporte, en el trabajo cuando es vocacional, en la
necesidad de trascender espiritualmente, en la amistad, en la buena
mesa, en el estudio, o en el obsesivo placer de un hobby...

En fin, es "alguien" o "algo" que nos pone de "novio con la vida" y nos
aparta del triste destino de durar.
Y que es durar? - Durar es tener miedo a vivir. Es dedicarse a espiar
como viven los demás, es tomarse la presión, deambular por consultorios
médicos, tomar remedios multicolores, alejarse de las gratificaciones,
observar con decepción cada nueva arruga que nos devuelve el espejo,
cuidarnos del frio, del calor, de la humedad, del sol y de la lluvia.
Durar es postergar la posibilidad de disfrutar hoy, esgrimiendo el
incierto y frágil razonamiento de que quizás podamos hacerlo mañana.

Por favor no te empeñes en durar, búscate un amante, se vos también un
amante y un protagonista... de la vida.
Pensá que lo trágico no es morir, al fin y al cabo la muerte tiene
buena memoria y nunca se olvidó de nadie. Lo trágico, es no animarse a
vivir; mientras tanto y sin dudar, búscate un amante...
La psicología después de estudiar mucho sobre el tema descubrió algo trascendental:
"Para estar contento, activo y sentirse feliz, hay que estar de novio con la vida".

¡¡QUÉ MALO ES EL MIEDO!!

¡¡QUÉ MALO ES EL MIEDO!! ¡¡Qué malo que es el miedo !!
Porque vamos a ver, tú estás por la noche en la cama y oyes un ruido extraño, ¿y qué haces? ¡Te tapas con la sábana! ¡Muy bien!
¿Qué pasa, que la sábana es antibalas? ¿Que si viene un malo con un cuchillo no va a poder atravesarla, se le va a doblar la hoja?
¡Hombre, por favor!
¿ Y cuando nos da por mirar debajo de la cama? ¡Hombre, que ya tenemos una edad! Además, suponiendo que haya un asesino debajo de la cama, ¿qué ganas mirando? ¡Que te mate antes! Muy bien, fantástico. ¿Se imaginan que un día nos encontrásemos a alguien debajo de la cama? ¿Qué le diríamos?:
- Buenas nocheeees... ¿Qué? Asesinando, ¿no?
- A veeer..., hay que ganarse las lentejas.
- ¡Pero hombre de Dios! Salga de ahí que se va a quedar frío. Ande, suba, que va a coger asma con tanta pelusilla. Máteme en la cama, que estará más cómodo.
Otra reacción estúpida ante el miedo es mirar dentro del armario, que ya es el colmo. Porque, vamos a ver ¿a alguien le cabe un señor dentro del armario? Pero si el día que planchas no sabes dónde meter toda la ropa, ¿cómo se va a meter un tío ahí dentro?
Otra situación. Oyes un ruido raro en casa y te levantas, acojonao, en calzoncillos, y preguntas:
-¿Hay alguien ahí?
¿Pero qué te crees, que si hay alguien te va a contestar?
Lo mejor es cuando llegas a la conclusión de que si hay alguien sólo puede estar detrás de la puerta del cuarto de baño, porque lo demás ya lo has registrado y, ¿qué haces? Asomas la cabeza poco a poco, más que nada para que, si hay alguien, te dé a gusto. ¡Ay!
Otra. Vas en un coche y, de repente, el conductor empieza a correr como si fuese Carlos Sainz, pero sin Carlos y sin Sainz, y tú acojonado. ¿Qué haces? Lo normal, protegerte: te agarras a la asita de plástico que hay encima de la puerta. Ya se puede estampar si quiere, que tu vas cogido a la asita...
En esta situación lo que hacen las madres es agarrarse al bolso y ponérselo delante, como si fuese un airbag.
¿Y cuando vas en bicicleta bajando una cuesta y aquello se embala? ¿Qué es lo que se te ocurre? Quitar los pies de los pedales. ¡Muy bien, muy inteligente! Cuando te descontrolas del todo, sueltas también las manos del manillar. Eso es. Pero ¿qué crees que va a pasar? ¿Que vas a salir volando como E.T.?
Cuando nos van a poner una inyección, ¿qué hacemos? Poner el culo tan duro que la aguja rebota. Sabemos que duele más, pero no podemos evitarlo. Y es que el miedo nos incita a hacer una idiotez detrás de otra: tienes que bajar al garaje y no hay luz. Empiezas a pensar en fantasmas o en si habrá alguien escondido y, ¿qué haces?
Cantar. ¡Miedo, tengo miedo, no lo sabes tú muy biebebeben! Eso es, da más datos. Lanza una bengala.
¿Y qué pasa si vas por la calle y de pronto ves a alguien y piensas que te va a atracar? Pues te cambias de acera. Seguro que si es un atracador, pensará:
"Mierda, otro que se me ha cruzado de acera, qué nochecita llevo". Pero ¿por qué hacemos esto? ¿Qué pasa, que los atracadores sólo atracan en la acera de los pares?
¡Ay! El otro día iba en el ascensor con una mujer a la que no conocía de nada y de repente el ascensor hizo un extraño: "Brramb". ¿Y qué hizo la señora? ¡Agarrarse a mí! Es una reacción típica de las mujeres. Deben de pensar que los hombres no caemos cuando se descuelga un ascensor.
No hay que olvidar que unidas a nuestras reacciones estúpidas están las que tiene el cuerpo por su propia cuenta. Una de ellas es temblar. Si por ejemplo hay un ladrón en casa y nos escondemos debajo de una manta, el hombre no tiene problemas para encontrarnos. Nos ponemos como un móvil en posición vibrador.
Otra reacción estúpida es la de quedarte paralizado. Si viene un coche hacia ti y está a punto de atropellarte, esto es todo lo que se le ocurre a tu cuerpo, quedarse quieto.
Más reacciones que tiene el cuerpo por su cuenta: gritar. Claro que sí, muy lógico. Si estás friendo un huevo y se te prende la sartén ¿qué se te ocurre? Gritar. Te pones a gritar como un loco:
-¡¡Que se me queman los huevos!!
Y si viene otra persona, se une a ti con sus gritos:
-¡Que se te queman los huevos!
Pero ¿qué pretendemos? ¿Apagar el fuego a gritos? ¡Hombre, por favor!
Y luego está lo de cagarse de miedo. ¿Habrá algo más estúpido y más inútil que cagarse de miedo? Bueno, sí, morirse de miedo. Ahora, eso sí, ¡que me esperen muchos años!

DULCE COMPAÑÍA

DULCE COMPAÑÍA El ángel custodio que ha logrado
llevar al Cielo a su protegido,
queda luego junto a él en el cielo

Azahel es un ángel tramposo, la escoria del cielo le llaman. También funge como guardián. Durante siglos ha tratado, inútilmente, de conseguir que uno de sus pocos protegidos sea admitido en el Cielo. Sospecha que hay alguna instrucción de arriba para asignarle únicamente casos perdidos.

-Puras almas rebeldes, poco temerosas de la ira e Dios. Almas imposibles de guiar, ¡hijas de la Chingada! Se lamentaba el pobre Azahel.

La señal luminosa de la oficina de asignaciones parpadeó. Azahel se puso de pie, presuroso, era su turno. Desarrugó el boleto, fue a la ventanilla, tras entregarlo obtuvo el expediente de su nuevo protegido.

-¡Suerte, Azahel! Ojalá en esta ocasión te haya tocado uno bueno, le dijo el ángel asignador, que giró rápidamente para quedar de espaldas y ocultar así una amplia sonrisa.

-Pendejo -masculló Azahel.

El custodio salió del edificio central, se dirigió a la fuente de la explanada y tras deshacerse a patadas, de una bandada de palomas se puso a estudiar el dossier del alma asignada:

Ánima número: 350,000,318.
Actual encarnación: Sexo femenino, raza blanca.
Nombre terrenal: Aurora Landa.
País: México.
Evaluación astral: Desarrollo aceptable.
Reto a superar: Acentuación de debilidades carnales.

-Lo que me faltaba, ¡puta, la cabrona! Pero esta vez no se van a burlar de mí estos burócratas de pacotilla. Desde hace mucho me gané mi jubilación y no me la arrebatarán.

Azahel se compuso el cabello con un gracioso giro de muñeca, lanzó un gargajo y se dirigió hacia los tubos eyectores, dispuesto a jugarse el todo por el todo.

La bebita se movía inquieta en el interior de la cuna hospitalaria. Afuera de la sala incubadora don Jesús Landa y Zúñiga admiraba complacido a su hija. El matrimonio Landa no podía concebir y tras múltiples intentos fallidos, apunto de abandonar la esperanza, vino el milagro. El poderoso industrial Landa tenía grandes proyectos para la pequeña.

Los años transcurrieron veloces. Aurora Landa se convirtió en una chica sumamente bella; los múltiples galanes no se ponían de acuerdo en si sus ojos eran más hermosos que su pelo dorado, aunque todos coincidían en que tenía un cuerpo de concurso. A los dieciocho años la joven aún era virgen y no por falta de ganas, cada ocasión que intentaba hacer el amor un accidente le sucedía a su pareja: el primero, un condiscípulo de la primaria, casi se cercenó el prepucio al subirse la cremallera del pantalón cuando la nana estuvo a punto de descubrirlos. El siguiente, un profesor de canto, se resbaló de la cornisa del edificio donde
Aurora vivía tras salir precipitadamente ante la llegada inesperada de los padres de la muchacha. En otra ocasión hubo una razzia en el motel donde se hospedó con un jugador de basketball. En el campo un perro rabioso mordió los testículos de su acompañante, el famoso torero Lupillo. Algo similar pasó con sus primos gemelos... Total, nada de nada.

El día de su cumpleaños número veinte, Aurora se levantó de pésimo humor.

-¿De qué me sirve tanto dinero si no puedo tener un hombre con el cual irme a la cama?

La joven se juró que esa noche dejaría de ser virgen, costara lo que costara. Al ojear el periódico su rostro se iluminó -ya está- gritó alegremente. En la sección de clasificados se anunciaba el bar Arnold's: cincuenta atractivos y salvajes jóvenes chipendale, distintas nacionalidades. Aurora marcó el número telefónico y reservó la función para ella sola, previo cargo a su tarjeta platino.

El bar se encontraba al otro lado de la ciudad, Aurora conducía a toda velocidad su Mercedes descapotado. A su lado, invisible como siempre, Azahel se mordía las uñas.

-Uno o dos patanes no dan lata, pero cincuenta. ¡Esta perra me matará! Dijo riendo mientras se acomodaba las gafas de carey.

La muchacha subió el volumen del radio y se puso a cantar. La vía del tren estaba cerca y no se percató de la señal de peligro... La pesada máquina embistió el auto.

En el juicio contra Azahel no pudo probársele su responsabilidad en el accidente. El sospechoso de omisión en el deber alegaba que estaba embelesado escuchando el canto de la deliciosa jovencita y no pudo evitar el percance, pero el fiscal señalaba que Azahel había visto venir al tren con el rabillo del ojo y no hizo algo para ayudar a la pobre joven. Tras múltiples alegatos vino el veredicto: caso cerrado.

Sobre una gran nube de colores Azahel Dertadel, ex ángel custodio, contempla la inmensidad del Cielo. Coloca su cuba en una mesita, con un gracioso giro de muñeca se compone el cabello mientras lanza un gargajo que va a caer sobre un querubín. Ríe estentórea mente. A su lado Aurora Landa, con los ojos cargados de lágrimas, imagina cómo será el infierno.

LA NOVIA DE CORINTO

LA NOVIA DE CORINTO Wolfgang von Goethe

Procedente de Atenas, a Corinto
llegó un joven que nadie conocía.
Y a ver a un ciudadano dirigióse,
amigo de su padre, y diz que habían
ambos viejos la boda concertado,
tiempos atrás, del joven con la hija
que el cielo al de Corinto concediera.
- Pero es sabido que debemos caro
pagar toda merced que nos otorguen.
Cristianos son la novia y su familia;
cual sus padres, pagano es nuestro joven.
Y toda creencia nueva, cuando surge,
cual planta venenosa, extirpar suele
aquel amor que había en los corazones.
- Rato hacía ya que todos en la casa,
menos la madre, diéranse al reposo.
Solícita recibe aquella al huesped
y lo lleva al salón más fastuoso.
Sin que él lo pida bríndale rumbosa
vino y manjares, exquisito todo,
y con un "buenas noches" se retira.
- No obstante ser selecto el refrigerio,
apenas si lo prueba el invitado;
que el cansancio nos quita toda gana,
y vestido en el lecho se ha tumbado.
Ya se durmió... Pero un extraño huésped,
por la entornada puerta deslizándose,
a despertarlo de improviso viene.
- Abre los ojos, y al fulgor escaso
de la lámpara mira una doncella que
cauta avanza, envuelta en blancos velos;
ciñen su frente cintas aurinegras.
Al ver que la han visto levanta asustada
una blanca mano la sierva de Cristo.
- --¿Cómo --exclama--, acaso una
extraña soy en mi hogar,
que nada del huesped me dicen?
¡Y hacen que de pronto me acometa
ahora sonrojo terrible!
Sigue reposando en ese mi lecho,
que yo a toda prisa el campo despejo.
- --¡Oh, no te vayas, linda joven!
--ruega el joven, que de el lecho salta aprisa--.
Gusté de Baco y Ceres las ofrendas,
pero tú el amor traes, bella corintia.
¡Pálida estás del susto!
¡Ven junto a mí, y veremos cuán
benignos los dioses son y justos!
- --¡No te acerques a mí, joven!
¡Detente! ¡Vedada tengo yo toda alegría!
Que estando enferma hizo mi madre
un voto que cumple con severa disciplina.
Naturaleza y juventud --tal dijo--,
al cielo en adelante habrán de
estarle siempre sometidas.
- Y de los dioses el tropel confuso
de nuestro hogar al punto fue proscrito.
Sólo un Dios invisible hay en el cielo,
el que en la cruz nos redimiera, Cristo.
Sacrificios le hacemos, mas no bueyes
y toros son las víctimas,
sino lo más preciado y más querido.
- Pregunta el joven, ella le contesta,
y él cada frase en su interior medita
--¿Pero es posible tenga aquí delante;
solos los dos, mi bella prometida?
¡Entrégate a mis brazos sin recelo!
¡Nuestra unión, que juraron nuestros
padres, juzgar puedes por Dios ya bendecida!
- --¡No me toques, que a Cristo por
esposa destinada me tienen! Dos hermanas
me quedan..., tuyas sean...; yo soy del claustro;
sólo te pido de esta desdichada alguna vez te
acuerdes en sus brazos, que yo en ti pensaré
mientras la tierra tarde --no será mucho--
en darme amparo! - --¡No! ¡A la luz de esta
antorcha juraremos cumplir de nuestros
padres la promesa! No dejaré te pierdas
para el goce, no dejaré que para mí te pierdas.
¡A la casa paterna he de llevarte!
¡Ahora mismo la fecha convengamos
en que ha nuestro himeneo de celebrarse!
- Truecan muy luego prendas de amor fiel;
rica cadena de oro ella le entrega;
rica copa de plata de un trabajo
sin par él brinda a la sin par doncella
--Tu cadenilla no me vale; dame mejor,
amada, un rizo de tu pelo incomparable.
- De los fantasmas en aquel momento
suena la hora, en tanto que dichosos
ellos se sienten, y el oscuro vino se
brindan mutuamente, y con sus pálidos
labios sorbe la novia el vino rojo.
Pero del pan que con amor le ofrecen,
abstiénese --y es raro-- de probar
tan siquiera un parvo trozo.
- En cambio, al joven bríndale
la copa, que él ansioso y alegre luego apura.
¡Oh qué feliz se siente en aquel ágape!
¡Del amor ambriento estaba y de ternura!
Mas, sorda a sus ruegos, ella se resiste
hasta que él, llorando, se echa sobre el lecho.
- Acércase ella entonces; se arrodilla.
--¡Cuánto verte sufrir me da congoja!
Per toca mi cuerpo, y con espanto
advertirás lo que calló mi boca.
¡Cual la nieve blanca, cual la
nieve fría, es la que elegiste por tu
esposa amada! - Con juvenil, con amoroso fuego,
estréchala él entonces en sus brazos.
--Yo te daré calor --dice--, aunque vengas
del sepulcro que hiela con su abrazo.
¡Aliento y beso cambiemos en amorosa expansión!
¡Un volcán es ya tu pecho! - Préndelos el amor
en firme lazo. Lágrimas mezclan a su
goce ardiente. De un amado en la boca
fuego sorbe ella, y los dos a nada más atienden.
Con su fuego el joven la sangre le incendia;
¡mas ningún corazón palpita en ella!
- Por el largo pasillo, a todo esto,
la dueña de la casa se desliza;
detiénese a escuchar junto a la puerta,
y aquel raro rumor la maravilla.
Quejas y suspiros de placer percibe;
¡los locos extremos del amor compartido!
- Inmóvil junto al quicio permanece la
sorprendida vieja, y a su oído llega
el eco de ardientes juramentos que
su senil pudor hieren de fijo.
--¡Quieto, que el gallo cantó!
--¡Pero mañana a la noche!...
--¡Vendré, no tengas temor!
- No puede ya la vieja contenerse;
la harto sabida cerradura abre.
--¿Quién es la zorra --grita--
en esta casa que al extranjero
así se atreve a darse?
¡Fuera de aquí, en seguida!
Mas, ¡oh, cielos!,
al punto reconoce al fulgor de
la lámpara a su hija.
- De encubrir trata el frustrado
joven a su adorada con su propio velo,
o con aquel tapiz que a mano halla;
pero ella misma saca, altiva,
el cuerpo. Y con psíquica fuerza,
con un valor que asombra,
larga y lenta en el lecho se incorpora.
- --¡Oh, madre! ¡Madre! --exclama--,
¿de este modo esta noche tan bella me amargáis?
De este mi tibio nido, mi refugio
sin pizca de piedad
¿a echarme váis?
¿Os parece poco llevarme al
sepulcro al lograr apenas la flor de mis años?
- Mas del sepulcro mal cerrado un íntimo
impulso liberóme; que los cantos y preces
de los curas, que acatáis, para allí
retenerme fueron vanos. Contra la juventud,
¡agua bendita de nada sirve, madre!
¡No enfría la tierra un cuerpo en que amor arde!
- Mi prometido fuera ya este joven
cuando aún de Venus los alegres
templos erguíanse victoriosos.
¡La palabra rompisteis por un voto
absurdo, tétrico! Mas los dioses
no escuchan cuando frustrar la vida
de su hija una madre cruel y loca jura.
- Por vindicar la dicha arrebatada
la tumba abandoné, de hallar ansiosa
a ese novio perdido y la caliente
sangre del corazón sorberle toda.
Luego buscaré otro corazón juvenil,
y así todos mi sed han de extinguir.
- --¡No vivirás, hermoso adolescente!
¡Aquí consumirás tus energías!
¡Mi cadena te di; conmigo llevo un
rizo de tu pelo en garantía!
¡Míralo bien! ¡Mañana tu cabeza
blanca estará, y tu cara,
al contrario, estará negra!
- Ahora, mi postrer ruego,
¡oh, madre! escucha:
¡Una hoguera prepara, en ella
arroja en sus llamas descanso
al que ama, ofrece! Cuando salte
la chispa y el rescoldo caldee,
a los antiguos dioses tornaremos solícitas.

EL DESAYUNO

EL  DESAYUNO Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
( tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno.

LUIS ALBERTO DE CUENCA
El hacha y la rosa

Dedicado al mismo q me lo envio....

NAVIDAD

NAVIDAD Consejos para una Navidad diferente

No eres bueno y nunca lo has pretendido ser. Estas fechas te deprimen, tanta bondad te empacha, agudiza tu visión cínica de la vida. No te preocupes, no eres el único. Somos muchos los que pensamos como tú. Juntos, siguiendo estos pequeños consejos, podremos hacer posible la otra navidad.

1. Rodea tu belén con alambre de espinos para reproducir fielmente el paisaje de la Palestina actual. Organiza una intifada con los pastorcillos contra "esos" colonos judíos que se han instalado en el pesebre. Envía un ángel para convocar una conferencia de paz. El día anterior, haz estallar un coche bomba en el centro de la anunciación.
2. Acude a unos grandes almacenes y acércate a todas las parejas con niño que encuentres. Exígeles cierta cantidad de dinero a cambio de no contarle a su hijo toda la verdad sobre Santa Claus. Con el dinero recaudado mediante el impuesto revolucionario, cómprate un disfraz de Papa Noel leproso y siembra de minas antipersona el recorrido de la cabalgata de los Reyes Magos.
3. Evita ver la maratón solidaria que todas las cadenas de televisión organizan por estas fechas. En lugar de ello, acercate al videoclub y alquila películas como "La maldición de Damién", "El día de la bestia" o la serie completa de "Posesión infernal".
4. En lugar de la consabida estrella, coloca en tu belén un asteroide salido de su orbita que colisionará con la Tierra el día 24 de diciembre, a las 23 horas, 58 minutos.
5. ¿Quieres acertar la loteria de Navidad? No compres ningún décimo y obtendrás un premio directo de 3000 pesetas. A todo aquél que te ofrezca una participación, mírale con desprecio y ábrele los ojos contándole las pocas probabilidades que existen de que su número salga premiado, amén de los impuestos que el Estado recauda con la lotería y los peligros de convertirse en un peligroso ludópata.
6. Envía una tarjeta navideña a todos tus familiares y conocidos. En lugar del tópico "Feliz Navidad y prospero Año Nuevo" escribe tus verdaderos deseos. La próxima Navidad te ahorrarás una pasta en sellos.
7. Cambia la letra de tus villancicos preferidos. Por ejemplo: "Mueren y mueren los peces en el río, pero mira cómo mueren, por los residuos radiactivos". O bien: "Esta noche es Nochebuena y mañana, Navidad, y al otro con resaca me vuelvo a trabajar".
8. Tira los envoltorios de los regalos y las botellas de champán directamente a la basura. Tus residuos te pertenecen y puedes hacer con ellos lo que te venga en gana, el Ayuntamiento no tiene derecho a recaudar fondos a costa de tus desperdicios con el pretexto de reciclarlos.
9. Denuncia al rey Baltasar y asegúrate de que le apliquen la Ley de Extranjería.
10. Rocía el árbol de Navidad con salfumán diluido en agua al 10%, para que no eche en falta la lluvia ácida de los bosques de donde procede. Con las bombillas, provoca un incendio forestal. Después, recalifica los terrenos (sobornando a cuantos politicos y funcionarios sea menester) y construye, construye...
11. Huye del consumismo. Viaja a un país exótico y disfruta por todo lo alto de unas merecidas vacaciones en un hotel de lujo.
12. Proclama la República en tu belén. Fabrícate una guillotina con el cuchillo de cortar jamón (al precio que va el jamón, para otra cosa ya no sirve) y decapita cada día a un Rey Mago. O bien organiza un pelotón de ejecución con los Power Rangers de tu hijo. Confisca las ovejas a los pastores y despluma al ángel. Construye iglesias y después quémalas.
13. Una vez destronada la monarquía, convoca unas elecciones para que tus hijos elijan libremente a tres Presidentes de República Magos. Hazles promesas electorales para el día 6 de enero que naturalmente no piensas cumplir. Instrúyeles en la Democracia.

CREDO DEL LEGIONARIO

CREDO DEL LEGIONARIO CREDO DEL LEGIONARIO
O NORMATIVA DE LA ESTUPIDEZ.

*EL ESPÍRITU DEL LEGIONARIO.
Es único y sin igual; es de es de ciega y feroz
acometividad, de buscar siempre acortar la
distancia con el enemigo y llegar a la
bayoneta.
¿Pero no estaban de misiones humanitarias?

*EL ESPÍRITU DE AMISTAD.
De juramento entre cada dos hombres.
Aunke te caiga mal, así cualquiera hace
Amig@s!!
*EL ESPÍRITU DE MARCHA.
Jamás un legionario dirá que está cansado,
hasta caer reventado, será el cuerpo más
veloz y resistente.
El más veloz y resistente no sé, pero
voluntad no les falta.

*EL ESPÍRITU DE ACUDIR AL FUEGO.
La legión, desde el hombre solo hasta la
legión entera, acudirá siempre a donde oiga
fuego, de día o de noche, siempre, aunque
no tenga orden para ello.
¡como para hacer practicas de tiro al lado de
un cuartel de estos energúmenos!

*EL ESPÍRITU DEL COMPAÑERISMO.
Con el sagrado juramento de no abandonar
jamás a un hombre en el campo, hasta
perecer todos.
Compañerismo pelín destructivo, no?

*EL ESPÍRITU DE SUFRIMIENTO Y SOCORRO.
Ala voz de ¡¡a mi la legión!!, sea donde sea,
acudirán todos, y con razón o sin ella
defenderán al legionario que pida auxilio.
Sin comentarios ya está todo dicho...

*EL ESPÍRITU DE SUFRIMIENTO Y DUREZA.
No se quejará de fatiga, ni de dolor, ni de
hambre, ni de sed, ni de sueño; hará todos
los trabajos; cavará, arrastrará cañones,
carros; estará destacado, hará comboyes,
trabajará en lo que le manden.
¿Legionarios o Robocops?

*EL ESPÍRITU DE DISCIPLINA .
Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir.
OLE!, OLE! Y OLE! No tengo palabras...

*EL ESPÍRITU DE COMBATE.
La legión pedirá siempre combatir, sin
turno, sin contar los días, ni los meses, ni los
años.
Todavía hay unos cuantos matando
sarracen@s en el golfo.

*EL ESPÍRITU DE LA MUERTE.
El morir en combate es el mayor honor. No
se muere más que una vez. La muerte llega
sin dolor y el morir no es tan horrible como
parece. Lo más horrible es vivir siendo un
cobarde.
Si tanto amas a la murte por ké no te citas
con ella y te dejas de rodeos, pero no
salpiques.

*LA BANDERA DE LA LEGIÓN.
Será la más gloriosa, porque la teñirá la
sangre de sus legionarios.
¡pues vaya pestazo de trapo!

*TODOS LOS HOMBRES LEGIONARIOS.
Son bravos; cada nación tiene fama de
bravura; aquí es preciso demostrar qué
pueblo es más valiente.
Delirio patriótico.

Este credo es original, lo saké de un libreto de la legión ke me encontré tirado en
la calle, (no me estraña), hace tiempo. No he manipulado nada, pues como habréis
visto no tiene desperdicio.

ATACA, FANZINE ANARCO – PUNK – H.C.