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Labios de Trapo

DULCE COMPAÑÍA

DULCE COMPAÑÍA El ángel custodio que ha logrado
llevar al Cielo a su protegido,
queda luego junto a él en el cielo

Azahel es un ángel tramposo, la escoria del cielo le llaman. También funge como guardián. Durante siglos ha tratado, inútilmente, de conseguir que uno de sus pocos protegidos sea admitido en el Cielo. Sospecha que hay alguna instrucción de arriba para asignarle únicamente casos perdidos.

-Puras almas rebeldes, poco temerosas de la ira e Dios. Almas imposibles de guiar, ¡hijas de la Chingada! Se lamentaba el pobre Azahel.

La señal luminosa de la oficina de asignaciones parpadeó. Azahel se puso de pie, presuroso, era su turno. Desarrugó el boleto, fue a la ventanilla, tras entregarlo obtuvo el expediente de su nuevo protegido.

-¡Suerte, Azahel! Ojalá en esta ocasión te haya tocado uno bueno, le dijo el ángel asignador, que giró rápidamente para quedar de espaldas y ocultar así una amplia sonrisa.

-Pendejo -masculló Azahel.

El custodio salió del edificio central, se dirigió a la fuente de la explanada y tras deshacerse a patadas, de una bandada de palomas se puso a estudiar el dossier del alma asignada:

Ánima número: 350,000,318.
Actual encarnación: Sexo femenino, raza blanca.
Nombre terrenal: Aurora Landa.
País: México.
Evaluación astral: Desarrollo aceptable.
Reto a superar: Acentuación de debilidades carnales.

-Lo que me faltaba, ¡puta, la cabrona! Pero esta vez no se van a burlar de mí estos burócratas de pacotilla. Desde hace mucho me gané mi jubilación y no me la arrebatarán.

Azahel se compuso el cabello con un gracioso giro de muñeca, lanzó un gargajo y se dirigió hacia los tubos eyectores, dispuesto a jugarse el todo por el todo.

La bebita se movía inquieta en el interior de la cuna hospitalaria. Afuera de la sala incubadora don Jesús Landa y Zúñiga admiraba complacido a su hija. El matrimonio Landa no podía concebir y tras múltiples intentos fallidos, apunto de abandonar la esperanza, vino el milagro. El poderoso industrial Landa tenía grandes proyectos para la pequeña.

Los años transcurrieron veloces. Aurora Landa se convirtió en una chica sumamente bella; los múltiples galanes no se ponían de acuerdo en si sus ojos eran más hermosos que su pelo dorado, aunque todos coincidían en que tenía un cuerpo de concurso. A los dieciocho años la joven aún era virgen y no por falta de ganas, cada ocasión que intentaba hacer el amor un accidente le sucedía a su pareja: el primero, un condiscípulo de la primaria, casi se cercenó el prepucio al subirse la cremallera del pantalón cuando la nana estuvo a punto de descubrirlos. El siguiente, un profesor de canto, se resbaló de la cornisa del edificio donde
Aurora vivía tras salir precipitadamente ante la llegada inesperada de los padres de la muchacha. En otra ocasión hubo una razzia en el motel donde se hospedó con un jugador de basketball. En el campo un perro rabioso mordió los testículos de su acompañante, el famoso torero Lupillo. Algo similar pasó con sus primos gemelos... Total, nada de nada.

El día de su cumpleaños número veinte, Aurora se levantó de pésimo humor.

-¿De qué me sirve tanto dinero si no puedo tener un hombre con el cual irme a la cama?

La joven se juró que esa noche dejaría de ser virgen, costara lo que costara. Al ojear el periódico su rostro se iluminó -ya está- gritó alegremente. En la sección de clasificados se anunciaba el bar Arnold's: cincuenta atractivos y salvajes jóvenes chipendale, distintas nacionalidades. Aurora marcó el número telefónico y reservó la función para ella sola, previo cargo a su tarjeta platino.

El bar se encontraba al otro lado de la ciudad, Aurora conducía a toda velocidad su Mercedes descapotado. A su lado, invisible como siempre, Azahel se mordía las uñas.

-Uno o dos patanes no dan lata, pero cincuenta. ¡Esta perra me matará! Dijo riendo mientras se acomodaba las gafas de carey.

La muchacha subió el volumen del radio y se puso a cantar. La vía del tren estaba cerca y no se percató de la señal de peligro... La pesada máquina embistió el auto.

En el juicio contra Azahel no pudo probársele su responsabilidad en el accidente. El sospechoso de omisión en el deber alegaba que estaba embelesado escuchando el canto de la deliciosa jovencita y no pudo evitar el percance, pero el fiscal señalaba que Azahel había visto venir al tren con el rabillo del ojo y no hizo algo para ayudar a la pobre joven. Tras múltiples alegatos vino el veredicto: caso cerrado.

Sobre una gran nube de colores Azahel Dertadel, ex ángel custodio, contempla la inmensidad del Cielo. Coloca su cuba en una mesita, con un gracioso giro de muñeca se compone el cabello mientras lanza un gargajo que va a caer sobre un querubín. Ríe estentórea mente. A su lado Aurora Landa, con los ojos cargados de lágrimas, imagina cómo será el infierno.

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